Capítulo 11: Celos.

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Había sido complicado encontrar una casa que se ajustara a lo que necesitaba pero al final, gracias a su hermana y a su cuñado, la había conseguido

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Había sido complicado encontrar una casa que se ajustara a lo que necesitaba pero al final, gracias a su hermana y a su cuñado, la había conseguido. La domus había costado un poco menos de lo previsto porque al llevar varios años cerrada, el dueño le había dejado un buen precio por ella. Su sueño siempre fue tener un pequeño hogar junto a la playa, donde ver el mar y escuchar el rumor de las olas pero la realidad era mucho mejor, al poder disfrutarlo con su propia familia. Aunque Irene todavía no había podido verla, estaba entusiasmada con la descripción que le había hecho.

Esa mañana se mudaban y toda la familia iba a ayudar en el traslado.

—¡Jo! Yo quiero irme con el tío Paulo —protestó la pequeña Agripina.

—No insistas, Agripina. El tío tiene mucho jaleo como para ocuparse de vosotros ahora.

La pequeña empezó a llorar y Paulo se quedó mirando a su sobrina.

—A ver, ¿qué problema tienes?

—Que quiero irme con vosotros —dijo la niña llorando.

—Y yo... —dijo el pequeño Metellus protestando también.

Paulo miró a sus dos sobrinos y les dijo:

—No lloréis. Intentaré convencer a vuestra madre...

—No puedes cargar con dos niños más. Bastante tenéis con la mudanza. Irene todavía necesita ayuda —dijo Helena.

—Pero estoy yo... —dijo Livia.

En ese momento, entraron las dos hijas mayores de Helena.

—¡Ya estamos aquí, madre! Hemos comprado lo que nos has dicho —dijo Antonia—. ¿Cuándo nos vamos?

—En cuanto venga tu padre. Cogemos las cosas de los tíos y se las llevamos.

—¿Por qué lloran? —preguntó Faustina mirando a sus hermanos.

—Porque quieren irse con vuestros tíos.

—Pues si ellos se van, yo también —dijo Faustina.

—Tus tíos no pueden ocuparse de tantos niños —dijo Helena.

—Pero yo los cuidaría —respondió Antonia.

—¿Tú también quieres irte? —preguntó Helena asombrada de ver que sus cuatro hijos querían marcharse con su hermano.

—¡Déjalos, mujer! Si no nos molestan —dijo Paulo intentando convencer a su hermana—. Es normal que quieran venirse.

A Irene le daba pena ver a sus nuevos sobrinos llorar. Se emocionaba al comprobar el cariño que tenían a Paulo y la rapidez con que los habían aceptado.

Le encantaba formar parte de una familia numerosa. Sus hijos echaban de menos a sus primos y con los sobrinos de Paulo, habían congeniado muy bien.

—Helena, no molestan, de verdad. ¡Déjalos venir! —le pidió Irene.

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