―Secretaria ―la corrigió él y se cruzó de brazos―. Las asistentes son mucho más caras y mi abuelo cree que no merezco ni necesito una de momento. Ayer tuviste el placer de apreciar lo mucho que me estima, ¿recuerdas?

―Es... un hombre muy particular.

Él sonrió.

―Esa es una forma muy diplomática de describirlo ―musitó y luego hizo una pausa en la que ninguno de los dos se movió―. ¿Cumpliste con lo que hablamos ayer, Eva?

La joven arrugó la frente hasta que recordó a qué se refería.

―Sí, sí lo hice ―aseguró intentando sonar convencida.

Brad entrecerró los ojos hacia ella.

―¿Y qué comiste?

Eva suspiró.

―¿Por qué te interesa tanto? Tenemos cosas más importantes de las que hablar.

―¿Más importante que tú salud? ―inquirió él con escepticismo y en un tono que rayaba lo burlón ―. ¿Qué fue lo que comiste desde que hablamos? No ha sido mucho, de eso estoy seguro, así que ni siquiera te atrevas a decir que no lo recuerdas.

La castaña parpadeó y se puso tensa. Ante su silencio Brad inclinó el torso hacia adelante aunque siguió con los muslos apoyados en el escritorio.

―Ayer por la tarde comí un sándwich de queso y tomate ―comentó sin molestarse en aclarar que en realidad solo había sido la mitad de este.

―Bien ―la instó él para que siguiera hablando―. ¿Y?

―Esta mañana tomé un café grande con leche y azúcar ―agregó casi orgullosa por lo que había logrado. Había sido espantoso, pero lo había bebido todo por sí sola.

Bradley siguió viéndola como si esperase que continuara y cuando ella ya no lo hizo, su rostro se transformó. Eva nunca lo había visto tan enojado, su expresión provocó que se le helara la sangre, pero fue el golpe que le dio al escritorio con una mano lo que casi la hizo dar un salto.

―Esto se termina ahora ―declaró él y empezó a caminar hacia ella―. No puedes seguir así, vamos.

Eva abrió los ojos de par en par y lo tomó por los dos brazos cuando lo tuvo enfrente.

―¿Ir a dónde? Necesitamos hablar, Brad. Tengo que explicarte algunas cosas, no podemos seguir así. Escúchame un momento, por favor.

Brad respiró hondo antes de responderle.

―No, no podemos hablar hasta que no hayas comido algo, Eva ―insistió―. ¿Entiendes lo grave que es lo que acabas de decirme? No lo haces, ¿verdad?

―Por supuesto que lo sé ―se defendió ―. Sé cuál es mi problema, convivo con él. Estoy teniendo unos días terribles, a veces sucede. Pero estaré bien, no quiero que te preocupes por eso.

―Entonces vamos a almorzar juntos al restaurante de enfrente y hablemos mientras lo hacemos.

De haber creído que podría conseguir comer cualquier cosa delante de él mientras conversaban, Eva habría aceptado solo para que Brad pudiera quedarse tranquilo. Sin embargo, sabía que sería en vano y que probablemente terminarían discutiendo frente a todos los clientes del lugar, en su mayoría empleados de la empresa.

―No puedo ―reconoció en voz alta dándose por vencida y sintiendo que le temblaba la barbilla por la frustración.

Lejos de recriminarle algo, Brad asintió despacio.

―Está bien. Pediré que nos traigan algo, quizás en...

―¡No quiero comer, Bradley! ―exclamó con la voz ronca y al notar que había gritado se frenó para serenarse―. Quiero que me escuches, por favor. Sólo escúchame, ya no podemos seguir así.

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