Capítulo 1

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Clemente observó la reacción de su hermana. Estaba tan sorprendida como él, pero lo más extraño, era la poca delicadeza que mostraba Petronio tras la muerte de Lucio. Aquello, le llamó la atención; actuaba como si se hubiese muerto un perro. No había duda que la muerte de su hermano, no le había supuesto una gran pérdida.

—Estás confundido, Petronio. Yo de ti, lo dejaría estar —le aconsejó Clemente.

—¡Jamás me casaré contigo! —volvió a reafirmar Irene convencida de que aquel hombre jamás se convertiría en su esposo. Le daba miedo.

Sin quitar la vista de encima a su propia esposa, Clemente la observó avanzar hacia su hermana. Paulina defendía con uñas y dientes a los que consideraba como suyos e Irene era como su propia hermana. Así que, colocándose junto a ella, Paulina miró de malos modos al hermano de su difunto cuñado, apoyando con su presencia la afirmación de Irene. Si Petronio tuviese algo de inteligencia, jamás se le hubiese ocurrido soltar semejante agravio en presencia de las dos mujeres, porque si había algo realmente estúpido, no era enfurecer a una mujer, sino a dos y encima a su propia esposa. Clemente intentó ocultar la sonrisa que apenas podía disimular. Que su mujer interviniese, era lo peor que podría pasarle al estúpido de Petronio.

—Lo acompañaré hasta la puerta —aseguró Paulina determinada a echar a Petronio de su casa.

En ese instante, el hombre se fijó en la impresionante mujer del senador Clemente. Con un cuerpo hecho por los mismos dioses y un carácter fuerte e indomable, se imaginó que debería ser tan apasionada en la cama como imprudente. Se lamentó no poder poseer una hembra como esa, domarla en su lecho, debía ser tan gratificante como beber un buen vino. Tendría que conformarse con las migajas de su hermano.

—¿Desde cuando una mujer puede opinar?

—Estás jugando con fuego, Petronio. Yo de ti, no ofendería a mi esposa —le advirtió Clemente—. Paulina no necesita ningún permiso para hablar y tampoco destaca por tener paciencia.

Paulina se contuvo de hacer lo que le apetecía, tuvo que enclavijar los dientes en vez de estampar su puño en la cara del imbécil que tenía enfrente.

—Estás obligada a desposarte conmigo —volvió a insistir Clemente centrando la mirada en Irene.

—Y eso... ¿dónde está escrito? —preguntó Paulina realmente enfadada.

Clemente empezó a acercarse a su esposa, conocía a Paulina y sabía de lo que era capaz. Su mujer no había perdido ni un ápice de su apasionado carácter cuando se enfadaba.

—Con la muerte de mi hermano, mi sobrino no puede ser el nuevo pater familias dada su edad, me veo obligado a considerar la adrogatio, querida cuñada. Adoptaré a mis dos sobrinos —dijo Petronio cogiendo de malos modos el brazo de Irene, haciéndole daño.

Sin embargo, sin que nadie advirtiese de dónde lo había sacado, Paulina puso un pequeño puñal debajo del cuello de Petronio y con una calma fría, le dijo:

—Suéltala, o te rajo el cuello aquí mismo.

—¡Paulina! —exclamó Clemente intentando detener a su esposa, antes de que aquello llegase a mayores.

La impotencia y la rabia asomó a los ojos de Petronio. Una simple mujer le había ganado la batalla. Podía sentir el filo del arma en su cuello.

El gemido de miedo y dolor de Irene se escuchó entre la tensión existente.

—¡Suelta a mi hermana! ¡Ahora mismo! —gritó Clemente agarrando a Petronio de la túnica que llevaba, a la vez que intentaba agarrar con firmeza la muñeca de su esposa para que no le abriera la garganta a aquel estúpido.

MÁS ALLÁ DEL CORAZÓN © 5 SAGA CIUDADES ROMANAS #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora