Intentando lo imposible

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Christopher por la noche, decidió regresar a su habitación marital; finalmente, tenía aquel castillo disponible para él solo. Al pasar unas horas en aquella habitación se convence de que haber dormido en la casa del perro hubiera sido mejor decisión, cualquier diminuta cosa le recordaba a su esposa.

Aquel escenario de soledad dentro de esa gran opulencia le parecía ridículo, era un cliché, incluso se ríe en voz alta, pero le parecía aún más absurdo que le afectara. Se siente avergonzado de no poder gobernar la parte emocional de su persona, siempre lo había hecho a la perfección, pero recuerda que es parte del equilibrio perfecto.

Él estaba consciente de que sus decisiones estaban teniendo un resultado muy predecible y lógico, pero simplemente se quiere seguir aferrando a la idea del amor eterno e incondicional.

Lleva despierto desde temprano, ha explorado múltiples veces, muy seriamente, la posibilidad de darse por vencido e irse de esa casa. Finalmente, es lo que todo mundo espera, pero una fuerza invisible que no puede describir ni delimitar lo sigue atando.

Se ha convencido a sí mismo de que los pocos minutos que ha logrado conciliar el sueño han sido inútiles y necesita un descanso forzoso mental o la cabeza le explotará, por lo que se dirige a los cajones de su esposa para buscar un elemento que le facilite la tarea.

Se asombra de la cantidad de medicamentos que encuentra. Tras buscar la función de algunos de ellos en internet, le queda claro que Louise no está nada bien. Simultáneamente, encontró algunas fotos que habían sido despedazadas, pero habían sido pegadas nuevamente: todas eran retratos de ellos, la mayoría, de su boda.

Decidió tomar algunas prendas interiores de su esposa pensando que podría optar por esa otra estrategia para relajarse, pero resultó inútil; al parecer su cuerpo le reclama y lo reta, le dice que la reacción que le está ordenando para obtener paz es el llanto, pero no cede. Finalmente, logra vencer la resistencia y conciliar el sueño, fue breve pero profundo.

Le asombran los múltiples ruidos que se escuchan en la casa, pero cuando despierta supone que el sol ya debe tener algunas horas de haber salido. Baja las escaleras y ve que ya hay por lo menos tres trabajadores en el piso de abajo, no tenía idea que estuvieran ahí, pero para juzgar por el tamaño de la casa sabe que se necesitan muchas manos para mantenerla a flote.

Recuerda que fue hace un año que un grupo de empresarios financiaron esa casa por los resultados obtenidos en meses anteriores, aunque sabe perfectamente que no debe considerarlo del todo un obsequio.

Los trabajadores no pueden creer que lo están viendo en persona, siempre que el señor de la casa regresaba, Louise se encargaba que a su llegada no se encontrara dentro de la residencia más que la familia. Evidentemente, ahora no hubo nadie que cuidara ese detalle.

—Buen día, señor —le dice la persona que regaba el jardín interior de la casa quitándose el sombrero de su cabeza.

Christopher se siente sumamente incómodo y solo hace una mueca de saludo. Si fuera por él, le pediría a todos que se fueran, sin embargo, se recuerda que regresando a casa debe seguir un papel.

Llega a la cocina y se da cuenta que ya hay alguien junto a Mary preparando el desayuno, le encantaría que su suegra también se fuera tres meses o quizá que nunca regresara. Mary encuentra aquel momento igual de despreciable, pero recuerda las palabras de su hija:

«Pendemos de un hilo, mamá».

—Te presento al mismísimo Christopher en persona, Rita, sabe cómo salvar al país, pero estoy segura que no sabe que sus hijas en quince minutos entran a clase.

—Buenos días a las dos, ¿en qué te puedo ayudar, Mary? En serio, necesito ocuparme —pregunta Christopher tratando de disimular su incomodidad.

—Veamos, en los tres días que probablemente estés aquí, encárgate de que Laysha esté lista para cuando llegué Penny, su tutora; siempre se queda mirando la tele y baja tarde.

—¿Qué hay de Pam? ¿Ella baja sola? —pregunta Christopher.

—Así es, las jovencitas de catorce años lo suelen hacer —Mary continúa guardando algunas cosas en el refrigerador y se da cuenta que lo sigue retando, por lo que decide cambiar de enfoque—. Espero que ahora no haga enojar a Charles, su tutor. Lleva días faltando a clase.

—¿Pero entonces de qué me debo encargar? ¿Qué era entonces lo que hacía Louise?

—Todo, Christopher, estaba al pendiente de todo. Pero ese todo es un concepto que no te puedo explicar en este momento, seguro tienes pendientes que resolver.

—Al parecer aquí hay una persona encargada de cada parte de la casa, pero seguramente encontraré algo que hacer. Con permiso.

Las palabras del hombre ponen a temblar a la chica joven con uniforme de cocina que se encontraba a lado de Mary.

—Quita el aliento, ¿verdad, Rita? —dice Mary riéndose disimuladamente.

—Perdóneme, señora Mary, solo que nunca lo había visto en persona.

—Ay, niña, todavía recuerdo el día que Louise me dijo que estaba saliendo con él. Creo que estaba suspirando de la manera en la que lo haces. El problema, querida, es que al parecer toda relación comienza con suspiros y termina con insomnio; menos con mi Johnny, ese era de los buenos.

El semblante de Mary cambia a tristeza pura.

Las mujeres del héroeTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon