La fiesta en el jardín con la que la Reina Madre dio cierre a la celebración de cumpleaños de Aspen, fue considerada por la mayoría como un éxito. Excepto por William, que se dedicó a observar a la Princesa Antonia desde la distancia mientras bebía hasta el cansancio.

Avaluna, que había sido su compañía durante casi toda la tarde, fue quien terminó cargando literalmente con ochenta kilos y un metro noventa de consecuencias por el pasillo.

—Es que... —hipó el guerrero, con un brazo desgarbado alrededor de los hombros de la doncella, cuyos pasos tambaleantes reflejaban su incapacidad para sostenerlo—. ¿Has visto cómo arruga la nariz cada vez que se enfada? —su aliento a alcohol flotaba en el aire.

—Lo que no he visto es una razón para que de repente te guste tanto —contestó Avaluna, con la respiración irregular—. ¿Sabes que? —detuvo el paso—. Tengo una mejor idea.

Lo sostuvo con ambas manos para que se enderezara en su posición. Entonces, se concentró por un momento en su flujo sanguíneo, tirar de él hasta la habitación usando su hemocinesis sería mucho más fácil que cargarlo. Claro que, ese tipo de maniobra era más bien ofensiva, en la academia te la enseñaban para combate, y ella a diferencia de los hermanas Saint Honor, había recibido un entrenamiento defensivo.

Por lo que sus maniobras no solían requerir tanto esfuerzo. Aun así, consiguió concentrarse lo suficiente para que funcionara y un par de minutos más tarde se encontró avanzando por el pasillo, mientras el cuerpo tambaleante de Will casi levitaba a su espalda. Acción que provocó el asombro de invitados y cortesanos.

—¿Dónde estamos? —preguntó Will, al notar que ya no se encontraba en el jardín.

Avaluna lo dejó caer sobre la cama con cierta brusquedad.

—¡Oye! —se quejó, indignado—. Ten cuidado, soy más frágil de lo que aparento.

—Solo cállate y duérmete, por favor —pidió, caminando hasta una mesa de madera con forma circular que destacaba junto a la ventana, para servirle un vaso de agua.

—¡¿Ella me vio así?! —exclamó Will, que sabrán los dioses cómo, había logrado llegar hasta el espejo.

Vio sus hermosos cabellos que en lugar de ondulados estaban más bien enmarañados, su piel sin brillo, sus ojeras y su ropa que por alguna razón estaba toda maltrecha. ¿Estaba en una fiesta o en una puta carrera de caballos?

—¿Ella? —Avaluna enarcó una ceja, acercándosele—. Toma —le tendió el vaso de agua.

—Antonia, ¿Antonia me vio así? —preguntó, recibiéndolo.

—Enserio William, ¿Por qué te gusta la Princesa? Es una persona horrible, lanzó a Olivia al acantilado, trata a sus sirvientes como basura...

—Y es mimada —añadió, interrumpiendola—. Impaciente, rencorosa... —frunció el ceño, pensativo—. ¡Debería decírselo! ¡Debería decirle lo horrible que es y que además tiene un pésimo gusto! —exclamó, encaminándose a la puerta.

—¿Qué? ¡No, espera! —Avaluna intentó detenerlo.

Sin embargo, de repente él parecía haber recuperado sus cinco sentidos e incluso había dejado de tambalearse. Ella, sin muchas opciones, decidió volver a usar su hemocinesis, pero se llevó una sorpresa cuando en lugar de ver el cuerpo de William siendo traccionado hacia atrás, sintió el suyo salir disparado hacia adelante, con la facilidad que cede una hoja al viento.

El guerrero se volvió sobre sus zapatos en ese instante para mirarla a la cara. Treinta centímetros de distancia los separaban.

—No hagas eso, Ava —le pidió, serio—. Podrías reventarme algún vaso sanguíneo y me saldrá un hematoma.

Espinas de PlataWhere stories live. Discover now