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—Amigo, tienes que ayudarme. ¿Sabes lo horrible que es compartir un JODIDO cuarto?— Entre quejas y terquedades, el eslavo acomodaba sus artículos en una caja. —En especial con ese hijo de puta.—

—¿No has considerado el darle una oportunidad? Quiero decir, solo has hablado con él un par de veces. Y ni siquiera una de ellas fue una charla como tal, solo se lanzaron insultos al azar.—

Su mirada blanqueció al escuchar las palabras del alemán.

—Además, tus prejuicios solamente se basan en lo que USSR decía de él. Han pasado 23 años desde eso, por favor. Somos adultos, y se supone que maduros.—

Con frustración mordió su labio, no pensaba en darle ni una sola oportunidad a la nación americana aunque Alemania le rogara. Cosa la cual no sucedería.

—Es muy fácil para ti decirlo, tú no detestas de sobre manera a Polonia. Ahora solo confiesa que me estás dando esta charla porque para ti es muy complicado buscar un vacío legal y quieres librarte de tan complicada responsabilidad.—

Aunque estuvieran en llamada, el germano sabía a la perfección como Rusia tenía marcada esa descarada sonrisa jocosa que tanto odiaba. Motivo por el cual se irritó. El desestimarlo era uno de los peores errores que podían hacer sus allegados.

Y vaya que el ruso sabía como tocar esa fibra.

—Escucha, maldito socialista. Primero, ni siquiera te atrevas a subestimarme, y segundo, lo de Polonia es completamente diferente a tu mierda.—

—¿Eso significa que lo tomas o lo dejas? —

Hubo un silencio por unos segundos, seguido dejándose escuchar un ligero jadeo.

—Bien, pero dame un tiempo, tampoco es que vaya a ser tu perro faldero a tiempo completo. Yo, a diferencia de ti, tengo dignidad.— Dejó escapar una sonora carcajada a través de la llamada. —Y suerte con que no te contagie alguna enfermedad venerea.—

—Disculpa, ¿qué?—

Su pregunta quedó al aire, le colgó.

Como sea, el eslavo, con celular en mano, una caja en la otra y una expresión entre melancolía y frustración, observó por última vez su pequeño departamento. Si bien no se encontraba en las mejores condiciones, era el primer hogar que había conseguido por cuenta propia. La significativa prueba personal de independencia para sí mismo.

Iba a extrañar aquel hediondo lugar.

...

Abrumado, exhausto, desesperado y muchas otras más sensaciones negativas se podían dar a denotar en Rusia, quien esperaba impaciente afuera de su nuevo departamento. Lastimosamente las llaves no se las habían brindado a él, sino a su nuevo "compañero", quien era conocido por ser el rey de la demora.

Apostaba que llegaría tarde a su propio funeral.

Y entre tanto pensamiento, el sonido de pasos acercándose lo despertó, haciéndole voltear completamente la cabeza.

Ahí estaba, el antagonista de su propia vida y el dueño de sus pesadillas más grotescas.

—América.—

—Rusia.—

La tensión en el reducido ambiente había crecido cuando sus miradas chocaron, quizás buscando una supremacía inferior en el otro, aprovecharla y desgarrarla.

—He estado aquí desde hace una MALDITA hora y media.— Tomó sus cosas y se levantó del suelo, donde llevaba esperando el tiempo mencionado.

—Pues que amable de tu parte el esperarme.—

—Cállate, ahora abre la puta puerta.—

Rodando los ojos, el estadounidense sacó las llaves de su saco, e insertando estas en la cerradura, procedió a abrir la puerta.

La primera impresión de ambos fue algo que no podrían olvidar en un par de días, provocando que dejaran de lado sus detestables presencias por unos segundos.

El espacio más que grande, con una pinta rústica y por alguna razón bien aromatizado. Incluso había una separación a medias en la habitación, generando un segundo piso como un cuarto personal y más privado, contando únicamente con una cama, un televisor y un armario.

Era simple, pero agradable.

Y en la reciente inmersión del ruso en el ambiente, el otro no pudo aprovechar mejor el momento.

—Me quedo con la cama de arriba.— Dijo mientras subía rápidamente las pequeñas escaleras hacia tal dichoso lugar.

Una vez el trance irrumpido por la aborrecible voz de Estados Unidos tuvo lugar, el ruso no podía odiar más al contrario (mentira, sí podía).

—¡QUE TE DEN POR EL CULO, AMÉRICA. QUE TE DEN!—

A regañadientes, y con una infame risa de fondo, se dispuso a buscar su propia habitación, y a pesar de que no tardó en encontrarla, obviamente no era nada comparada con la anterior.

A este punto ya tenía que conformarse, no iba a pelear por una cama.

¿O tal vez sí?

Nah.

Ahora no.

Dejó sus cosas a un lado y se tiró a su respectivo mueble, era cómodo, no lo iba a negar. Solo una cosa podía complementar aquella comodidad para poder liberar su reciente estrés.

Buscó y buscó, movía su mano por toda la cama, giraba su cabeza a todos lados buscando el tan preciado objeto. Pero nada.

Levantó un poco más la cabeza, y ya se había dado cuenta que ni siquiera tenía una TV en su habitación, que horrible. 

Ya estaba repudiando su cuarto cuando apenas había estado unos cinco minutos ahí. Y ahora repudiaría más su estadía a sabiendas de que el único otro medio que no pertenecía al norteamericano estaba en la sala de estar, donde curiosamente el segundo piso tenía una vista perfecta hacia aquel lugar.

—Carajo.— Salió de su cuarto a tirarse al sofá, prendiendo la televisión.

Pasó por lo menos una media hora de este modo, sorprendentemente no siendo interrumpido por su roomie. A pesar de esto, seguía inconscientemente atento a cualquier palabra o movimiento a su alrededor.

En pocos minutos se escucharon unos pasos.

—Tengo que irme, volveré tarde.— De pronto bajó un U.S.A. ajustando una corbata en su cuello, con el mismo traje que traía puesto cuando llegó. Contradictoriamente aún llevaba puestos sus características gafas negras.

—Y eso a mí que me importa.— Respondió sin apartar su mirada ni atención del programa que estaba viendo. —No era para que te preocupes por mí, es por si alguien me busca o viniese a verme.—

—Como si alguien te quisiese ver.—

Esa frase fue más apática de lo usual, incluso viniendo de alguien como Rusia. 

Y América lo sabía, sobre todo lo sintió.

No respondió ante eso.

Terminó de arreglar sus prendas, y pasando detrás del mueble en donde el ruso reposaba, no dudo en quitarle su característica gorra de un manotazo. —Puedes irte mucho a la mierda, Rusia.— Y justo cuando el euroasiático volteó para responderle, el otro ya se había esfumado, causando un fuerte estruendo al cerrar la puerta.

Se quedó con un maldito sentimiento en la garganta, y no quería pensar más al respecto.

Se durmió para evitar que su cerebro hiciera lo suyo.

пошел на хуй [AMERUS/RUSAME]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora