3: Furia

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–Oh, demonios. Me quiero morir –se lamentó Sasha, frunciendo profundamente el ceño.

La chica se despertó con un dolor de cabeza palpitante y una sensación de mareo que le impedía abrir los ojos con facilidad. El sol se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, castigando sus párpados sensibles. Con un gemido, se sentó en la cama y se pasó la mano por la frente intentando recordar los eventos de la noche anterior. La imagen de luces parpadeantes, risas estridentes y tragos de más, inundó su mente.

De repente, una figura se acercó a su lado; era Mikasa, con una expresión seria y sin decir una palabra. En sus manos sostenía un jugo de naranja y una pastilla. Sasha parpadeó un par de veces, tratando de enfocar su visión.

– ¿Qué... qué es esto? –Preguntó, sintiendo que su garganta estaba más seca que un desierto.

Mikasa simplemente le ofreció el vaso y la pastilla sin decir ni una palabra. Sasha tomó ambos con gestos torpes y se los llevó a la boca, agradeciendo internamente la ayuda. La pastilla fue tragada con un sorbo de jugo y poco a poco empezó a sentirse mejor.

–Eres un ángel –susurró Sasha con una sonrisa débil, mirándola con gratitud. Pero, en lugar de una respuesta amable, recibió una mirada fría y distante. Mikasa parecía más molesta que compasiva–. Te dejé sola anoche por emborracharme, ¿verdad? –Preguntó Sasha, haciendo una mueca mientras la miraba con vergüenza.

Mikasa la miró fijamente, con una expresión que confirmaba todas las sospechas de Sasha. Un nudo de remordimiento se formó en el estómago de la castaña, sabiendo que nuevamente había metido la pata.

–Lo siento mucho –dijo con sinceridad en su voz–. No sé qué me pasó anoche. Te prometo que no volverá a suceder. En la próxima fiesta me comportaré mejor.

Mikasa arqueó una ceja mientras la miraba con fastidio, dejando claro que no habría otra fiesta.

– ¿No habrá otra fiesta? –Inquirió Sasha con tristeza.

La pelinegra rodó los ojos mientras observaba con resentimiento y comenzaba a guardar algunos libros en su mochila con gestos bruscos.

–Mikasa... ¿La pasaste muy mal? –Sin respuesta. La pelinegra continuaba acomodando su mochila sin dirigirle la palabra–. ¿Cómo llegaste aquí? –Preguntó Sasha, intentando romper el incómodo silencio, pero Mikasa no respondió, concentrada en su tarea–. ¿Quién te trajo hasta aquí? –Insistió, notando que ella ignoraba sus preguntas. La incomodidad se apoderaba del ambiente mientras Sasha se esforzaba por intentar comunicarse con Mikasa–. ¿Cuánto tiempo más vas a estar enojada? –Preguntó finalmente, buscando desesperadamente una respuesta.

Exulancis (EREMIKA)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt