Cambio de cartas

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Eric llega a su cuarto de hotel, se quita los zapatos y se deja caer de manera inmediata sobre la cama, siente que su cuerpo ya no puede cargar por sí mismo los millones de pensamientos que trae en la cabeza. Ha pensado en tantos posibles escenarios que ya no sabe distinguir lo que ha pasado y lo que no. No entiende en qué momento dejó la serenidad al lado y se volvió parte del caos.

Sabe que en cualquier momento todo va a arder, Tom y sus bravucones, Christopher descubriendo cabos sueltos, y eso va a ser particularmente una patada en el trasero. Pero se dice una y otra vez que es el momento crucial en su gran obra.

Después de deambular varios minutos en su mente, se sienta sobre la cama, coge una almohada, la pone sobre su rostro y grita a todo pulmón. Al terminar su rabieta, como por arte de magia y como si tuviera la habilidad de ver el futuro, ve que Tom está llamando a su teléfono y pese a que quisiera lanzar el móvil por la ventana, contesta.

—Bien, explícame qué demonios está sucediendo antes de que explote tu maldito trasero, ¿no habías dicho que podías? Por eso siempre digo que no se debe confiar en la gente como tú.

—Tú fuiste quién se encargó del hospital, ¿no lo recuerdas, bastardo? Dijiste que era el lugar indicado para tratar a las esposas incómodas —le contesta Eric.

—¿Disculpa? —Tom sujeta el teléfono con fuerza y se levanta del sillón en donde se encontraba.

—Me escuchaste. Veamos, vuelve a insultarme hijo de perra, y te arrepentirás. ¿Crees que hice todo esto para obtener tu aprobación? —Eric se mofa y continúa— Vaya que la gente blanca vive en un puto cuento del siglo XX.

—Ten mucho cuidado hijo de...

—Tú escucha con atención. En este momento, me necesitas. Sabes que estamos en la mira, ¿cierto? Y qué debemos esconder mucha mierda, ¿no? Christopher solo confía en mí, yo podría ponerlo en tu contra y aunque no lo queramos aceptar, sigue siendo peligroso. Entonces, ¿podemos enfocarnos en eso? ¿O seguiremos discutiendo por quién tiene las bolas más grandes? —dice Eric mientras abre una bolsa de papas fritas que llevaba en su maleta.

Apenas se escucha la respiración de Tom a través del teléfono, está agitada. Está sorprendido por la respuesta de Eric. Siempre había sido un renacuajo sumiso. Se sorprende que no vio venir esto, pero admite que le provoca cierto placer esta nueva forma de jugar

—Tienes mi atención.

—Bien. El hecho que el juicio sea una puta novela en vivo es una realidad, no lo podemos negociar, entonces hay que hablar de lo que podemos manejar.

—Es una puta broma, ¿cierto? ¿No acabas de decirme que tú lo puedes todo? Los jueces juegan a nuestro favor.

—Ellas se encargaron de bloquear esa salida. Hicieron público todos los detalles desde el comienzo y demostraron fehacientemente que hemos hecho un uso desmedido de nuestros privilegios con la justicia —Eric hace una pausa, comer y hablar lo obligó a hacerla—. Debo aceptarlo, es algo brillante, sabían que en el anonimato no lograrían avanzar nada. El mundo mediático está lleno de hashtags sobre #SalvenalaperradeLouise, #Elejércitoesmierda, y cosas por el estilo. Pensé que todo acabaría a los dos días, pero pues, hasta la puta reina de no sé dónde carajos la defendió. Entonces... no estás tan a salvo como tú crees.

—¿Piensas que tú sí? —Tom se aleja un poco del micrófono para decirle a su secretaria que no entrará a la siguiente reunión.

—En teoría, sí. Saldrían embarrados en mierda Christopher y tú, pero, al fin y al cabo, yo solo era el asistente personal ejecutivo, y eso tiene ciertos beneficios.

—Eres idiota si crees que no te hundirías también —dice Tom comenzando a alterarse.

—Yo vi los papeles, yo fui la maldita secretaria que vio cada detalle. El problema fue que no me viste como rival, mi estimado Tom. Dame unos segundos, necesito ponerle algo a estas papas, no tienen sabor... listo —Eric está deseoso por provocar la impaciencia de Tom.

—Veré cómo joderte con mis abogados, no te preocupes.

—Bien —Eric carraspea para aclarar la garganta—. Tengo todo planeado para largarme del país y no volver. Pero antes de eso, podría ayudar un poco a toda la mierda que está haciendo Louise, para decirles en dónde pueden buscar, por ejemplo, la Burka.

Pronunciar esas dos palabras por teléfono estaba totalmente prohibido. Probablemente fue la primera vez que sucedió.

—Dios mío, es más seguro que el nombre de tu madre aparezca en cualquier puto documento de ese lugar que el mío.

—Todo tu plan es brillante, lo admito. Te encargaste de que con la guerra de Christopher, te convirtieras en un maldito dios, pero tu ambición fue tan ciega que olvidaste pequeños detalles, y yo soy alguien que puede unir puntos.

—No puedo tomar en serio tu amenaza, eres demasiado insignificante —Tom trata de esconder su incomodidad con un tono de burla.

—Esperaba que dijeras eso —hace una pausa Eric mientras busca un dato dentro de una nota en su celular, su vista a corta medida ya no es tan espectacular como antes —. Dile a tu amigo fiscal que busque el expediente que acabo de enviarte por mensaje dentro de sus registros. Me encantaría que ese expediente llegara a manos de cualquier pseudo periodista que busque algo de fama y que llegara justo antes de que inicie el juicio. Excluyeron a mucha gente del juego.

Tom no puede negar que le genera mucha intriga saber qué demonios tiene ese expediente, quiere saberlo al instante, pero lo esconde a través de una risa que tiene afán de joder la importancia de los comentarios de Eric. Hace un pequeño recuento sobre las advertencias de filtración de los últimos meses y no recuerda que ninguna tuviera un expediente formulado.

—En fin, espero tu llamada. En un par de horas tendrás una pequeña prueba de que no me faltan bolas para joderte. Solo recuerda, conmigo no tendrás hijas con quien chantajearme. No tengo nada que perder y tengo todo por ganar.

Eric cuelga el teléfono sin dejar terminar a Tom su último comentario. Tiene una sensación de hormigueo agridulce en todo el cuerpo, llevaba años imaginando y saboreando el momento en el que iba a mandar al carajo a Tom.

Solo piensa en dos posibles escenarios; Tom toma en serio su amenaza y cede, o, esperar que llegue la muerte a su vida. Pero no puede negar que siente un bienestar inexplicable. Desde hace años se sentía tan insignificante y, en su mayoría, culpa a Christopher por ese sentimiento.

Eran amigos verdaderos, eso era indudable, pero todo el reflector se lo quedó Christopher. Empezaron siendo inseparables, recuerda la misión en la que se conocieron. Ambos eran dos jóvenes inexpertos que se habían enlistado por no tener otra opción.

Las vicisitudes de la guerra solo los unieron, las heridas de ambos embonaron bien. Regresaron de la guerra y decidieron cambiar de enfoque, deseaban en serio joder el sistema que les quitó todo.

Con el paso del tiempo lo lograron. Comenzaron con trabajos burocráticos comunes y corrientes. Eric tiene un gran talento para conocer cada engranaje interno de cualquier relación y sistema humano, Christopher tenía una habilidad interpersonal remarcable y un rostro envidiable, una dupla perfecta.

Pero en algún momento, sin saberlo, Eric pasó a ser únicamente testigo en sus planes, ya que Christopher cumplía con el perfil que se buscaba en un héroe. Al principio, pensó que era cuestión de tiempo para que Christopher reaccionara y le diera el reconocimiento que le tocaba, lo justo, el pedazo del pastel que le tocaba.

Sin embargo, Christopher comenzó a referirse a Eric como su asesor estratégico. Fue en ese momento que sabía que su amigo y hermano había tomado la batuta de lo principal y él de lo accesorio. Y es tanto el resentimiento acumulado, equiparable a una tonelada de cemento, que simplemente en su visión no existe otra opción.

Ha llegado su momento. Toma otro móvil que tiene en la maleta y envía un par de mensajes.

Minutos después, toma sus audífonos y selecciona un par de canciones que tenía en una lista llamada "Para cuando el mundo arda". Lo pone al máximo volumen, con sus manos sigue el ritmo de la canción, está disfrutando cada maldita nota, comienza a reírse a carcajadas y cae en el suelo, se dice a sí mismo que es un maldito genio y el maldito héroe del país. Sin embargo, la sensación de satisfacción y placer dura alrededor de cinco minutos y desaparece.

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora