Capítulo 16: Ven, es momento de arreglar las cosas

410 21 0
                                    

-¡Mira nena! ¡Ahí están los monos!- me gritó Julián con emoción mientras que me cargaba para acercarme al límite de donde podíamos acercarnos. Me abrazó con ternura mientras que observábamos a los primates. Ya estábamos cerca del horario de cierre, pero eso no evitaba que mi corazón se desbordara al ver a los animales de la selva. -¿Quieres ver a los elefantes?- casi sentí que brincaba de la emoción -¡Claro, Julián!- le di la mano y caminamos. La enorme gorra de Julian evitaba que el sol quemara mi rostro, pero de momentos tenía que acomodarla para que no me tapara la visión. Caminamos unos minutos hasta que llegamos a la tierra de los elefantes, donde observé con mucho detenimiento buscando entre la maleza un elefante. -No veo ninguno...- dije desanimada, perdiendo mis ojos entre las plantas -¡Mira, mi niña!- me gritó el pelinegro, levantando mi mirada hacia la derecha, donde pudimos ver a un elefante con su cría. -¡Wow!- grité y me perdí en la escena del pequeño elefante comiendo y su mamá cuidándolo. -ATENCIÓN A TODOS LOS VISITANTES, LES RECORDAMOS QUE EL ZOOLÓGICO CERRARÁ EN 10 MINUTOS.- ¿10 minutos nada más? -¿Nena?- me giré y le di la mano al jardinero de los Escarlatas -Es hora de ir a casa... ¿quieres comer?- negué y me sentí triste al pensar que casi no habíamos podido ver a todos los animales. -¿No tienes hambre?- negué nuevamente -Te dije que no.- respondí y, al observar el gesto torcido de Julián, supe que había cometido un gran error. 

-Vamos, señorita.- giró sobre sus talones y, tomando entre sus manos la mochila que traíamos con nosotros. -Jujjulián... Lo siento.- me acerqué a él y lo observé: parecía que echaba humo por las orejas. -Vamos a la casa.- caminó y lo seguí sin más remedio. Pasamos de largo algunos animales y, finalmente, llegamos a la tienda de regalos. Al ver las vitrinas, me quedé perdidamente enamorada de un elefante color azul cielo. Lo observé detenida y desee con toda mi alma tenerlo entre mis manos. -Anna, te dije que ya nos vamos.- Julián se encontraba a unos metros de mi, observándome con dureza. Di un rápido vistazo al animal de felpa y caminé con la mirada baja siguiendo al pelinegro. Al llegar a la camioneta, me abrió la puerta y me abrochó las cintas de la silla, cerrando tras de si la silla. No hubo beso. No hubo caricia. No hubo chupón. Subió al auto y arrancó el motor, sumiendo el trayecto en un sepulcral silencio que hacía que la piel se me pusiera de gallina. 

***

Llegamos a la casa y el proceso se repitió a la inversa. Bajamos del auto y entramos a la casa en silencio, como si no existiera el otro. -Sube a tu habitación.- dijo de espaldas a mi, mientras caminaba hacía las escaleras y entraba al gimnasio. Me quedé petrificada, completamente estática, como si me hubieran clavado a la tierra misma. Sin más remedio, subí las escaleras, pasando de largo la biblioteca y el gimnasio. Escuché la fuerte música salir de la habitación y no pude evitar asomarme con disimulo para ver qué hacía el pelinegro. Lo observé recostado en una banca, levantando con fuerza una barra con grandes discos de peso. Lo observé, concentrado, perdido en lo que hacía. -¿Quién te dijo que espiar es cortés?- dijo, aún manteniendo la mirada en el techo mientras levantaba la barra. Me acerqué lentamente y con las piernas temblándome, así como con el corazón desbordándose de mi pecho. -Te pregunté algo, Anna.- caminé un poco más y tragué saliva antes de hablar -Lo ssisssiento, Julián.- la voz temblaba como la gelatina misma -Lamento haberte espiado y mi actitud en el zoológico.- el pelinegro dejó la barra sobre su soporte y se incorporó -Anna, habías prometido que no serías descortés.- asentí y sentí que una lágrima me corría por la mejilla -¿Sabes que debo castigarte, cierto?- asentí y temblé. -Pensé que el correctivo de la vez anterior había sido suficiente, pero veo que no lo fue. Como castigo, en esta ocasión, no iremos mañana a la Liga y tienes prohibido utilizar tus cosas de softball.- se levantó y caminó a apagar la música. Sin saber de dónde o por qué, me dolió con toda el alma no poder utilizar mi guante y mi bate. 

Asentí y me giré para salir -¿Quién te dijo que podías retirarte, Anna?- volví la mirada para encontrarme a un duro y frío Julián. -Este castigo dura de aquí a que regrese de la gira con el equipo. Tienes estos 4 días para pensar en lo que hiciste y entender bien por qué te estoy castigando. Pero si lo entiendo... Sé que lo hice mal... Pero nunca pensé que me dolería así. -Está bien...- tragué saliva -¿Puedo retirarme ya?- el jardinero asintió y tomé mi existencia y me retiré a mi habitación. Al llegar, me senté en la mullida alfombra y dejé que las lágrimas me invadieran. Me recosté haciéndome un ovillo y lloré, dejando que la tristeza de mis errores -sumados al merecido castigo- me llenaran. Nunca pensé que me dolería tanto no tener un implemento deportivo. Nunca pensé que me dolería tanto no tener un beso de despedida. Nunca pensé que me dolería así la indiferencia del jardinero central de los Escarlatas. Me levanté del suelo y seguí llorando mientras que sacaba un libro e intentaba colorear, como si eso pudiera hacerme sentir mejor. Dibujé uno de un dinosaurio cuando se me ocurrió como mejorar la situación. Tomé una hoja con un sol y lo coloreé con mucha dedicación, mientras que utilicé un lápiz para agregarle a los costados unas pelotas de béisbol. Hasta abajo, le escribí un pequeño mensaje a Julián 

La pequeñita de papáWhere stories live. Discover now