Capítulo 40. "Preludio"

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Luciale.

La voz de Chrystel resuena en mi cabeza mientras que le dedico una mirada indiferente a Kreim, es la señal que he utilizado con él desde que lo conozco para que se marche de la habitación.

Los asuntos del imperio dejaron de involucrarle desde que su hermana traicionó a la familia imperial y a mi esposa. No admito traidores en Abdrion, mucho menos si en su pasado fueron personas cercanas a mí y en quiénes confié.

No le otorgo confianza a cualquiera. Los muros que rodean a mi persona son difíciles de derribar, sólo una mujer ha logrado romperlos como si de cristal se tratasen. Una sola alma que se adueñó de cada rincón inhóspito de mi gélido corazón y herida mente, esa alma es mi esposa y compañera de vida: Rowan Electra Becker.

No siento temor de que observe hasta el miedo más sombrío de mi ser. Le he dado la capacidad de entrar y salir de mi mente cuando lo desee, sé que la información que abunda allí estará en buenas manos si ella quiere descubrir más sobre mí. Jamás se le cruzaría dañarme, utilizar mis temores e inseguridades en mi contra. Mi esposa es incapaz de herirme.

El real amor se resume en algo tan sencillo como brindarle a la otra persona el poder de herirte de mil maneras, de dañarte para siempre y ésta no lo hace. Nunca lo hará porque te ama, por el simple hecho de que anhela cuidar tu alma tanto como la suya y jamás pensaría en siquiera hablar de temas que te incomodan.

Así me siento con ella. Y sé que Tree se siente de la misma manera conmigo.

—¿Qué encontraron en las Islas del Sol y la Luna? —inquiero al percatarme del semblante serio de mi mejor amiga. Sus ojos marrones se tiñen de preocupación e incredulidad—. ¿Chrystel?

—Krissalida no estaba según lo que me dijo Martz... Luciale, no sé qué haya pasado, pero Laissa estaba negada a hablar cuando los recibí en el jardín. Y Paularah aparentaba estar furiosa —me informa, cruzada de brazos, aunque pareciera que se abraza a sí misma. Nunca la había visto de ésta manera, como si hubiese apreciado al mismísimo Lucifer en persona o alguien similar—. ¿Crees que...?

Analizo el sentido de cada una de sus palabras. La única razón por la que Laissa podría reaccionar así se refiere a ese pedazo de escoria que medio mundo quiere asesinar, pero que solo yo tendré el poder de acabarlo en mis manos. He esperado este momento por años.

—Él se la llevó —digo al terminar de hilar mi teoría—. Herafel se llevó a Krissalida y lo más probable es que apareció en el mismo lugar donde estaban ellos...

Siempre he sido consciente de las consecuencias que provocaría un encuentro entre Laissa Arino y Herafel. Él nos marcó de maneras muy diferentes, sin embargo, he apreciado el dolor en los ojos verdes de mi prima al escuchar cualquier mención de ese ser repugnante. Ella lo detesta a más no poder, pero al mismo tiempo le teme, le duele recordarlo y desearía borrar las huellas que él dejó en su alma.

Todo este tiempo supe que ella sería la más fácil de quebrantar de nosotros. No por ser débil, pues ella es muy fuerte al convivir con todo lo que ha hecho ese desgraciado, sino por el motivo de que él tiene un efecto distinto en la hija mayor de Danira Arino. Laissa se quiebra en pedazos con oír su nombre, sin importar cuánto rencor y odio existan en su corazón; le es inevitable no ser destrozada otra vez como hace unos cuántos años.

Aún no puede con la pérdida y con el dolor que Herafel significan. Perdió mucho más que su felicidad al estar con él.

Y si bien intenta ocultarse bajo una máscara de hermana mayor amorosa, de amiga consejera, de persona de confianza en mi círculo cercano, lo más cierto es que ella se cae a pedazos cada día y en muy poco tiempo no podrá ocultarlo. La ejecución de Herafel no sanará ninguno de sus dolores ni tampoco los aliviará.

Siniestra nebulosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora