Hola, Natalia:
Te felicito. Estaba un poco preocupada por si vendían el libro antes de que encontraras esta carta, pero supuse que Mansfield Park  era una apuesta segura. Y seamos sinceras. No es que los libros vuelen en las estanterías aquí.

Bueno, a lo que iba. ¿Te sorprenderías si te dijera que le pedí al señor Capde que nos pusiera juntas en Química?
¿Y si te dijera que fingí que se me había desatado el zapato para poder esperar fuera del aula de la señorita Mamen hasta que te vi entrar el primer día de clase este curso? ¿Y si te contara la verdad, que me aseguré de rozar con tres dedos la esquina derecha de la mesa antes de sentarme justo delante de ti, y que me pasé la hora entera intentando visualizar la cara qur habías puesto al verme hacerlo?
¿Y si te dijera que, en los tres cursos que tuvimos de Lengua y Literatura antes de este, me sentaba en la otra punta de la clase y me dedicaba a pensar en todas las maneras que tenía a mi alcance para fastidiarte el expediente impecable? Lo intenté quejándome de que te saltabas las normas del uniforme, pero nunca sirvió de mucho. A veces me imaginaba colándome en el despacho de mi padre para cambiar todos tus 9'9 por 8'9. A veces soñaba con toda una conspiración para acusarte de plagio. Incluso se me ocurrió rajarte las ruedas la noche anterior al examen para el grupo Avanzado (reconozco que no fue mi momento de mayor caridad cristiana).

Algunas veces, cuando me sentía especialmente creativa, me imaginaba que podía hacer que te enamorases de mí. En cuanto supe que te gustaban las chicas, vi mi oportunidad. Habría podido besarte en la biblioteca. Habría podido romperte el corazón de un modo exquisito, hasta que se te olvidara lo mucho que te importaba ser la mejor de la promoción. Siempre ha sido tan fácil lograr que la gente me ame... Podía hacer lo mismo contigo.
Lo intenté en segundo. ¿Te acuerdas en Precálculo? Fingí que no entendía algo porque sabía que tú tampoco. Con eso quería acercarme a ti lo suficiente para desplegar todos los trucos que conozco. Pero te lo oliste. No eres como los demás. Los trucos de siempre no sirven contigo.

Creo que fue entonces cuando todo esto empezó a torcerse para mí. Hay cosas de mí misma que no tienen sentido. No sé si este es mi lugar. ¿Cómo es posible sentirse extraña en un sitio en el que todos te quieren? ¿Deberle la vida entera a un sitio y aun así tener ganas de huir? He intentado averiguar por todos los medios qué parte de mí es la que me hace sentir así y por qué este sentimiento es tan inmenso y tan profundo que creo que sale de la parcela más grande de mi ser, nace de la piel que se extiende entre los nudillos y me recorre los hombros y luego también los huesos que están debajo.
Saber que no podría tenerte aunque quisiera... me provoca una herida casi igual de punzante. Es casi la misma sensación. Un sentimiento va de la mano del otro. ¿Qué tienen en común? Preferiría que te guardaras esta carta para ti.
   
                                                                        A.

Cuando Natalia estaba en sexto grado ganó el concurso de ortografía del estado de California.
No fue fácil: no porque le costara la ortografía, sino porque su colegio no creía en "la conveniencia de crear un entorno competitivo para los estudiantes". A los nueve años, volvió a casa con una nota de advertencia por obligar a sus amigos a formar un club underground dedicado a hacer problemas matemáticos cronometrados durante la hora de juego libre. No iban a martirizar a los niños poniéndolos a competir en las rondas eliminatorias del concurso estatal de ortografía.
Sin embargo, Natalia había visto al ganador del año anterior en las noticias locales y se negó a olvidarse del tema hasta que sus madres averiguaron cómo podía prepararse por su cuenta, y entró en la competición. Y luego machacó a todos los demás participantes de once años con la palabra final: "dipsomaníaco".

En cuanto pisó el campus de Willowgrove, se apuntó al equipo de Trivial. También se unió al Club de Francés con la promesa de que habría pruebas en los encuentros y a hurtadillas empezó a fijarse en las notas más altas que había en casa una de sus asignaturas, hasta que descubrió que la única competidora auténtica que tenía era Alba.
Esta carta es la prueba definitiva, ¡sí, definitiva!, de que, a su vez, Alba la ha visto siempre así. Son iguales. En eso piensa mientras arrastra la yema del dedo por la arruga del papel.
Sin embargo, también piensa en que Alba averiguó que el padre de Marta era el dueño de Libros del Campanario. Que a Natalia le gusta pasar las tardes allí entre las páginas.
¿Se enteró de los planes de Natalia tenía aquel fin de semana para poder pasar por la tienda cuando esta no estuviera enfrascada en Mujercitas en un rincón? ¿Comprobó si su coche estaba en la calle? ¿Cuántas veces escribió la nota antes de decidir el número exacto de filigranas en el nombre de Natalia? ¿Se sentó sobre la colcha de color marfil y dedicó un día entero a planear la mejor manera de crear este momento, el de ahora mismo, el de Natalia sentada aquí con su carta, pensando en cómo Alba pensaba en ella?

Le parece incluso más íntimo que el pasaje de Shakespeare en el piano. Willowgrove es donde está (estaba) Alba a diario, pero Libros del Campanario es de Natalia. Alba no tiene llave. Tuvo que entrar por la puerta que Natalia repuntó en verano pasado y charlar por educación con la mejor amiga de Natalia.
Piensa en las puntas de la melena de Alba rozando el escritorio en Precálculo y en el latido nerviso en sus dedos. Si de verdad Alba controlaba esa pantomima, si eso era lo único que significaba para ella, ¿por qué le latía tan rápido el corazón?
Cuanto más se adentra en este asunto, más se imagina las horas que Alba dedicó a prepararlo. También debió de pensar en Theo y Leo, claro, pero Natalia es la que recibió una carta entera escrita en una hoja aparte y dirigida solo a ella. No hay pista que vaya hasta este mensaje ni que continúe desde él.
Cuando Alba estrenó el brillo de labios fue para besarla a ella.
Las posdatas de las tarjetas siempre aluden a algo que solo uno de los tres puede interpretar; pero cuando las junta todas, hay algo que no encaja. Las pistas para Theo y Leo suelen referirse a un recuerdo concreto, pero las pistas para Natalia remiten al arte. No a cualquier tipo de arte: ejemplares encontrados en Libros del Campanario, Shakespeare, El fantasma de la ópera. Eligió a conciencia las obras favoritas de Natalia, escribió acertijos con los recursos de la propia Natalia y los escondió en sus lugares preferidos. Como si Natalia fuera especial.
Se queda pensando.
¿Y si es por eso por lo que Alba quiere que Natalia sepa quién es?
¿Y si aquel beso en el ascensor fue algo más que la primera fase de un plan?
¿Y si Alba es algo más que una zorra malvada? ¿Y si Alba es una zorra malvada que está enamorada de ella, eh?

—Ay, Natalia, menos mal que has llegado —le dice su mamá cuando por fin entra en casa. Le muestra una de las mil piezas de un puzle que está desparramado por la mesa de la cocina—. ¿Describirías este color como miel o ámbar?
—Es amarillo —contesta.
—¡Gracias! —dice su mami—. ¡Al montón de las piezas amarillas!
—Pero el montón amarillo tiene cinco subapartados, María.
—¿Por qué lo complicas tanto, Callie?
Agradecida por la distracción que le permite pasar de largo, Natalia se escabulle a su habitación. Saca el portátil del escritorio y lo mantiene en equilibrio sobre una mano mientras se desabrocha la cremallera de la falda y deja que se deslice hasta el suelo. Está tan desesperada por tener otra pieza de Alba que le pica todo el cuerpo. Abre el documento de Google Docs al instante y...
Allí, en la parte superior de la página, en pequeñas letras grises Última modificación: hace unos segundos.

Cuando fija la mirada en el espacio que hay debajo de sus dos palabras, ¿Dónde estás?, ve un cursor verde que se detiene.
Pasa el ratón por encima hasta que aparece el nombre de la persona que está modificando el documento: AR.
Alba está ahí. Alba tiene el documento delante ahora mismo. Por primera vez desde la fiesta de fin de curso, están en el mismo lugar a la misma hora.
A Natalia se le enreda el pie en la falda, chilla y se cae de lado en la alfombra.
Cuando recupera el portátil del suelo, el cursor ha desaparecido; esté donde esté Alba, debe de haberse dado cuenta de que Natalia se había conectado y ha cerrado la ventana lo más rápido posible. No hay nada nuevo en la página, solo el mismo espacio en blanco del que ha desaparecido el cursor de Alba. Pero la información de la parte superior dice que la última modificación fue hace unos segundos antes. ¡Qué cerca ha estado!

Pero... un momento. El cursor de Alba no podría estar donde estaba si no hubiera nada escrito por debajo de las palabras de Natalia.
Acurrucada a los pies de la cama en ropa interior, Natalia le da al botón de Ctrl con un dedo y a la tecla A con otro para seleccionar todo el texto del Google Docs.
Alba ha escrito en tinta blanca. Tinta invisible.
Debajo de ¿Dónde estás?, ha escrito una única línea.
Venga ya. Hay un millón de preguntas más interesantes que podrías hacerme.
—Cabrona —suelta Natalia, y teclea: Vale. ¿Por qué te fuiste?
Una pausa. Natalia logra quitarse la falda por los tobillos y contiene la respiración. Luego, las letras AR aparecen en un bocadillo de diálogo en la parte superior del documento. Alba debe de tener activadas las notificaciones de modificación del texto; Dios mío, ¿cómo no se le ha ocurrido antes a Natalia?
Otra frase surge en la página, esta vez en negro.
No creo que de verdad quieras que te lo ponga tan fácil. —Y luego—: ¿En qué piensas ahora mismo?

En ti —teclea de forma automática, antes de recordar que Alba puede verlo, y a continuación añade a toda prisa—: y en que se te acaba el tiempo para volver. Las pruebas del grupo avanzado y los finales son la semana que viene.
Espera.
Gracias por recordármelo —escribe Alba—. ¿Cuál es la última nota que has encontrado?
En realidad era una carta —teclea Natalia—. La que me dejaste en Libros del Campanario y me pediste que no le enseñara a nadie.
Pasa un segundo, y otro, y entonces el cursor de Alba desaparece.

Bueno, hemos tenido porfin una interacción albalia aunque sea por mensaje, ¿Qué opinais?

He besado a Alba Reche Where stories live. Discover now