Mientras el bullicio del Palacio y los rumores acerca de los preparativos para la gran fiesta de cumpleaños de Aspen, resonaban en los pasillos, la Reina Olivia y algunos de sus leales súbditos se encontraban en el patio auxiliar, entregados a su entrenamiento diario. La intensidad y la disciplina con la que los guerreros se ejercitaban eran inusuales para muchos cortesanos, quienes no podían evitar sentir que los Thauri se  preparaban para alguna especie de guerra.

Olivia, recostada contra una columna con los brazos cruzados sobre el pecho, seguía con los ojos a Parker, como si se tratara de un gato ansioso, que se negaba a perder de vista la flamante llama de una vela. El joven tenía casi tanto talento como falta de experiencia; y si bien sus movimientos con el Arak eran naturales, aun no conseguía apropiarse de él lo suficiente para convertirlo en una extension de su brazo. En ese momento, se enfrentaba a William, quien, un tanto distraído, ya le había ganado dos encuentros.

—¡No apartes la mirada! —intervino la voz de Olivia, mas allá del sonido metálico del acero de las armas, que se elevaba en el aire.

Parker detuvo sus movimientos de forma abrupta y giró hacia ella el rostro sudoroso, bajo el intenso sol que brillaba en lo alto del cielo.

—El muchacho solo intentaba ser precavido —observó William, aprovechando la pausa para acercarse a una esquina donde habían dispuesto agua y vasos de cristal—. Una caída significaría la derrota inmediata.

—Si estuviera enfrentándose a alguien que tuviera la cabeza aquí con nosotros, también perdería —respondió la Reina con seriedad, dirigiéndose hacia Parker—. Nunca apartes la mirada de tu enemigo. Debes confiar en tus instintos y utilizar todos tus sentidos. La vista no es la única que te guiará.

—Sí, Majestad —respondió Parker, con la mirada clavada en el suelo.

—El Arak te brinda ligereza, sé rápido, libre, descarado incluso. ¡Sé un maldito Thauri! —instó con una sonrisa alentadora.

El muchacho también sonrió, inspirado por el poder con el que ella había pronunciado aquellas palabras. Entonces se pasó el antebrazo por la frente para secar las gotas de sudor y antes de volver a su posición de combate.

—¿Otro round? —preguntó, mirando a Will.

—Por supuesto —respondió él, con una sonrisa forzada.

Sin embargo, antes de que el par de Thauri pudiera reanudar el entrenamiento, la figura de la Reina madre aproximándose al patio en compañía de Antonia y el Rey Aspen, llamó la atención de todos.

William se enderezó en su posición de inmediato para dedicarles una reverencia, pero no pudo evitar que sus ojos se quedaran anclados en la Princesa. Sus cabellos dorados peinados de la forma mas cuidadosa, su vestido impecable y su postura elegante... ¡Dioses! Alguien tan perfecto como él, no merecía estar con una mujer menos fantástica, pensó, incapaz de contener un suspiro, que Olivia no pasó por alto.

—Mi Reina, buenos días —habló primero Aspen, con una sonrisa que intentaba ser amable.

Olivia lo recibió con una frialdad que dejó clara su incomodidad.

—¿Te perdiste de nuevo? —respondió, en un tono cortante.

Antonia, que se sintió indignada por el comentario, reflejó en su rostro una mezcla de sorpresa y disgusto al entender lo que Olivia estaba insinuando.

—¿Disculpe? —dijo entonces, tanteando el terreno.

—Sur —Olivia apuntó hacia el suelo—. Norte —agregó, señalando hacia adelante—. ¿Tan difícil es entender cuál es su lugar, Alteza? —añadió, levantando ambas cejas.

Espinas de PlataWhere stories live. Discover now