La erosión

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Han pasado tres semanas del juicio. Para Louise, pareciera que ha pasado más de un año. No ha podido ver a sus hijas ni a Mary. En el momento en el que abandonó el juzgado fue metida a una camioneta grande donde la llevaron en un viaje de quince horas. Ahí fue el momento en el que Greta le dijo al chófer que parara. Al parecer, ya no las seguían.

Al día siguiente de su llegada, el apartamento donde se quedaron se llenó con más de quince personas que nuevamente trabajaban a todo vapor. Todas ellas ajenas a su sufrimiento. La variación es que ahora son vigiladas todo el tiempo por guardias de seguridad.

No tiene idea de su localización, solamente la dejan utilizar el teléfono para marcar a sus hijas verificando cada palabra que emite. Louise no confía en Greta. Siente que todo se está yendo al carajo nuevamente y no puede haber una persona más responsable de eso que ella misma. No puede quitarse la culpa que le creó saber qué Christopher, a pesar de todo, la había salvado, y ella a cambio, lo había traicionado.

—Buen día, Louise —dice Greta entrando a la habitación en donde se encontraba Louise.

Louise se rehúsa a siquiera a regresarle la mirada.

—Te agradecemos mucho tu paciencia durante estos días, vaya que ha sido una locura.

Greta comienza a emitir una letanía sobre logística y diversas reuniones que tendrán en la siguiente semana. También le entrega una serie de documentos que debe firmar señalando los diversos lugares donde debe hacerlo.

—¿Quieres una medalla por tu esfuerzo, Greta?

—No me caería mal... —Greta hace una pausa mientras se sienta sobre el escritorio que tiene a un lado—. Noto tu enojo. Te propongo dejarnos de estupideces. ¿Aceptas?

Louise le regresa la mirada y asiente.

—Yo empiezo. El tribunal administrativo ha aceptado nuestra petición. El juicio empezará en unos días y necesitamos enfocarnos totalmente en ese aspecto. Tu asunto, por otro lado, ya no será nuestra prioridad, pero se lo turnaremos a alguien, aunque honestamente creo que se llegará a un acuerdo antes de que...

—¿De qué demonios estás hablando? —dice Louise, su tono de voz adquiere rabia.

—No te preocupes. Será alguien calificado —dice Greta riéndose.

—¿Es una clase de broma? ¿No eres consciente de lo que acabas de hacerle a mi vida? ¡No puedes hacer esto, Greta, no a mis hijas!

—Sí puedo, Louise.

—¿No tienes algún tipo de dignidad? Como mujer deberías...

—¿Debería qué, Louise? —Greta la interrumpe.

—Deberías sentir algo de empatía por lo que le está pasando a mi familia, a mis hijas.

—Ay, Louise, ¿acaso me estás pidiendo que me identifique y empatice contigo por el hecho de ser mujer?

Louise se queda atónita, honestamente, no esperaba esa respuesta y la risa que acompañó al comentario.

—No podría haber algo más ambiguo, inexacto e idiota que eso. Tú y yo no tenemos nada, absolutamente nada, con qué relacionarlos. Soy hija de padres indocumentados que, en su intento de regresar al ser deportados, murieron. Así que como debes suponer, tu vida y la mía, no tienen parecido alguno. Eres la menos indicada para pedirme que apueste por ti por una estúpida serie de valores.

—Entonces, ¿qué demonios estás buscando? Dime la puta verdad de una vez por todas, ¿acaso soy un tipo de venganza por la muerte de tus padres? Yo no tengo la cul...

Las mujeres del héroeUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum