La mañana siguiente

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Christopher se despierta en modo de alarma porque no parece reconocer el lugar en el que se encuentra; segundos después recuerda que ha llegado a casa la noche anterior. La habitación es mucho más grande de lo que recordaba y, sin duda, ha sido decorada por un especialista, todo parece estar en perfecta armonía: el color blanco predominante, el espacio simétrico que hay entre los artefactos que adornan el tocador, el olor a lavanda que se desprende del rociador colocado en la esquina superior del techo alto, las obras de arte que se encuentran hasta en el lavabo del baño. Todo está en donde debe estar, excepto su mujer.

Se levanta y se dirige a uno de los tantos espejos que se encuentran en la habitación, tiene un marco extraño que parece estar hecho de oro y en la parte inferior tiene una incrustación con el nombre del creador que parece ser francés. No tiene ni idea de cuánto costó ni de si Louise ha cambiado sus gustos y se ha interesado por la compra de muebles de autor, recuerda que el primer departamento donde vivió su esposa a duras penas tenía una mesa decente para comer.

Con alguna dificultad logra abrir el clóset donde se encontraba su ropa; a pesar de estar repleto de prendas de vestir, está en búsqueda de un solo objetivo: la chamarra preferida de Louise. Tiene la imagen de una rana con una pipa y, aunque está un poco descolorada y vieja, siempre le ha traído buena suerte con su mujer. Al ponérsela suspira profundamente, sabe que cruzando la puerta de su habitación debe dejar atrás los meses anteriores y tomar el papel de hombre de familia.

Los arquitectos de la casa fueron bastante precavidos, su habitación queda a una distancia considerable de la de sus hijas, inclusive en ese espacio de la casa encontró por lo menos tres lugares para sentarse, dos televisiones, cinco macetas y hasta un árbol.

Primero se acerca al cuarto de Laysha, su hija más pequeña, quien se encontraba jugando con un perro poco agraciado y rodeada de un sinfín de juguetes. Su habitación parecía sacada de un programa de decoraciones infantiles: unas letras gigantes de un material ostentoso que decían su nombre, una cama hecha ad hoc para el animal que la acompañaba y juguetes hechos a escala perfecta.

No puede creer cuánto ha crecido, su pelo rubio y rizado le llega hasta sus hombros y aunque tiene los ojos verdes de su madre, el parecido con él ha empezado a florecer. La niña se le queda viendo de la manera en la que se ve a un extraño.

—Hola, Laysh, soy... papá.

La primera reacción de la infanta fue de miedo y hasta recibió un ladrido por parte del perro, pero paulatinamente la confianza la fue invadiendo poco a poco y corrió hasta sus brazos.

Christopher la toma sobre sus hombros, esperando que no se sienta incómoda por estar con alguien que, en términos generales, era desconocido, la última vez que la había visto usaba pañales.

Llegan a una cocina que parecía ser hermana gemela de la habitación de Christopher: sincronía y armonía entre todos los sonidos y espacios, ni los trastes sucios que se encontraban en el fregadero eran capaces de desentonar. En uno de los tres espacios que había para sentarse estaba Pam, una adolescente que era un vivo retrato de él; no recuerda con exactitud la edad de su hija mayor, pero sabe que está próxima a cumplir los quince años, si las cuentas no le fallan.

—Buenos días, Pam; qué linda te ves hoy amor —le dice Christopher con una gran sonrisa en su rostro.

Pam solo hace una mueca forzada y sigue viendo su teléfono, no le resulta agradable la presencia del hombre.

—¿Tu mamá ha salido hoy temprano? Ayer no pudo dormir muy bien.

Christopher baja a Laysha de sus hombros y se acerca a abrazar a su hija mayor, pero hubo una gran resistencia que prefirió solo darle un beso en la frente.

—Hola, Christopher. La abuela va a venir a cuidar de nosotras todo el día, fue lo único que me dijo mamá antes de salir —responde Pam sin dejar de mirar el celular.

A Christopher no le hace sentido que su hija mayor le haya dicho por su nombre, además no comprende por qué hay tanta calma. Verifica en su celular que no es fin de semana y, al parecer, ninguna de ellas tiene la preocupación de que se les haga tarde.

Christopher trata de pasar por alto el comentario y abre el refrigerador, hay comida suficiente para surtir a un pequeño restaurante. Hay un silencio incómodo en la habitación, se pregunta dónde está su mujer, ella siempre ha tenido la capacidad de hacer que cualquier grupo de personas encuentren un tema en común y hablen sin parar, que es sin duda alguna, lo que se necesita en este momento.

Afortunadamente, Mary llega unos minutos después y termina con el silencio. Aunque le dieron la oportunidad de vivir en la misma casa, ella decidió que construyeran una pequeña para ella a unos escasos metros. Al entrar, no se había dado cuenta de la presencia de Christopher y se queja del frío insoportable que hace. Se desconcierta al ver la presencia del gran hombre, quien no deja de ser alguien que aparece muy seguido en las noticias y es sumamente atractivo; los años le han sentado bien.

—Hola, Mary, ¿cómo te ha ido?

—Bien, Christopher —dice Mary tratando de calentar sus manos con su propio aliento—. Tratando de ayudar a Louise en lo que pueda, sobre todo con estas dos jovencitas que seguramente no han desayunado. Traje algo ya preparado, solo que no te contemplé, bueno, hace tanto que no te veía que no estaba segura —responde Mary sacando algunos recipientes de una bolsa de tela.

—No hay ningún problema, Mary; existe un arsenal impresionante en el refrigerador, y supongo que por el tamaño de la casa habrá alguien que se dedique a la cocina. Además, nada puede ser peor que la comida del trabajo —Christopher espera que Mary sonría, pero no sucede—. En cuanto llegue mamá veremos el itinerario.

—¿Qué es intinerario? —dice Laysha pronunciando mal la palabra.

—Una palabra complicada que no vale la pena —le dice Christopher mientras su corazón se invade de ternura con la ocurrencia de su hija menor.

Christopher tenía meses que no había sentido una emoción tan bondadosa. A su mente llega el recuerdo de cuándo nació su hija menor. Él no estaba ahí, fue por videollamada, llevaba un mes lejos de casa. Louise estaba furiosa con él, había hecho la promesa de estar a su lado en el parto, ya que todo el embarazo fue demasiado complicado y lo vivió sola. La conoció hasta que tenía seis meses de nacida.

Mary sigue desempacando lo que lleva dentro de una bolsa, escuchando el esfuerzo que hace Christopher por sacar temas de conversación, haciendo evidente que es el único emocionado de estar en ese lugar. Trata de empatizar con el optimismo desenfrenado del sujeto, pero ella sabe realmente qué pasará ese día.


Las mujeres del héroeTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon