20. Island In The Sun

1 0 0
                                    

David

Acabo de despertarme de un profundo sueño en el que sucumbí por la melodía de mis audífonos.

Parece ser que la lista de reproducción que escuche con Amelie se terminó hace más de una hora y ninguno de los dos se enteró. Tal vez se debió a que las canciones fueron tan pegajosas que continuaron sonando en nuestra mente sin la necesidad de escucharlas. Sin embargo, debo admitir que los temas de Ghostemane de mi amiga todavía me generan escalofríos. Son como estruendos combinados con música y no sé si algún día me acostumbrare a ello.

Tanto pensar en su música preferida me hizo percatarme de que su espectacular rostro se encontraba recostado en mi hombro. Me empecé a preguntar si lo hizo a propósito o simplemente su cuerpo se inclinó por culpa de las curvas del camino. Como sea que haya sido, dormía plácidamente y su tranquilidad me brindaba una amplia felicidad.

De repente, me dieron ganas de acariciarle la cabeza, pero temía que esa acción resultara siendo algo irrespetuoso de mi parte. La estaría tocando sin su consentimiento y eso no se le debe hacer a nadie. Mucho menos jugar con su cabello, pues cabe la posibilidad de que le arruine el peinado y me ganaría una merecida cachetada por andar de cariñoso.

Tampoco quería levantarla justo cuando nos tocara descender del maravilloso autobús de dos pisos al que tuvimos el privilegio de subir. Sería como si tomara el rol de una madre estricta que no desea que su hija llegue tarde a clase. Sé que es una comparación muy alocada, pero cualquiera se pondría de mal humor si no le dan el tiempo de despertarse correctamente. No me gusta ver a Amelie enojada, suele ponerse un tanto agresiva y no quería que agarrara esa actitud en estas vacaciones alegres.

Así que me acerqué a su oído y, con la tonalidad más suave que podía darle a mi voz, comencé a susurrarle unas palabras. Rezaba por no sonar muy fuerte para no espantarla, ya que controlar el volumen de mi voz es complicado.

—Ey, Amelie, despierta. —Le pedí.

Ella soltó un largo bostezo y se froto los ojos con suavidad. Apenas recupero la vista y comprobó en donde se había acostado, se le escapo un leve chillido y se acomodó sobresaltada en su silla.

—Por favor, dime que no estuve todo el viaje acostada en tu hombro. —Me dijo avergonzada.

—La verdad es que no sé en qué momento ocurrió. —Justifique, notando un hormigueo en el brazo en el que ella reposó.

—Espero no haberte incomodado. Te juro que me apoye en la ventana y no comprendo como termine sobre ti. —Se excusó desesperada.

—Si crees que estoy molesto por eso, déjame confirmarte que estas equivocada. Bueno, quizás si me dormiste un toque el brazo, pero ya se está recuperando. —Aclaré, intentando agitar el brazo.

—Perdón, es que me dio pena contigo. —Comentó, apartando la mirada.

—Oye, está bien.

—Lo sé, es que la posición en la que estábamos me tomó por sorpresa. ¡Ja, ja, ja! Perdón, es que me pongo muy rara cuando estoy recién levantada. ¿Te importaría darme un poco de espacio hasta que nos bajemos? No quiero hacer o decir más estupideces frente a ti.

—Eh, claro, tomate el tiempo que quieras.

—Gracias.

El tráfico provoco que la nave futurista se demorara unos minutos adicionales en estacionarse. Eso sin mencionar que tuvimos que esperar a que la fila de pasajeros que nos acompañaba se bajara. Como estábamos en el segundo piso, eso equivalió a esperar el doble de tiempo. Fue una experiencia un tanto desesperante, ya que la gente era bastante lenta y eso generaba tremendo trancón de humanos.

David y AmelieWhere stories live. Discover now