—Tu no harías eso —aseguró Aspen.

—¿Qué te hace pensar que la vida de un pequeño y molesto desconocido me importa? —detuvo el paso.

—Sé que te importa Kantria y quienes habitan en ella, tanto como a mí.

La Reina dejó escapar una risita ante aquellas palabras.

—Vas por ahí, con tu sonrisa inocente y tus ojos brillantes —comenzó a decir, al tiempo que se acercaba a él—. Temblando incluso ante una ráfaga de viento —su risita burlesca se hizo más ruidosa—. En verdad eres un gran actor. El Rey tierno. El Rey hipócrita.

Poco menos de veinte centímetros los separaban cuando ella detuvo el paso. La rabia ardía en sus pupilas, tenía la mandíbula apretada y la respiración convertida en un bufido.

Lo sabía todo. A Aspen no le quedaba ninguna duda.

—No pretendía lastimarte —soltó, con genuino arrepentimiento—. Yo no... No sabía que te habían capturado.

Mentiroso, pensó Olivia.

—¿Y eso qué importa? —dejó caer los hombros—. de todas formas, en lugar de buscarme inventaste horrores sobre mi. Al menos admítelo, puedo respetar a un hombre que reconoce sus deseos, por retorcidos que sean.

<<Mi único deseo eres tú>> Retumbó en la cabeza del Rey, sin embargo, su lengua no se movió para decirlo.

—Solo intentaba quitar a los magistrados Thauri del camino, sabes que son corruptos —intentó explicarse.

Olivia asintió, de forma repetitiva, como si le diera tiempo a la idea de entrar en su cabeza.

—Eso es basura —soltó entonces—. Murray, mi padre y Blackwood solo son tan infames como Clemont y el príncipe Arkyn —sintió el latido del corazón de su esposo que se iba acelerando—. Me cambiaste por poder, Aspen, así que no pretendas estar sorprendido por perderme.

Perderla... Aquella palabra se le clavó en el pecho como si se tratara de la hoja afilada de una daga. Pues sólo puedes perder algo cuando es tuyo. Así que lo que Olivia le estaba diciendo era que realmente habían tenido una oportunidad.

—Yo no... —su voz flaqueó y lo que estaba a punto de decir se le quedó estancado en la garganta.

—Tú no puedes perderme —Olivia se rió—. Mmmm, lo sé —hizo un puchero—. Pues qué lástima.

Cuando Antonia escuchó un par de golpes en la puerta, salió casi corriendo a abrirla, pues hacía unas dos horas que estaba esperando al Príncipe Imperial y aunque el estómago ya comenzaba a rugirle del hambre, no quería sentarse a comer sin él

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Cuando Antonia escuchó un par de golpes en la puerta, salió casi corriendo a abrirla, pues hacía unas dos horas que estaba esperando al Príncipe Imperial y aunque el estómago ya comenzaba a rugirle del hambre, no quería sentarse a comer sin él.

No era bien visto que una Emperatriz se sentará a la mesa si aún no llegaba su Emperador. O al menos, esa era otra de las lecciones que había tenido la gentileza de enseñarle Roman.

Recuerdos de CristalWhere stories live. Discover now