Capitulo 16: Habladurías, Fernán.

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Allí se hallaba frente a sus ojos la cabaña de Fernán.

En lo profundo del bosque, entre árboles ancianos, se alzaba la antigua cabaña de madera. Era tal su altura, que si colocaras a un niño en la puerta y lo hicieras mirar al techo te diría que tocaba el cielo. Daba la impresión de que cualquier mínima ráfaga de viento acabaría con aquella estructura que, desafiando las leyes de la gravedad, era muy estrecha y terriblemente alta. Sus tablones desgastados y el techo cubierto de musgo contaban historias de incontables estaciones e incontables generaciones. Un aura de misterio rodeaba el lugar, donde solo los valientes se atreven a acercarse. El solitario habitante, un hombre de avanzada edad, se sumía en la penumbra de su retiro, en una casa con cortinas eternamente cerradas, lejos de la mirada curiosa de la humanidad.

 El solitario habitante, un hombre de avanzada edad, se sumía en la penumbra de su retiro, en una casa con cortinas eternamente cerradas, lejos de la mirada curiosa de la humanidad

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Alfred se sintió un poco abrumado y estuvo tentado a abandonar la idea de visitar al anciano señor, pero por suerte no lo hizo. Ambos jóvenes caminaron hasta la puerta de entrada y una vez allí Emily avisó su llegada con tres suaves golpes en la madera de cáñamo de la puerta.

-Tres golpes, ¿Eres Emily?.-Preguntó una ronca voz procedente del interior de la casa

-La misma Fernán. Traigo compañía, le ruego que lo deje pasar.

-Sí viene contigo pueden pasar ambos.-Respondió amable la ronca voz.

Acto seguido la puerta de la casa se abrió y tras ella el señor les invitó a pasar. Su figura encorvada denotaba los años vividos, y su rostro, marcado por las arrugas y las cicatrices, contaba historias silenciadas. Vestía ropas con diferentes tonalidades del verde y el marrón que se fusionaban con los tonos de la naturaleza circundante, pues, Fernán sentía que aquel bosque era su refugio y que le debía todo a sus maravillosos árboles. Su barba blanca y extremadamente larga, demostraba que, en medio de tanta soledad poco le importaba su apariencia. Su mirada profunda reflejaba la soledad. Lo que nadie sabía era que, en su aislamiento, el señor era cuidador de conocimientos y guardián del umbral entre lo real y lo ficticio.

Ambos jóvenes pasaron a la sala de estar, guiados por Fernán.

-¿Como te llamas muchacho?.-Preguntó Fernán serio pero cortésmente.

-Me llamo Alfred Sylvan.

Aquel hombre, conocedor de miles de saberes, supo que aquel apellido era obsidiano.

-Así que eres obsidiano, dime ¿Qué haces por aquí?.

Emily se vio con la obligación moral y sentimental de interrumpir la conversación para explicar todo lo sucedido. Fernán la miraba con los ojos como platos mientras contaba la asombrosa historia.

-Increíble. Siempre supe de tu capacidades para ver más allá de lo común, de tu eterna curiosidad, pero esto no me lo imaginé nunca. En cuanto a ti muchacho.-Dijo refiriéndose a Alfred.-Has sido muy valiente y sabio al desafiar tus raíces en favor de la justicia y la paz. Ambos sois el dúo adecuado para vuestra misión.

-Podríamos serlo, pero necesitamos un equipo y pensábamos en lo útil que sería tu ayuda.-Le propuso Emily, aunque ya se esperaba la respuesta.

-Jovencita, se muy bien como aprecias a este anciano, pero me temo que en tu misión no haré más que estorbar.-Le respondió sereno y amable Fernán, quien no tenía problemas en reconocer lo mayor que estaba.

- Se equivoca. Usted me contó que de pequeño acudió a clases de tiro con arco, que fue uno de los mejores cazadores de su comarca en los valles del Norte y yo se que por allí la caza es un método de subsistencia bastante común.

-Esa época ya pasó, y me arrepiento muchísimo de haberlo sido, si pudiera volver atrás no lo haría de nuevo.-Respondió con un claro sentimiento de culpa en el alma.

-No te pediremos que hagas daño a ningún ser vivo. Te pediremos que nos enseñes a usar el arco.

-No.-Fue la rotunda respuesta de Fernán, a quien su pasado le atormentaba.-No te enseñare a usar ese objeto malvado y no deberías haberlo usado nunca.-Le reprendió a la joven.

-Lo usaré para salvar vidas no para quitarlas, no es el objeto el culpable sino el uso que se hace del mismo. Debe enseñarnos para salvar a nuestra gente. El arco puede salvarnos y tú lo estás prejuzgando.

El anciano, victima precisamente de los prejuicios de la sociedad, recapacitó y accedió a enseñar el uso del arco a los jóvenes visitantes, así pues, acordaron verse al día siguiente para comenzar las practicas. 

Tras la productiva visita a la casa de Fernán, los dos jóvenes se dirigieron de nuevo a la casa de los Flower por el serpenteante sendero.

-Un hombre interesante ese tal Fernán.-Concluyó Alfred.

-Lo es. Además tiene una gran historia, tras ese aspecto de descuidado y solitario anciano se esconde un valiente héroe, un hombre que superó muchas adversidades.

-¿Cuales?. Se intrigó Alfred, a quien Fernán le había llamado mucho la atención.

-Fernán nació en una aldea del Norte. Allí las cosas son algo diferentes, en el Norte nieva casi todos los días y siempre hace un frio horroroso, del que se te cala en los huesos. Sus habitantes no tienen los recursos de los que nosotros disponemos, como la fruta o el agua. Así que no les queda más remedio que intentar sobrevivir como pueden, y eso implica tener que cazar animales con frecuencia y arriesgarse a caer los agujeros de la superficie helada de los lagos, tan solo para poder beber un poco de agua.

-Pero eso de cazar no es tan malo, en Obsidian se come muchísima carne.-Le interrumpió Alfred.

-Puede que en Obsidian no sea tan malo, pero aquí, en Solaris, cazar es tan malo como lo es defraudar a la familia en Obsidian. En todo caso las aldeas del Sur sabemos lo complicada que es su situación por eso evitamos juzgarlos, aunque, por supuesto siempre nos queda ese rencor dentro, que crece aún más en las épocas de migración, cuando vemos regresar a la mitad de los animales de los que se habían marchado. Les hemos dado la opción de venir a vivir aquí, al Sur, pero ellos no quieren dejar sus tierras ni su cultura. En cualquier caso a la madre de Fernán, que era de nuestra aldea de nacimiento, le costó muchísimo adaptarse a la vida allí. Para Fernán no fue nada fácil su infancia, luego tocó el cielo con una mano al conocer a su amada y cuando la perdió cayó al abismo más profundo.

-Lo lamento mucho por él, no debe haber sido fácil.-Se compadeció Alfred.

Los dos jóvenes cruzaron la plaza de la aldea y surcaron la calle del Álamo hasta la casa de los Flower. En casa los esperaban las hermanas Flower y la pequeña Pola. Todos estaban ya sentados a la mesa con sus platos y al verlos llegar Priscilla detuvo su almuerzo para indicarles donde estaba la comida.

-Hola chicos, si no os importa nos hemos servido ya el almuerzo, Pola y Isabelle tenían muchas ganas de almorzar y ustedes os resistíais a llegar. El almuerzo está en esa cacerola.-Dijo señalando la vieja cacerola de hierro.

-Bueno, es comprensible que almorzarais ya. Nos serviremos nosotros mismos.

-¿Pensabais hacer algo esta tarde?.-Preguntó Priscilla.

-Tenemos que reunir ayudantes para "El Luminis".-Le respondió Emily a su hermana mientras se servía su plato.

-Había pensado que podíamos visitar a Marilyn.-Propuso Alfred aprovechando el momento.

Emily, no sabía por qué, pero cada vez que oía ese nombre se ponía nerviosa. Entonces no se había dado cuenta, más tarde sabría que lo que sentía eran celos. Pero, ¿Tenía motivos para estar celosa?.

-Sí tantas ganas tienes,-Bufó Emily.-Podemos ir esta tarde a ver a tu amiguita.

-¿Te pasa algo?.-Preguntó extrañado Alfred.

-No. Lo siento, es solo que estoy algo agobiada con todo esto.-Emily dijo aquello porque ni ella sabía en realidad que le sucedía.

Emily, Alfred y el LuminisWhere stories live. Discover now