Epílogo

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Fiorella

Tres años después

—¿Es necesario que se vaya?— el señor Sergei pone sus ojos en blanco y coloca su mano suavemente en mi mejilla.

—¿Qué he dicho sobre hablarme de usted?— me pregunta serio.

Es algo que no puedo evitar ha pesar de tantos años. Desde que lo conocí aquel día en aquella mansión nunca me acostumbre a tutearlo ni ahora que somos más cercanos.

Todos lo somos, es algo que me calma, ver que todos se llevan tan bien, bueno casi todos. Porque mi lindo marido sigue sin soportar por completo a Adriano y ni hablemos de Jeremy y el Irlandés.

—Es algo que no puedo evitar— le digo con una pequeña sonrisa.

—Me haces sentir viejo.

—Eso es porque lo eres— dice la voz de Maxi cuando aparece en la biblioteca de nuestra casa, su mirada se dirige hacia la mano que aún tiene el señor Sergei en mi mejilla y levanta una ceja— No que ya te ibas.

—Me estaba despidiendo de Fiorella— le dice sin inmutarse por la molestia de mi esposo. No cambia, sigue igual que desde que nos conocimos y lo amo, amo que estemos mejor que nunca— Y también quería despedirme de mi chico, pero no lo encontré.

—Debe de estar con los mellizos— desde que los conoció tiene una fascinación por ellos bastante peculiar.

—En ese caso, lo iré a buscar— me da un beso en el dorso de mi mano— Prometo no tardar.

—Cuídese mucho señor Sergei— digo abrazándolo.

Al pasar por el lado de Maxi lo toma por la fuerza en un abrazo paternal.

—No cometas ninguna estupidez— le dice mi esposo.

—No prometo nada— le dice el Irlandés.

Aunque me entristece verlo marchar, es necesario que lo haga, según lo que me ha explicado Maxi, el señor Sergei tiene que resolver un asunto urgente en Irlanda.

—Quita esa expresión o traeré a ese viejo de vuelta a rastras— dice llegando hasta mí— Sabes que odio verte así— me da un casto beso en la frente.

—No me gustan las despedidas— digo abrazándolo.

Desde que nos casamos todos nuestros amigos y familiares pasan la mayor parte del tiempo en nuestra casa. Una mansión a las afueras de la ciudad que Maxi decidió comprar tal y como se le describí la casa de mis sueños cuando éramos novios.

—Volverá pronto— dice tomándome del rostro— No puede vivir sin estar cerca de Ayax y los mellizos.

En eso tiene razón, todos en la casa estamos enamorados de esos niños, mi pequeño guerrero cada día crece más y más.

Los mellizos de Diff y Jenny, Dante y Cecilia, son unos niños preciosos. Los nombres corrieron por cuenta del buen abuelo Fabiano, ese hombre es un ángel divino enviado a nosotros.

Con él, nuestros hijos aprenden de todas las cosas buenas y educativas que hay que saber, mientras que la abuela Svetlana les habla sobre sus historias de guerra y violencia, niego con la cabeza por esa imagen.

—¿Y esa sonrisa?— pregunta viéndome con sus ojos llenos de amor. Madonna Santa, este hombre lo es todo, cada día doy gracias por haber aceptado ese trabajo en la mansión de los jardines blancos, aunque vivi muchas cosas horribles, sin ese trabajo no lo hubiera conocido y esa nunca sería una opción.

—Recordaba como Svetlana les hablaba a los niños sobre la vez que decapitó a un oso con solo una roca filosa.

—Esa mujer— ríe, absorbo el sonido que solo mi hijo y yo tenemos el privilegio de escuchar. Todos lo ven como el Zorro, el líder de la mafia que gobierna con mano duro, pero para nosotros es el mejor hombre que existe.

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