Era extraño, meditó Olivia, concentrada en cada uno de los movimientos de su esposo; que iba de un lado del salón hasta el otro entre risas y pláticas acompañado por Lady Vera Mayfield, quien estaba colgada de su brazo y parecía incapaz de mantener la boca cerrada por lo menos dos minutos.

Si, era muy extraño ver a Aspen rodeado por una multitud sin que sintiera palpitaciones o comenzara a sudar. De hecho, casi parecía estar cómodo mientras disfrutaba los últimos momentos de la fiesta. 

—Ay, ¿le duele mucho, Majestad? —preguntó Vera, acariciandole la mejilla con suavidad.

—No es nada —sonrió él.

—Fue una gran pelea, felicidades por su victoria. Espero que algún día se anime a ir a alguno de nuestros torneos. En Akantys somos realmente apasionados en todo lo que implique guerra o amor —dijo, batiendo las pestañas.

<<¿Que demonios le pasa? ¿Se le metió algo en el ojo?>> Se preguntó Olivia y sin darse cuenta presionó con más fuerza de la necesaria la copa que tenía en la mano, provocando que el cristral se quebrara en un tintineo que quedó sepultado por el barullo de la habitación. Sin embargo, Avaluna alcanzó a ver la sangre que de repente emergía de su mano y salió en su dirección, alarmada.

—¡Majestad! ¿Se encuentra bien? —exclamó, quitándole la copa rota.

Hasta ese momento la joven Thauri cayó en cuenta de lo ocurrido y se miró la palma ensangrentada. Los fragmentos de vidrio le habían hecho un par de pequeños cortes, pero la sangre era escandalosa y la escena no tardó en llamar la atención de todos los presentes.

Aspen apartó los ojos de Lady Vera en cuanto notó que la música se había detenido abruptamente y sintió como el latido de su corazón pasaba de cien a mil en un parpadeo.

—¡Mi Reina! —se acercó corriendo. La preocupación bailaba en sus pupilas—. Por Dios ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó, sujetándola de la muñeca con delicadeza para inspeccionar bien la herida.

—Nada —contestó Olivia, liberándose de su agarre—.  Fue un accidente. La copa se rompió.

—¿Está usted segura, Majestad? —intervino Lady Mayfield con la voz teñida de angustia—. En su estado no debería pasar ningún detalle por alto. Creo que será mejor si se va a descansar.

¿En serio acababa de enviarla a dormir? Olivia extendió los labios en una sonrisa. La maldita era tan astuta que le vendería esa apariencia inocente hasta a su peor enemigo.

—Tiene usted razón, mi Lady —asintió, tranquila—. Debería irme a descansar, ha sido un día muy largo.

—Vamos, la acompaño —ofreció Avaluna.

—Espero que se recupere pronto, Majestad —volvió a hablar Vera con una sonrisa triunfante, al tiempo que enganchaba su brazo en el de Aspen.

—Esposo —Olivia le clavó los ojos encima al Rey—. ¿Qué estás esperando? Vámonos.

El frunció el ceño sin entender nada ¿Ir a donde? ¿A caso la Reina lo estaba invitado a sus aposentos? Intercaló, nervioso, los ojos verdes entre ella y Vera, y entonces las cosas comenzaron a tomar algo de sentido.

—Si me disculpas, Vera —carraspeó, liberándose de su agarre con la delicadeza propia de un caballero—. Nos vemos mañana ¿Vale? Espero que descanses.

—Lo mismo, Majestad —contestó ella, forzándose a hacer una reverencia mientras los veía marchar rumbo a la salida.

Le pareció injusto ver como Aspen le entornaba la cintura a Olivia con el brazo izquierdo para pegarla más a su cuerpo e iba a haciéndole preguntas sobre si sentía dolor en la mano. Ese debía ser su lugar y no el de una maldita hereje.

Espinas de PlataWhere stories live. Discover now