Capítulo 2

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Ahí estaba yo, con diecinueve años, (había repetido un curso) delante de la universidad en la que me esperaban cinco años de carrera.
Iba a estudiar Arte Dramático, me encantaba actuar, era mi pasión.

Era un edificio mucho más grande de lo que me había imaginado, sinceramente, era enorme, al igual que todo lo que lo rodeaba. Había un campo de fútbol, otro de baloncesto y otro de voleibol. Distinguí al fondo una piscina climatizada.

La construcción de la universidad, era de ladrillo, reforzada con yeso y pintura color amarillo. Divisé una fuente a cincuenta metros aproximadamente, y me acerqué.

La fuente, tenía un aspecto antiguo, aunque se notaba que se había hecho recientemente. Su forma era rara, no pude distinguir de qué se trataba, y salían varios chorros de agua por los extremos. El tiempo allí, era soleado, y pude ver el arco iris a través del agua y los rayos de sol.

Me sentía fuerte, estaba de subidón, pura adrenalina.

Estuve un rato deambulando por el patio cuando decidí ir a la residencia a dejar mis cosas y ver mi habitación.
Tuve que caminar varios metros para llegar, aunque no estaba muy lejos.

Llegué a la puerta, la empujé y entré. Me sorprendió ver a tantos chicos allí dentro, y algunos empezaron a mirarme de forma rara, por lo que me ruboricé. Solo después de unos segundos me di cuenta en que estaba en la residencia de los chicos. Sentí mucha vergüenza y salí a paso rápido.

Di la vuelta por el edificio hasta toparme con la residencia de chicas, al otro lado. Aún me latía el corazón deprisa.

Entré. Era todo casi igual que en el vestíbulo de los chicos donde había estado hacía un momento. Observé que había unas escaleras a un lado y supe entonces que me llevarían a la habitación. Por desgracia, no había ascensor.

Subí los peldaños hasta la tercera planta, donde estaba mi habitación: la 327. Estaba sudando cuando acabé de subir el último escalón. No estaba acostumbrada a hacer deporte, y subir tres plantas cargada de maletas, no era un pequeño esfuerzo.

El pasillo era bastante largo. Estaba todo en silencio. Recorrí lentamente las habitaciones una por una leyendo el número: 324, 325, 326 y... 327. Ahí la tenía, delante de mí.

Entré en una habitación bastante acogedora, más grande de lo que había imaginado, sinceramente. Estaba pintada de blanco. Al frente, se hayaban dos camas gemelas separadas por una mesita de noche. A la izquierda, al lado de la cama, había una ventana, seguida de un amplio armario. Junto la cama de la derecha había un escritorio y entonces me di cuenta de que... No estaba sola.
Frente a un ordenador, había una chica de cabellos brillantes y dorados como los rayos del Sol. Parecía bastante alta y estaba delgada.
Era obvio que no había captado mi presencia, así que me presenté.

-Hola... Soy Anaís. -Dije, pero no obtuve respuesta. Ni se inmutó.

-Creo que tú eres mi compañera de cuarto. -Volví a hablar. Increíble, ni me miró

Iba a soltarle una grosería, porque por lo menos podría haberme saludado, pero vi que se sacaba los cascos que llevaba puestos, en los que no me había fijado, y se dio la vuelta. Al principio se sorprendió al verme, pero luego me dedicó una dulce sonrisa.

-Perdona, no te oí entrar. Soy Victoria, aunque puedes llamarme Vicky. -Se acercó para darme dos besos y yo le dije mi nombre.

Ahora que veía a Vicky, pude ver que era realmente guapa. Tenía la cara perfecta, unos pómulos adecuados para su cara y una piel suave como el algodón. Sus ojos eran de un azul intenso, parecían irreales, y su sonrisa, una perfecta y blanca dentadura asomaba por sus carnosos labios. Supuse que debía de ser la envidia de todas las chicas, no solo era guapa, su cuerpo tenía unas curvas perfectas. Creo que yo también sentí envidia.

Ese algo llamado amor ©Where stories live. Discover now