La Fiesta pt.2

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Fui corriendo por toda una calle. El sonido de la música se desvanecía y se formaba el silencio y el ruido de mis zapatos chocando contra el suelo. 

Al final de la calle alcancé a Miguel. Me miró cuando le cogí por detrás. Estaba medio llorando, supongo que porque le había hecho mucho daño al liarme con la otra en su cara, pero también porque yo ya sabía toda la verdad. Aunque necesitaba escucharla salir de su boca.

No tuve más remedio que abrazarle. Le estruje fuerte entre mis brazos, mientras los suyos me cogían de la parte baja de la espalda, pero de forma sensible y débil. 

Le miré a los ojos y le acerqué contra mi frente para decirle que se tranquilizase por favor, que no podía verle así. Que ahora que sabía toda la verdad, no podía verle sufrir más por mí.

Nos pudimos haber besado allí mismo, en una calle a solas, donde no pasaba absolutamente nadie, pero no lo vi el momento más indicado, y más sabiendo que teníamos que hablar. 

Comencé preguntándole por qué. ¿Por qué tantas contradicciones, tanto hablar de tías, tanto freno...?

Me las empezó a contar. Según él, el hablar de tías, era la forma de saber como podía reaccionar yo en cuanto a ese tema. Si le seguía el rollo o si simplemente ponía una cara de mierda y pasaba de él.

Me dijo que como a veces hacía una cosa y a veces otra, estaba aún más rayado, y se le acumulaba el no saber. Además, me dijo que se pensaba que las chicas que yo llevaba al gimnasio conmigo eran o mis novias o mis líos, aunque ya le dejé claro que no.

También le había rayado la conversación que tuvimos en lo alto de su coche. Él quiso aprovechar ese momento para sincerarse conmigo, pero como me quedé callado no supo seguir y reculó.

La vez de los bolos también se cagó. No se esperaba que se fuese a hacer realidad e quedar juntos, por lo que le pidió a sus amigos de ir también, para que así no fuese muy incómodo.

Bueno, ese es otro tema, sus amigos. Miguel me aseguró que ellos no sabían nada. No tenían la más mínima sospecha. En todo caso, solo uno de ellos podía llegar a sospechar, uno de sus amigos que le llamaban Barbi, que si que le había pillado mirándonos más de una vez, pero en modo muy psicópata.

Que eso, que sus amigos no lo sabían, solo su hermana. Y que le había costado mucho el poder expresar las coas sin ningún tipo de apoyo, prácticamente solo, aunque su hermana había tenido que soportar.

Él no creía que sus amigos le fuesen a aceptar si les decía que estaba pillado de un chico. La verdad, mentiría si yo dijese que si le aceptarían. Sus amigos tenían pinta de ser los mayores chimpancés que había visto en toda mi vida, mucho más que los de verdad.

Quise entenderle, y al final le acabé dando la razón, pero porque estaba muy pillado y porque si a mi me había costado llevarlo pudiéndoselo contar a mucha gente, no me quiero imaginar a él.

Luego, él me preguntó a mí. ¿Por qué había hecho todo lo que había hecho? ¿Por qué me había liado con Nerea?

Se lo dejé bien claro, lo de Nerea había sido por despecho. También le expliqué que mi primera cagada máxima fue en Chipre, cuando le dije que había ido en pareja. Ahí fue tan sencillo como que me cagué yo. Quise alejarle pensando que esto no iba a llegar a nada, y suponiendo que así sería la forma más rápida de hacerlo. Sabía que si él sentía algo, le dolería mucho, pero que intenté arreglarlo de la mejor forma posible. 

A partir de ahí, le expliqué que hubo un par de semanas que pasé de él por algunas cosas que había leído en Twitter. Él me dijo que la mayoría de las cosas ni las pensaba, era por hacerse el chulo delante de su gente, aunque la verdad que me seguía pareciendo algo ridículo.

Aproveché para preguntarle acerca de hablar por el móvil. A veces tardaba mucho en contestar, y no entendía porqué. Si a ti te gusta una persona, en la mayoría de ocasiones, te centras tanto en ella, que está muy pendiente de contestar siempre.

Me aseguró y reaseguró que era tonto. Que no le gustaba hablar por mensaje y que prefería guardarse las conversaciones para hablar conmigo en persona. 

Por un lado, se lo agradecí, porque a mí me encantaba hablar con él, pero por otro lado, leo podría haber dicho.

Seguimos hablando, y le confesé que después del accidente de su miembro, en el ejercicio de bíceps, yo empecé a dejar fluir más las cosas porque ya lo tenía claro del todo. 

También le dije que había que ser un poco pringado, para no haberse dado cuenta de que a mí me gustaba él. Literalmente en Año Nuevo me había puesto a gritar por la calle delante suya, pero me dijo que se creía que gritaba eso porque iba borracho y porque le sonaba del gym.

Entre unas cosas y otras, pasaron los minutos y estuvimos hablando de los ochos meses, de todos y cada uno de ellos. 

Pudimos al fin explicar los que sentíamos los dos. Le dije que yo había estado rayado mucho tiempo, pero que ya estaba seguro de que sentía que me gustaba mucho. 

Él me dijo que otra de las razones por las que no sabía como actuar, era porque nunca se había fijado en un chico antes. Estaba descubriendo un mundo nuevo, pero por cada mirada se le sumaba un poco más de esperanza, y se pillaba un poco más.

Escuchar a mi crush decir eso, me parecía increíble. Me hacía ser muy, pero que muy feliz.

Cuando ya parecía que todo estaba hablado, nos quedamos los dos en silencio absoluto, mirando ambos al suelo. No nos atrevíamos a mirarnos a la cara porque si eso pasaba, era muy posible que nos diésemos un beso, y a ambos nos daba mucha vergüenza empezar eso.

Así que para romper el silencio, recordé que era su cumpleaños. Aproveché para decirle que felicidades, y se rió diciendo que menudo regalito le había hecho. 

Yo le dije que no, que ese no era su regalo, y que si de verdad lo quería, tendría que venirse conmigo hasta el coche, porque le pensaba dar una botella de su Elixir que había guardado para momentos especiales.

Miguel aceptó, por lo que abandonamos la calle de la confesión y fuimos dando un paseo en silencio hasta el aparcamiento.

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