Allí plantados se habían quedado los tres mirando la plaza como un niño mira un juguete nuevo.
-¿Y ahora qué?.
-Hay que entrar.
-¿Por dónde?.
-Por la puerta, ¿Por dónde sino?.
-¿No hay ninguna entrada secreta ni nada de eso?. -Se alarmó Emily.
-No. Hay que entrar por la puerta.
-¿Por la puerta en la que ahora mismo hay dos guardias vigilando?.
-Por esa misma.
-¿Alguna idea?. -Se desesperó Emily.
-Llevas un arco encima, aunque no lo hayas aprovechado mucho que digamos.-Le recordó Marcus.
--Y ustedes también.-Les recriminó ella.
-Que lo haga Marcus.-Se libró de toda carga Alfred.-El sabe más de estas cosas.
-¿Pero es necesario dispararles?.
-Por favor, que vais a sedarlos no a clavarles una flecha puntiaguda de diez metros.
-Pero el gesto con el arco, el gesto es el mismo, tengo que apuntar a una persona y dispararle una flecha, no me hago a la idea.
-Menudo par, ¿Cómo pensabais que ibais ha ayudado a vuestro reino, llegando aquí y bailando un Valls con Euphoria?. Ya lo hago yo.-Se cabreó Marcus mientras sacaba una flecha sedante del porta flechas.
Se habían colocado detrás de un macetero muy grande y además estaban bastante cerca a la fachada de una cosa y escondidos por la sombra que el tamaño de esta les aportaba. Desde allí Marcus apuntó la flecha y disparo, dándole justo en el brazo al guardia de la derecha, para luego darle a su consternado compañero que se había quedado paralizado del asombro. Ahora los dos guardias yacían en su profundo sueño el tiempo suficiente para poder cumplir con la misión.
-Esto no me ha gustado nada.-Se quejó Emily.-Al igual que no me gusto el día que tuve que hacerlo para salvar a Alfred.
-A sí, cuando me disparaste a mí, porque te recuerdo que era yo a quien disparaste, y no me pareció que te temblara el pulso. Desde la experiencia puedo asegurarte que no se siente más que un sueñecito reparador.-Le recordó Marcus con un visible reproche.
-Ya basta, entremos.-Ordenó Alfred.
Así hicieron, los tres entraron al castillo en el más profundo de los silencios y llegaron a la puerta del gran salón. Emily empujó la puerta que estaba entreabierta y pudo comprobar que no se hallaba nadie en la estancia. Luego, desde allí, accedieron a una de las tantas escaleras del castillo y subieron a la planta superior, donde según las indicaciones de Marcus se hallaba los aposentos de la reina. Ya esta, se encontraban a solo unos pasos de ella, era todo cuanto quería, todo cuanto había anhelado desde niña, ¿Por qué ahora le temblaban las piernas?, ¿Por qué ahora parecía tan asustada?. Un escalofrío le recorrió la espalda desde la cadera hasta el cuello.
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Emily, Alfred y el Luminis
FantasyEmily es una joven aldeana de 18 años, con una imaginación ilimitada y un amor a la naturaleza aún mayor dispuesta a cambiar las cosas. Desde hace mucho tiempo mientras en el reino de Solaris, la gente trabaja sin cesar para morirse de hambre a caus...