16

25 3 0
                                    

—¡Eh! —contesta Marta al cabo de dos tonos.
—Martaaa —dice a su vez Natalia.
Las estanterías saturadas de libros de la tienda ocupan toda la imagen. Marta lleva su camiseta favorita, una de manga corta que en su día fue blanca, con un dibujo del oso que sale en todos los anuncios de los parques forestales rodeado de criaturas del bosque y el eslogan "Cuidado, hay niños sueltos en el bosque", y bebe a morro de su botella de agua que tanto apoyo emocional le brinda. Seguro que ha llegado una remesa nueva a Libros del Campanario; es la única razón por la que iría allí, teniendo en cuenta que cierran los domingos.

—¿Sabes una cosa? Me alegro de que hayas dado con tu estética gay —le dice Natalia—. Lo de aspirante a guardia forestal te queda genial.
—Gracias. No sé por qué he tardado tanto en encontrar mi estilo. Supongo que no se me había ocurrido que ser girl scout y ser lesbiana pudiera ser lo mismo.
—¿Te acuerdas de tu fase "Hey, Mama"? —pregunta Natalia.
—¡Por favor! Me duró como una semana —se queja Marta.

En el año que ha transcurrido desde que Marta le contó a Natalia que le gustaban las chicas, ha pasado por media docena de estéticas lesbianas distintas en un intento de encontrar la que mejor encajaba con su personalidad. Primero se hacía coletas, se ponía sujetadores deportivos Nike y practicaba ejercicios faciales para que se le marcara más la mandíbula; luego pasó por una fase femme a tope con pintalabios rojo y tatuajes temporales; después llegaron los vaqueros cortados y las cazadoras de cuero de segunda mano, y, exactamente una vez, se planteó raparse el pelo al cero e intentar entrar en el equipo de fútbol. Al final, la mami de Natalia le regaló un mosquetón de montaña a Marta cuando cumplió los diecisiete y esta se cortó el pelo por encima de los hombros y una cosa llevó a la otra. Ahora  tiene el pelo un poco más largo.

—¿Donde te has metido? —pregunta Marta—. Te mandé como tres mensajes anoche para ver si te venías a casa de Oli para la sesión de cine.
Natalia hace una mueca.
—Hoy ha llegado mi mamá de Portugal —contesta—. Mi mami se ha vuelto loca limpiando la casa. Hasta hizo al horno un auténtico turducken. Es toda una movida. ¿Qué tal la peli?
—Al final cambiamos de plan e hicimos una cata de palitos de mozzarella.
—¿El qué?
—Álvaro nos llevó a dar una vuelta en coche y elegimos palitos de mozzarella de todos los locales del pueblo. Luego los clasificamos en una escala del uno al diez según el sabor, la presentación, la integridad estructural y la salsa en la que se mojaban.

—Ay, madre. Cuánto siento habérmelo perdido. ¿Pusisteis en común los resultados? ¿Cuál gano?
—Natalia, somos queer. No se nos dan bien las mates.
—Bueno, vale, la próxima vez iré yo y haré un Excel.
—Por eso te necesitamos —dice Marta—. Una vez en cada generación, nace una persona bisexual capaz de hacer cálculos matemáticos. Tú fuiste la elegida.

Pasa la llamada al portátil y desliza la cara de Marta a un lateral de la pantalla. Va abriendo Chrome mientras Marta le cuenta que Oli estuvo a punto de vomitar en un arbusto por que no para de insistir en que no es intolerante a la lactosa, aunque salta a la vista que sí. Marta y ella suelen pasarse horas hablando por FaceTime mientras van haciendo deberes o repasan en silencio lo que tienen en el móvil. Lo que más le gusta de Marta es que siempre se siente cómoda cuando está con ella, incluso cuando está cabreada o estresada o cuando se siente rara o insegura. Con Marta todo es fácil.

—¿Llegaste a adivinar a qué venía la tarjeta? —pregunta Marta—. Me refiero a la que te dejó Alba en el Taco Bell.
Ah. Por eso todo es tan fácil con Marta. Porque puede leerle la mente a Natalia.
—Chica popular en busca de atención, supongo —dice Natalia. Va pulsando el teclado casi sin pensar y, sin saber cómo, acaba consultando la cuenta de correo que les dejó Alba. Hum. Bueno, ya que está ahí, podría revisar los borradores. Quizá haya algo nuevo desde las últimas cinco veces que lo ha mirado—. ¿A quien le importa?
—Pues... ¿a ti hace tres días? —señala Marta—. Tipo..., ¿mogollón?
—Pensaba que estabas harta de que me quejara de Alba —dice Natalia.
No encuentra ningún borrador nuevo, pero la fecha de la última modificación del que hay en la carpeta dice que alguien se ha conectado por la mañana. Sospechoso.

—A ver, más o menos —dice Marta—. Pero que te besara Alba Reche es lo más interesante que nos ha pasado a cualquiera de las dos en mucho tiempo, así que digamos que me interesa.
—El beso no fue para tanto, la verdad —miente Natalia de forma espectacular—. Es igual, ahora es problema de Theo.
—Vale, no me lo cuentes.

Debería contarle la verdad a Marta. Incluso se le pasa por la cabeza hacerlo. Marta conoce todos sus demás secretos. Pero Natalia siente una especie de protección feroz hacia este, incluso con Marta. O, mejor dicho, especialmente con Marta. No está segura de si quiere oír la opinión de su amiga en esta situación. Marta es la luz del lado oscuro de la luna de Natalia y, algunas veces, Natalia no quiere ver qué sucede por ahí.

—¿Tienes tiempo de hablar superrápido de una cosa?
—¿Es por lo del trabajo de Francés? —pregunta Natalia, que no ve el momento de cambiar de tema—. Porque te prometo que estoy investigando una burrada sobre la insurrección de junio.
—Ver Los miserables no cuenta.
—Pues no entiendo por qué no.
—Madame Galera dijo específicamente que no podemos usarlo de fuente.
—Genial, pues ya investigaré de otra manera. Por ejemplo, leyendo Los miserables.
Mira, mientras escribas tu mitad del trabajo, no me importa. Solo quiero que este curso acabe de una vez.
Natalia asiente con la cabeza.
—¿Podrías mandarme lo que tengas apuntado de momento?
—Claro, espera.
La cara de Marta desaparece un momento y luego se oye el ping de un email.

Mientras Natalia abre la bandeja de entrada, se plantea mandar un mensaje a Alba con una lista de todos los motivos por los que ha mosqueado a Natalia, pero es imposible que Alba muerda el anzuelo. Ni siquiera está respondiendo a los mensajes de texto de Theo ni a los comentarios de Instagram de sus amigos; solo se comunica a través de las crípticas notas. Todo es un acertijo, una palabra escrita del revés que solo se puede leer si uno la acerca a un espejo. No responderá a algo tan obvio.
—Guau, con código de colores —dice Natalia al abrir el Google Doc que le ha enviado Marta—. Veo que has incorporado mis sugerencias.
—Sí, bueno, a estas alturas, el cincuenta por ciento de mi interacción humana es a través de Google Docs, así que necesitaba un poco de estructura.

La prohibición de los móviles en el campus es muy estricta en Willowgrove, pero la mayoría de los estudiantes tienen sus estratagemas. Una de la más populares: crear un Google Doc y dar permiso de edición a los amigos para que todo el mundo pueda escribir allí como si fuese un grupo de chat extraoficial. Parece que sean deberes y, si el profe se acerca mucho, siempre se puede borrar todo.
Algo manipulable, algo fácil de esconder...
—¿Natalia? —dice la voz de Marta, y Natalia da un respingo.
—Ay, perdona, estoy empanada —suelta Natalia—. ¿Qué decías?
Marta frunce el entrecejo y se recoge el pelo detrás de la oreja.
—Te estaba recordando que tenemos que entregarlo el 26.
—Ya lo sé —le asegura Natalia, aunque no sabe por qué pensaba que era el día 28—. Incluso iré a clase con un cosplay de revolucionaria francesa total el día que lo entreguemos. Lo voy a bordar.
—Guay, yo seré María Antonieta —dice Marta—. Podemos llevar una guillotina y hacer una recreación histórica. Por cierto, quería contarte al...
—Ay, perdona —exclama Natalia, y clica para crear un documento nuevo de Google Docs. Se le ha ocurrido una idea—. Tengo que hacer algo. ¿Hablamos luego?
—Vale, ¿mañana?
—Sí, vale —contesta Natalia—. Tequieroadiós.

Cuelga y copia la URL del documento, luego la pega en un email en blanco, pone en destinatarios la dirección de email que les dio Alba y envía.
Se imagina a Alba recibiendo el ping en el teléfono. Quizá esté en un hotel con una tarjeta de crédito robada, envuelta en un albornoz blanco de rizo con un carnet de identidad falso y varios billetes abiertos en abanico encima de la mesita de noche, mojándose los labios en el borde de una copa aflautada de champán. Quizá esté encerrada en alguna cabaña del bosque, repansando el ejemplar de Emma. Quizás esté en una playa de Gulf Shores dejando que un estudiante de segundo de carrera llamado Brayden le lama los dedos de los pies
Esté donde esté, verá la notificación. Y entonces abrirá el correo y verá el enlace. Y entonces clicará en el enlace y verá el documento que ha creado Natalia y las dos palabras que ha escrito al principio de la página:

                        ¿Dónde estás?



Holaaaa, ¿Qué tal? ¿Creéis que Alba responderá al mensaje?

He besado a Alba Reche Where stories live. Discover now