Una oficina llena de desconocidos

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Christopher sabe que necesita llegar de alguna manera a la oficina, pero tiene un problema: no sabe dónde se ubican los carros en su propia casa. Sabe que deben tener varios, múltiples empresarios le han regalado algunos como muestra de su convicción al nuevo plan de reestructura de la nación.

Sabe que probablemente debe existir algún integrante del personal que pudiera responder sus dudas, pero no tiene manera de cómo ubicarlos, son decenas y le parece ridículo no poder encontrar la cochera de su propia casa.

Ha evitado cualquier contacto con su suegra, quien pasó de ser una fiel admiradora a una oponente devota. Las reacciones de su rostro de disgusto son notorias y evidentes, no trata de disimular, por lo menos un poco, lo desagradable que le resulta su presencia ahí.

Mary múltiples veces le ha hecho invitaciones para que retome sus actividades y se olvide de esta locura, que deje a sus hijas y, a pesar de que ha querido aceptar la propuesta, Christopher se mantiene firme en su posición.

Sabe que puede arriesgarse a que el límite de Louise haya sido rebasado. Finalmente, opta por ir en busca de ayuda con ella; honestamente, no tiene absolutamente nada que perder y otra opción es quedar frente a los trabajadores como persona tan asquerosamente rica que se pierde dentro de su misma opulencia.

—Mary, necesito hacerte una pregunta —dice Christopher tocando a su puerta.

—Sí, dime —responde Mary sin abrir la puerta.

—Por Dios, ¿podrías abrir la puerta? No te quitaré más de cinco minutos.

—A tus órdenes, Christopher —dice Mary sin abrir completamente la puerta.

—¿Puedes decirme si tenemos carros y dónde están las llaves? Necesito ir a la oficina.

Mary no puede esconder la sonrisa, esperaba que la conversación fuera alguna exigencia o un tema muy desagradable.

—Vaya, Christopher, no sabía que tenía tres nietos. Créeme que tienes una colección. La cochera es subterránea, debes tomar el elevador, por la cocina, el pasillo derecho. ¿Regresarás para la cena o te veremos el siguiente año?

—Iré por unas horas, estás condenada a verme otra vez. Vaya, ¿tenemos elevador? Iré directo para allá —dice Christopher dándole la espalda y comenzando a caminar hacia la puerta de salida—. Mary... No sé qué ha pasado realmente, pero al parecer hice algo muy malo y todo mundo por aquí anda muy resentido, pero en serio apreciaba lo bien que nos llevábamos.

Mary sabe que fácilmente podría hacerle una lista extensa de cincuenta elementos sobre todo lo que ha hecho mal en los últimos años, en donde, en el primer lugar estaría que su maldita omisión y ausencia tuvo que ver con que su marido muriera, pero sabe perfecto el tipo de respuesta que recibiría, además, le hizo la promesa a su hija de que se controlaría, cualquier comentario podría echar a perder todo.

Solo le queda abrazar fuertemente el cepillo que tiene entre las manos, emitir una sonrisa y rezar porque esa visita a la oficina no tenga que ver nada con alguna afectación a Louise.

Christopher se sorprende de la cantidad de autos que hay en la cochera, toma un control al azar, pero al parecer ya no tienen botones, pero sí un detector dactilar. Al pasar su dedo ve que las luces de una camioneta encienden.

La máquina rastreó su rostro y le dio la bienvenida, incluso le dio las opciones sobre las posibles rutas a su oficina. No quiere saber cómo obtuvieron la información de su cara. A pesar de reconocer que la posesión de aquella colección de carros es satisfactoria, califica de ilusas a las personas que se los otorgaron, no lo conocen en lo absoluto y esas gratificaciones no suponen nada.

Las mujeres del héroeWhere stories live. Discover now