—¿Qué hay de la Reina? —preguntó otro de los hombres.

—Yo me encargo —dijo Aspen, esforzándose porque su vos no flaqueara—. Ella no será un problema.

Tal vez una puñalada al corazón le habría dolido menos, pensó Olivia, incapaz de contener las lágrimas en sus ojos por más tiempo. ¿Qué era todo eso? El aire empezó a escasear en sus pulmones al mismo tiempo que en su cabeza aumentaban las preguntas.

Aspen no era ambicioso. Mucho menos del tipo de hombres que podían pasar por encima de cualquiera con tal de obtener lo que querían. No, ella lo conocía. Él no la lastimaría... ¿Verdad?

En ese momento le pareció que volvía a su memoria cada advertencia que le hicieron sobre los Maksimov. Avaluna se lo había dicho y después Alicia, Gavin e incluso su padre le pidieron no confiar.

—No... —sacudió la cabeza—. Todo esto es una confusión.

—Vaya, creo que eres la Thauri más inocente que he conocido jamás —dijo su captor, obligándola a fijar la vista al frente.

—¡Deberíamos animar un poco este lugar! —exclamó el duque Sebastián Michaelson, aplaudiendo un par de veces.

Acción que resultó siendo una especie de señal, puesto que en ese momento, las puertas del salón fueron abiertas e ingresaron a través de ellas varias mujeres jóvenes y hermosas, que lucían vestidos más bien reveladores y adornos de plumas en el cabello.

Olivia vio como una caminaba directo hacia Aspen para sentarse en sus piernas y él, tras soltar una risita de esas tímidas, casi inocentes que en el pasado le había dedicado solo a ella, se lo permitió.

—¡Sácame de aquí! —demandó, girando el rostro hacia el desconocido.

—No me digas, ¿Quieres volver a tu silla tan pronto? —él sonrió, burlesco.

Y quizás fue la ira por la traición de su esposo, el dolor por lo que le habían estado haciendo a Gavin o todo lo que había estado reprimiendo la antigua Olivia desde la pérdida de su memoria. Solo los dioses lo saben, pero en ese instante, algo se encendió al interior de la Reina y sin saber cómo, la hizo ver con la claridad del agua, a través de la piel, la carne e incluso los huesos de aquel hombre, a tal punto, en que no hubo una sola vena o arteria en su sistema, que ella no sintiera palpitando.

¿Dónde debería parar su flujo de sangre? Ladeó la cabeza y él tipo pudo sentir como de repente su cuerpo era traccionado hacia el muro que tenía a la izquierda, provocando que se impactara contra la superficie hosca en un golpe seco.

—¡Maldita... —intentó hacer algo, cualquier movimiento, pero antes de que tuviera la más mínima oportunidad, Olivia lo lanzó contra el techo.

—Si detengo tu flujo sanguíneo muy arriba, terminaré por matarte y no quiero eso —dijo, mirándolo con rabia—. No, te necesito con vida, así tendré oportunidad de torturarte algún día —parpadeó y detuvo su corazón por solo unos instantes, lo suficiente para hacerlo perder la consciencia, pero no para asesinarlo.

Cuando Olivia logró regresar a la habitación en la que los habían mantenido encerrados, se sorprendió al notar que la puerta estaba abierta de par en par, e ingresó con cautela. No pensaba permitir que la ataran a esa maldita silla de nuevo.

Los pies le ardían por correr descalza sobre el agreste suelo de piedra y de sus heridas todavía emanaba sangre fresca, pero nada de eso importaba mientras Gavin estuviera suspendido en el aire por medio de cadenas.

Y fue precisamente esa la segunda sorpresa de la noche, pues cuando revisó el salón con los ojos, no encontró a nadie colgando del techo, sino más bien, el cadaver de un hombre tirado en el suelo, sobre su propio charco de sangre.

Recuerdos de CristalKde žijí příběhy. Začni objevovat