¿Qué Hemos Hecho?

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Llevaba sin ver al chico del gimnasio casi una semana. Había estado yendo a la misma hora todos los días pero no tuve ocasión de coincidir con él.

El martes de la siguiente semana, fui con Sandra de nuevo al gimnasio, ya que hacía algún tiempo que no íbamos juntos.

Entramos, y como siempre cada uno se puso a hacer sus ejercicios, aunque luego seguramente coincidiésemos en algunos.

Cuando ya estábamos juntos, él llegó. De nuevo con su mochila y directamente con su camiseta de tirante habitual. Se puso a hacer brazo por todo el gimnasio, mientras Sandra y yo comentábamos cada uno de sus movimientos.

Mientras tanto, le estaba contando a Sandra rayadas mías con mi carrera. No me gustaba lo que estaba estudiando, la física era algo que desde pequeño siempre me había llamado la atención. Mi trabajo ideal, de hecho, era ser profesor de física en mi instituto. Pero la lejanía de la universidad, la complicidad y, sobretodo, la gente tan egoísta de allí, me hacían odiar la carrera.

Sandra intentaba motivarme para seguir con ella, pero en el fondo yo no quería. Tampoco era algo que me atrevía a hablar con mi familia, ya que no estaba seguro de si ellos me apoyarían con ello. Pero no sabía si sería capaz de terminar el año escolar.

Volviendo al chico, también le dije que yo andaba algo rayado. El paso de hablarle había sido algo muy importante para mí, y me tenía en ascuas ver que él, a pesar de lo hecho, no se atrevía aún a hablarme, ni siquiera para pedirme una polea.

Me acuerdo todavía del orden que teníamos Sandra y yo en la cabeza. Primero, yo le hablo para pedir que me cuide las cosas, luego él me pide una polea, luego yo le pido ayuda, y finalmente me pide de turnar. En ese momento, el hielo ya estaría lo suficientemente roto como para empezar a hablar de cosas normales fuera del gimnasio y así poder conocerle, o al menos saber su nombre, que para nosotros en ese momento era Mario.

Sandra y yo nos movimos por el gimnasio en busca de una de las poleas para hacer un ejercicio de espalda. Cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos al chico pegado a nosotros, justo en la polea de al lado.

Los nervios volvieron a mi cuerpo. Aún así seguí quejándome a Sandra de que el chico no me hablaba y que yo no podría estar esperando eternamente a que el chaval perdiese su timidez. Esto tenía que avanzar de alguna manera.

Me puse a hacer el ejercicio mientras me concentraba en los movimientos del chico. Cuando terminé, le tocaba a Sandra, pero justo cuando se iba a poner a hacerlo, noté un cuerpo al lado mía. 

Me di la vuelta y ahí estaba él, mirándome y dirigiéndose hacia mí. Le vi gesticular la boca una primera vez sin yo poderle escuchar por culpa de los cascos. Cuando me los quité, me volvió a preguntar "¿me puedes ayudar con el ejercicio por favor?".

Miré a Sandra con cara de pánico, el chico se había saltado uno de nuestros pasos, este no era el siguiente. Pero supongo que cuantos más pasos saltados, más rápido iría todo.

Encantado, le respondí con un "claro", recordando después que era lo que me había contestado él en nuestra última conversación, y pensando que a lo mejor él se creía que le estaba haciendo burla por ello.

De todas formas, le seguí hasta su polea para ayudarle a levantar una barra para su ejercicio. Cuando le ayudé me dio las gracias y volví con mi amiga evitando reírme de la situación.

Miré a Sandra que seguía haciendo su ejercicio. Vi como se estaba mordiendo la boca para evitar reírse mientras me miraba. Fueron dos los segundos que pasaron hasta que ambos nos soltamos y nos empezamos a partir. 

Tuvimos que irnos a la otra punta del gimnasio para que no nos viese riéndonos, pero era inevitable, nuestras risas retumbaban por todo el gimnasio. Sandra tuvo que ir al baño para parar de reír, mientras que yo disimulaba grabando audios para así mantenerme concentrado en otra cosa.

Sabía que la estábamos cagando al reírnos, pero era algo que de verdad no podía evitar.

Cuando Sandra volvió del baño, seguimos con nuestro ejercicio. Y me fijé en que el chico no me volvió a pedir ayuda para lo mismo. A partir de ahí comenzaron las rayadas en mi cabeza.

Sandra se dio cuenta de que algo en mi cara o actitud había cambiado. Me preguntó si estaba bien y le dije que no lo entendía. No entendía porque no me había pedido ayuda de nuevo. ¿Realmente no la necesitaba y me preguntó solo para hablar conmigo? ¿O es que nos había escuchado reírnos y se había creído que nos reíamos de él?

Mi mente fue directamente a la segunda opción a pesar de que Sandra me aseguraba que no era posible. Que ni siquiera nos había visto porque estaba haciendo el ejercicio. Además de que nosotros nos solíamos reír prácticamente todo el rato por cualquier cosa.

Intenté pensar que Sandra tenía razón, pero desde ese momento el entrenamiento se hizo muy pesado. Vi como el chico me miró dos o tres veces, pero mucho menos de lo habitual, lo que me hacía sospechar que sí que le había sentado mal.

Lo único que quería era acercarme para decirle que no se preocupase, que no estábamos riéndonos de él. Si pudiese explicarle toda la situación, estoy seguro de que el también se reiría. Sin embargo, era incapaz de hacerlo, no me salían las palabras con él delante, era como si una barrera me impidiese llegar hasta él.

Pasado ya un tiempo del conflicto, Sandra y yo nos fuimos dejando al chico en el gimnasio, y sin recibir ninguna mirada antes de bajar las escaleras para salir. Volvimos a casa prácticamente en silencio, ya que mi cabeza solo jugaba con una misma pregunta. ¿Qué hemos hecho?

¿Qué me está pasando?Where stories live. Discover now