Capítulo 9

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Paulo llevaba un buen rato despierto, pensando en Irene. Lo tenía desconcertado. Era una mujer guapa, culta, educada... criada para ser la mujer de un senador y no la de un centurión emérito. Acostumbrado como estaba a otra clase de féminas, sabía que no era mujer para él. Irene se merecía a alguien mejor, a un hombre de su misma clase social que no la hiciese trabajar pero esa mujer, empezaba a atraerlo. Tenía algo que lo seducía y encima, era su esposa.

Verse obligado a casarse lo había sacado de sus casillas, pero el concepto que tenía de ella había cambiado al hallarla al borde de la muerte. Tras ese hecho, se había planteado redimirse de su error y darle una oportunidad a su mujer. Aunque quién realmente necesitaba una oportunidad era él, en vez de ella. Irene tenía que perdonarle por haber sido tan arrogante y estúpido. Por eso, matar a Petronio, había sido un acto de justicia. Se lo debía a Irene y a su hijo no nacido.

Lo único que lo inquietaba, era cómo iba a dejarla marchar cuando estaba empezando a sentir algo más. Habían practicado sexo dos veces y había disfrutado como un principiante. Eso sin considerar lo que le gustaba tomarle el pelo, era demasiado inocente e ingenua para la edad que tenía. En solo unos días, se había creado un vínculo especial entre ellos e iba a dejar fluir esa relación, sin saber a dónde los conduciría. De momento, congeniaban en el lecho y disfrutaban de su compañía. Otras relaciones empezaban con mucho menos.

—¿Te duele la pierna?

—¿Cómo sabes que estoy despierta? —preguntó Irene medio adormilada.

—Tu respiración ha cambiado. Cuando te has acordado de que estaba a tu lado, has empezado a respirar más rápido.

Irene que tenía los ojos cerrados, no sabía si sentirse contenta o enfadada por la intuición de ese hombre. No podía esconderle nada.

—Y ya que sabes tanto, adivina que estoy pensando ahora...

—¡Uhm...! Creo que lo sé.

—¡No puedes saberlo!

—Ya lo creo que sí... Sé que deseas darte un baño, pero como no puedes andar, estás esperando que venga tu hermana a ayudarte.

Irene se quedó en silencio. Ese hombre era listo como un zorro.

—Sin embargo, hoy vamos a hacer una excepción.

—¿Una excepción?

—Sí, hoy te voy a ayudar yo.

—¡No!

—¡Sí! Vas a dejar que te ayude a asearte y después, te vestiré y te subiré arriba. Llevas mucho tiempo tumbada y te conviene andar un poco.

—Puedo esperar a mi hermana.

—Livia ya tiene bastante con los niños. ¿Te da vergüenza de que vea tu cuerpo?

Irene pensó en su pregunta. En realidad, si que la tenía. Una cosa era dejar que le hiciera el amor en un camastro donde apenas se veían y otra muy distinta, permitir que la contemplara en un acto que era tan íntimo. Eso implicaba un grado de complicidad con la otra persona, que no tenía con Paulo.

—¡Esperaré! —dijo Irene sin contestar a su pregunta.

—Responde a lo que te he preguntado.

—¿El qué...? —dijo irritada.

—¿Tienes vergüenza de que te vea?

—Pues claro que me da vergüenza.

—No tienes por qué tenerla.

—¡Cómo si eso fuese tan fácil de hacer! —exclamó Irene empezando a disgustarse.

—Irene quiero compartir todo contigo, mientras estemos juntos.

MÁS ALLÁ DEL CORAZÓN © 5 SAGA CIUDADES ROMANAS #PGP2024Where stories live. Discover now