Capítulo 2: Créeme que no te arrepentirás

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Despertar el día de hoy no fue tanto problema. Y no lo fue porque, después de tanto tiempo, por fin pude conciliar una noche sin pesadillas. Sin despertar cada 30 minutos. No.. esta noche pude soñar con paz y tranquilidad, imaginando una familia amorosa, llena de cariño y armonía, en donde despertara arropada con cobijas limpias y una sonrisa de mamá y papá al verme una vez más. Si bien había sido una noche tranquila, la presencia anoche del pelinegro me había hecho pensar mucho en qué se sentiría el amor. Y no sólo el amor de pareja, sino el amor filial, incondicional. Ese amor que, por nada del mundo, se va. Algo que, desgraciadamente, no había logrado experimentar en los cortos años de vida que pasé con mis progenitores. 

Pero hay algo que tengo por cierto: las cuentas no se pagan solas. Con rapidez, tomé una ducha y me alisté para ir al restaurante. Me dolían los zapatos de usar los sugerentes tacones de anoche, pero espero que dicho suceso no se repita pronto... O mejor nunca. Ser objeto de la vista de los hombres del bar de Alexander no es mi mayor ilusión. Amarré mi cabello en una coleta alta y tomé una manzana para el camino,  junto con una botella de agua, armaron el mejor desayuno que podía pagar de momento. Me di un rápido vistazo frente al espejo y, al verme menos desaliñada que ayer, sonreí y caminé a la parada del autobús para emprender un nuevo viaje de trabajo. Un día más. Un día menos que vivir. Un paso más cerca de pagar las cuentas... O de que ellas me pagaran a mi... Al final, si hay algo de lo que tengo certeza, es que debo valerme por mi misma y salir adelante a como de lugar. 

***

-¿Piensas quedarte toda la tarde ahí sentada?- me gritó fuertemente Lois al verme sentada en una mesa durante mi descanso, el cual noté que había terminado hacía unos minutos. -Nnno señor, solamente tomaba un descanso... Lamento los inconvenientes.- dije, disculpándome y levantándome sin terminar mi emparedado, cortesía del menú de empleados. -Más te vale que inicies a trabajar pronto, Anna. No tengo mucha paciencia y parece que me quieres poner a prueba.- tragué saliva y asentí. Sumisa, con la cabeza baja, caminé de vuelta a mi estación y continué cobrando las órdenes de los comensales, intentando poner mi mejor sonrisa. Al ver a las familias que se daban cita en el restaurante, no pude evitar pensar en el pasado, en la época en que creo que tuve una familia. Sonreí al ver a un padre cargando en brazos a su hija, llenándola de besos en la frente y de cosquillas en la barriga. 

-¿Por qué tan sola, pequeñita?- dijo una fuerte voz, interrumpiendo mis pensamientos y sueños lejanos. Levanté la mirada con delicadeza hasta encontrarme con los profundos ojos negros del mencionado pelinegro de la noche anterior. -Te preguntaré de nuevo, chiquilla. ¿Por qué tan sola, pequeñita?- apenada, sonreí y le dije -Buenas tardes señor... ¿qué desea ordenar?- cortando de tajo su pregunta anterior. Deja de temblar, Anna. -Sería un especial #3 y una orden de cajita sorpresa... ¿cuál es el juguete que incluye?- Me preguntó sonriente, ignorando mi anterior descortesía. -La cajita sorpresa puede llevar este bonito osito rosa o este elefante morado... ¿cuál desea?- pregunté, afrontando la dura mirada del pelinegro. -¿Cuál te gusta a ti, pequeñita?- ¿Pequeñita? ¿Cuándo va a dejar de llamarme así?  -Mmme gusta el elelefante.- la voz me temblaba a cada segundo que estaba frente a mi. -De acuerdo, sería todo... ¿Irás al bar esta noche?- preguntó por lo bajo, casi en un susurro. Lo miré con discreción y asentí levemente, ya que si alguien se enteraba que me encontraba laborando en dicho lugar sería un gran problema tanto para mi como para Alexander y bueno, después de toda su ayuda, lo menos que quería era causarle un problema. 

-De acuerdo chiquilla... Te veo allá entonces.- dijo, entregándome un billete para pagar. Levanté la mirada para entregarle el cambio cuando el hombre depositó un tierno y casto beso en mi frente, a lo que me quedé atónita. -Guarda el cambio, Anna.- me dijo. -¿Ccocomo sabe mi nombre?- Temblé. -Está en tu delantal, bobita.- ¿Bobita? ¿Pero quien se cree? ¿Y por qué no puedo responderle que se calle? ¿Qué me hace su presencia? -Gracias, ¿señor?- pregunté con una valentía que desconocía en mi ser. -Señor Amador. Julián Amador, pequeñita. Estoy aquí a tu servicio.- me hizo gracia el comentario y solté una ligera risita, intentando disimularla y no llamar la atención. -Tienes una hermosa sonrisa... No la escondas, chiquilla.- me sonrió y dio la media vuelta al otro lado del restaurante, donde recibiría su comida para llevar. Atónita, miré el reloj y pensé que en menos de 4 horas, podría verlo de nuevo en el bar, lo cual me generó un raro sentimiento de tranquilidad, como si este hombre no sólo alterara mis nervios, sino que fuera quien los tranquilizara.

La pequeñita de papáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora