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—¿A dónde pudo haber ido una mujer de su edad a esta hora, sin caballo ni escolta? —preguntó Avaluna, junto a la Reina.

Ambas se encontraban de pie en medio de los aposentos reales, observando a través de la ventana cómo los soldados y sirvientes iban y venían despavoridos de un lado a otro.

La luz que emergía de las lámparas de aceite lo pintaba todo de un amarillo endeble y titilante, como el que sale de las luciérnagas, mientras la oscura noche desprovista de estrellas parecía pesar sobre ellos.

¿Cuán angustiado debía estar Aspen? Se preguntó Olivia, incómoda. Pues ni siquiera tuvieron tiempo de terminar su discusión. Él había salido volando de la habitación en cuanto Fitzgerald apareció. 

—Los sirvientes dicen que no es la primera vez —volvió a hablar Lady Rusell ante su silencio.

Olivia frunció el ceño, sorprendida. ¿La Reina madre había desaparecido antes?

La doncella asintió, recordando los rumores que había escuchado entre las criadas de la cocina. Algunos decían que la noche en que el Rey murió, el grito de la Reina retumbó contra todas las paredes, e incluso contaban que el suelo se estremeció, quizás, porque en ese instante en realidad murieron ambos. 

Dicen que esa fue la primera vez que ella desapareció, pues no conseguían encontrarla en ninguna parte, quizás a consecuencia de la angustia y el pesar que palpitaban en el aire. Su búsqueda duró horas, y resultó que al final estaba escondida bajo la escalera del Palacio en la que vio a su esposo por primera vez, mas de veinte años atrás, cuando eran un par de jóvenes desconocidos que debían dirigir un país.

—Es triste ¿Verdad? —suspiro Avaluna, tras contarle la historia—. Ella lo amaba tanto que tras su muerte acabó perdiendo la cabeza. 

—En mi opinión su cabeza esta muy bien puesta —contestó, seria—. Deberías irte a dormir, mañana viajaremos temprano.

—No creo que nadie pueda dormir hasta que la Reina aparezca, mejor iré a ayudar —dijo, antes de despedirse con una reverencia.

Olivia la vio marcharse en silencio, mientras pensaba en lo que acababa de decirle. ¿Era enamorarse una apuesta segura a perder la cabeza? Después de todo, al igual que una maldita enfermedad, invadía tu mente, tu corazón e incluso tu estomago y como si eso no fuera suficiente, te hacia ir en contra de todo en lo que creías. 

Ella por ejemplo, antes creía en cosas practicas, simples y placenteras, como la victoria tras una batalla, el poder conseguido tras una guerra, o la cosecha después de la siembra; ahora estaba ahí, sintiéndose extraña de solo pensar que Aspen estaba sufriendo.

¿Qué era entonces esa necesidad que tenia de verlo y sentirlo cerca, aunque al mismo tiempo la idea de quererlo le pareciera horripilante? ¿Locura?

Pensaba en ello cuando decidió abandonar su habitación y caminar un poco por el Palacio a ver si de pura casualidad encontraba a su suegra, algo que, por supuesto, no admitiría ante nadie. A medida que avanzaba, recibió reverencias de todos los que se cruzaban en su camino y el bullicio de los guardias se fue quedando cada vez más atrás.

Pese a todos los meses que llevaba al interior de aquel Palacio, Olivia se dio cuenta de que apenas conocía una fracción de sus laberínticos pasillos y salones. Por ello le pareció sentir un escalofrío cuando se adentro en una especie de corredor envejecido con los suelos de piedra desgastados y un profundo olor a moho que conducía a un antiguo patio de juegos.

El cual contaba con una enorme fuente en todo el centro, en la que ya no corría ni una sola gota de agua. Ademas había un columpio de madera descompuesto cubierto por el follaje de las ramas y habitado por insectos, que se erguía como un eco del pasado. Detalles en los que ella no habría podido reparar de no ser por la endeble luz que emergía de una lampara de aceite abandonada sobre una banca rota.

Espinas de PlataWhere stories live. Discover now