6

106 6 6
                                    



ᴀʟʟ ᴛʜᴇ ɢᴏᴏᴅ ɢɪʀʟꜱ ɢᴏ ᴛᴏ ʜᴇʟʟ



Comencé a subir las escaleras cuando comprobé que nadie tenía la atención sobre mí. Por lo general, no había una regla estricta sobre subir a las clases durante el almuerzo, pero sí que despertaba curiosidad. Así conseguí llegar a la segunda y solitaria planta. Allí sentí que el corazón se me iba a salir por la garganta y no dejaba de pensar en las cosas que podían salir mal. Iba a hacerlo, o más bien, tenía que hacerlo si no quería sufrir algún tipo de consecuencia, fuese cual fuese.

Y allí estaba, la puerta de los baños de chicas de la segunda planta. No había nadie por los pasillos y debía apresurarme si no quería ser vista. Lo cierto es que en ningún lado se especificó que tuviesen que ser los de chicas, pero supongo que era algo evidente. Antes de aventurarme a meterme en uno de los cubículos elegantemente construidos con ladrillos, me paré a comprobar el papel con las instrucciones de nuevo. No quería cometer otro error más y sumarlo a la lista. Entré en el indicado y cerré la puerta con pestillo. No sabía cuántos iban a venir, ni cuándo iban a hacerlo, así que solo esperé mientras sacaba la bolsa con unas pastillas diminutas de color blanco. No tenía ni idea de qué eran y tampoco quería saberlo por mi bien; al menos si me pillaban y me interrogaban, mi desconocimiento podría ser algo clave. O puede que no y ya estuviera condenada al mismo infierno solo por realizar una venta.

Transcurrieron diez minutos sin que nadie viniera y yo tenía demasiadas bolsitas para vender. No dejé de revisar la hora, deseando que el timbre que señalara la finalización del almuerzo sonara. Sentía que, si dejaban pasar más minutos, yo iba a acabar con cada una de mis uñas. Quería que fuese alguien, quería realizar la primera venta para acabar con mi nerviosismo. Porque una vez realizara la primera, todas serian iguales y necesitaba saber que era algo sencillo y soportable.

Entonces se escuchó la puerta abrirse, seguido de unos pasos que avanzaban por el interior del baño. No sabía qué era peor, que nadie acudiera o que sí lo hicieran, porque me sentí indefensa y temía que me pillasen. Había demasiadas formas de husmear por los baños; arriba, debajo de la puerta y entre baños. Solo bastaba con echar una miradita y ya me tenían.

«Mierda, ¿y si es un profesor? ¿Y si ya vendieron aquí y conocen el lugar de venta?»

No dejaba de repetirlo en mi cabeza, y como respuesta, mi cuerpo no quiso respirar para no hacer ruido. La puerta a mi izquierda se abrió y gracias a la iluminación, podía ver su sombra entrar en el cubículo para después cerrar la puerta. No moví ni un músculo y deseé no existir en esos momentos.

—¿Tienes papel? —escuché decir a un chico cuya voz desconocía así que podría haber sido cualquiera.

—S-sí... —conseguí decir instintivamente, pero entonces me quedé en blanco. Había un protocolo escrito en el papel que no recordaba, estaba tan preocupada porque no me pillaran que olvidé memorizar lo que yo tenía que responder. Comencé a buscar el papel en el interior de mi bolso, pero no conseguía encontrarlo.

«Mierda. Mierda. Mierda...»

¿En qué baño estás?

¡Era eso! Tenía que preguntar eso. Por suerte ellos se sabían bastante bien lo que yo debía preguntar y por alguna razón decidió ayudarme. «Gracias, seas quien seas por echarme una mano y ojalá que no se lo cuentes al chico con el que hablaste.»

—A tu derecha —respondí de inmediato.

Segundos después, dos billetes de veinte dólares aparecieron por la ranura de abajo que conectaba con el baño contiguo, lo cual quería decir que quería dos bolsitas. Me dispuse a cogerlas de inmediato para también mostrarlas por la ranura justo al lado de su mano con los billetes. Noté su mano agarrar el par de bolsitas con pastillas y por ello me encargué también de coger los billetes de inmediato. Entendí con rapidez la razón que me llevó a estar vendiendo de esas cosas. Seguramente habrían hecho esto mismo aquella noche en la fiesta. Kilian les mostraría la droga y ellos el dinero. Pero cuando yo lo distraje con la llamada, aquellos chicos aprovecharon y cogieron la bolsa sin entregar el dinero. Por eso corrían como desalmados calle abajo, se habían llevado un gran botín totalmente gratis. Y al no poder pillar a los chicos, Kilian lo pagó conmigo y en parte tenía razón; fui tan tonta de llamar a la policía prácticamente a su lado, alertándolo por completo.

DHARMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora