Cuando ella ingresó a la habitación, el médico real y el mayordomo, ya se encontraban desvistiendo al Rey. Primero le habían sacado la armadura y después la camisa blanca en la que destacaba su sangre todavía fresca.

El olor a hierro llegó a sus fosas nasales, mucho antes de que tuviera oportunidad de visualizar la herida. Un tajo bastante feo en el costado izquierdo, justo por debajo de las costillas. Parecía que Sir Walker conocía muy bien la anatomía, pues había intentado herirlo en el riñón.

—Mi Reina —habló el doctor, en cuanto se percató de su presencia y se dispuso de inmediato a hacer una reverencia.

—Espero no interrumpir —dijo Olivia, acercándose más.

—Por supuesto que no, casi estábamos terminando —aseguró el viejo, con las manos pálidas sosteniendo aguja e hilo para coser la herida.

Aspen hizo una mueca al sentir como su carne escocía y desvió la mirada para no tener que enfrentarse a los ojos de su esposa. Pues aunque al final resultó victorioso, tenía más heridas saltando a la vista que Sir Edmun Walker, quien sobrevivió a la pelea y estaba siendo atendido en el hospital.

Un silencio, cuando menos incómodo, prevaleció en la habitación hasta que el doctor anunció que había terminado. Entonces dio algunas indicaciones al mayordomo sobre los cuidados que debía tener su Majestad, forzó su vieja columna a doblarse en una reverencia y se marchó, dejando al par de esposo a solas.

—¿En serio llamaste a un doctor, solo por eso? —Olivia cruzó los brazos sobre el pecho. Su mirada altiva.

—Desafortunadamente, mi Reina, no soy tan fuerte como tú —contestó Aspen, recostándose en el espaldar de la cama en un intento de estar más cómodo.

Pero es que su problema en realidad no era la posición en la que estaba, sino mas bien, que le dolía todo el cuerpo tras haber sido aplastado por un hombre de 90 kilos.

—En eso estamos de acuerdo —ella asintió, con el ceño fruncido—. ¿Qué demonios se te cruzó por la mente cuando decidiste entrar a esa arena?

¿Acaso era preocupación lo que se escondía tras la rabia en su voz? Aspen ladeó la cabeza, mientras la analizaba.

—Tu.

Su respuesta fue apenas un murmullo, pero a Olivia le dio la impresión de que se había quedado retumbando en los muros del cuarto. ¿Por qué sus mentiras siempre sonaban tan convincentes?

—¿Creíste que morir por mí era heroico? Si te quisiera muerto ya lo estarías —obvió, con tanta naturalidad como si hablar de asesinar a su esposo, fuera una cosa de todos los días—. ¡No vuelvas a hacer algo tan estúpido!

—Esta bien —Aspen levantó las manos en el aire, en señal de paz—. Pero entonces tendrás que perdonarme —se levantó de la cama con algo de esfuerzo.

—¿Perdonarte? —la Reina enarcó una ceja, observando como él cojeaba en su dirección.

—Aja —asintió—. Perdoname, o seguiré haciendo cosas estúpidas hasta que entiendas cuánto me importas.

Ella dejó escapar una risita sarcástica.

—Por mí ve y tírate de la torre más alta del Palacio. Me da lo mismo —dijo, antes de dar media vuelta sobre sus tacones con la firme intención de marcharse.

No obstante, Aspen estiró la mano en su dirección y la sujetó por la muñeca derecha con firmeza.

—Espera.

—¿Ahora que? ¿Qué es lo que quieres? —preguntó, volviéndose hacia él con evidente irritación.

—¿Por qué no puedes perdonarme? —insistió—. Si vas a seguir torturandome asi, al menos merezco saberlo.

Espinas de PlataWhere stories live. Discover now