Capítulo 18. "Grito de guerra"

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Luciale. 

Doy media vuelta para dirigirme hacia el trono, mis manos levantan con delicadeza la falda del vestido para que sea más sencillo subir las escaleras. Rowan me sigue sin poner muchos reparos en la ceremonia que acabamos de protagonizar ambas y lo mucho que va a cambiar su posición en el imperio. 

Ya no es mi protegida ni una simple ciudadana aridiense. 

Es la emperatriz consorte de este imperio. Una soberana que gobierna junto a mí y comparte el mismo poder que yo, no está por encima de mí ni tampoco por debajo, está a la misma altura. Sé que algún sector de la población se opondrá a esta nueva etapa, comenzando por los Quishenas y seguidos por los grupos de clase alta de Abdrion. 

Sé que la élite no se muestra entusiasta por ser yo quien gobierne, ellos estuvieron siempre a favor de los Arino y de mi madre, pues ella sí era legítima heredera al trono de la corona de oro. 

Jamás seré capaz de comprender como los Quishenas, quienes eran poco favorecidos durante los gobiernos de los Arino, han decidido alabarlos como si en algún momento fuesen sus héroes. Desde que existió este imperio y esa familia se mantuvo a la cabeza de todos, solo han traído desgracias y desigualdad, miseria y el "infierno mismo" a Lilium. 

Acomodo mi falda de manera elegante para luego sentarme en el trono, mi mentón se alza hacia arriba con ligereza a la vez que mis ojos, ahora morado brillante, se posan sobre los presentes de esta habitación. 

—Siéntate en tu trono, cariño —le hablo a Rowan, quién está de pie a mi lado—. Eres emperatriz también. 

—¿Qué...? —murmura asombrada. 

—Majestad, no creo que sea apropiado. Ella aún no ha sido coronada... —expone uno de los gobernadores de "confianza" de mi padre. 

Evalúo al hombre en silencio. Tendrá fácilmente unos treinta y cinco años, su cabello es castaño claro con ciertas mechas rubias, lleva un traje verde oscuro, sus ojos negros parecen dagas que apuñalan a cualquiera. 

Killan Veiretzo. 

Es un ser de la oscuridad, no cabe duda de ello. Conde del territorio de los Quishenas, el condado de Drahtin. Él capta que sé más información de la que me ha otorgado, pues su mirada se endurece. 

Ella tiene nombre, su majestad emperatriz consorte Rowan I para ustedes —espeto sin perder mi paciencia, pero con demasiada severidad como señal de que no toleraré faltas de respeto hacia la mujer que me enamora cada día—. No es necesaria una ceremonia de coronación para que pueda sentarse en el trono. Las leyes han cambiado a partir de este momento. Si alguno de ustedes, mis queridos ciudadanos, toma la decisión de faltarle el respeto a su emperatriz, asumirá las consecuencias de sus actos. 

Mi voz es mordaz y un pequeño odio resalta en mi interior, crece a fuego lento. Los Veiretzo han venerado a los Arino por mucho tiempo, dudo demasiado de la lealtad de Killan hacia la familia Meire, pero no debo demostrar mis sospechas. 

Rowan se sienta en el trono con suavidad, compartimos una mirada cómplice que logra serenar sus latidos acelerados. Le sonrío dulce antes de dirigir mi mirada otra vez al joven Veiretzo. 

—Discúlpenme, majestades —se reverencia con fingido arrepentimiento. 

No obstante, no va a lograr que yo me retracte de la decisión que acabo de tomar. Nadie osa desafiar mis leyes, mi figura como autoridad o la de la mujer que ahora también es parte de la gobernación de este imperio. 

 Mi mirada, a pesar de que no soy capaz de verla, puedo sentir que transforma ese gris gélido que la caracteriza a ese morado brillante que no es un buen augurio para nadie. Es la pequeña y sencilla representación del momento en que mis poderes, como ser de la oscuridad y como maldita, hacen acto de aparición para llevarse algún alma en pena consigo. 

Siniestra nebulosaWhere stories live. Discover now