Cuatro paredes nuevas, primera parte.

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A la mañana siguiente, James se despertó y se encontró a sí mismo en el piso de la habitación. El olor a pisco enmascaraba al de orina seca, pero el hedor hacía que la pieza fuera insoportable. Se puso de pie con dificultad y, al hacerlo, una pulsación muy fuerte le hizo percatarse que tenía una herida en su frente. Recordaba con dificultad lo que había ocurrido el día anterior, y algunos pasajes entrecortados de lo que había sucedido recorrieron sus recuerdos. Comenzó a analizar hacia atrás y se vio dentro de la iglesia, en la sacristía. Luego se vio a sí mismo conversando con un hombre en la entrada de su nueva iglesia y, finalmente, se vio agrediendo a Johanna, entendiendo de inmediato que, si lo había hecho, era porque Johanna de algún modo lo había merecido.

Se dio un baño prolongado, se vistió con un traje limpio y se encaminó hacia la iglesia. Por eso, recordó en el camino, había dejado a Johanna sola, y era precisamente para que pensara en lo que había hecho. Cuando llegó a la iglesia, encontró a Johanna parada en la puerta, pegando un cartel junto a la entrada, escrito con letras grandes y visibles. Acercándose paso a paso, finalmente leyó en el cartel «Bienvenidos, hermanos. En esta casa de oración los recibiremos ahora. C.E.R.».

—¡Eso me gusta! —exclamó James, haciendo como que nada había ocurrido.

Johanna había ocupado el tiempo que tardó James en llegar a la iglesia, para ponerse al día con una de las principales tareas que tendría que efectuar, y que sería la que significaría mayores divisas: Atraer a los seguidores de la iglesia. Numerosas visitas significaban abundantes diezmos, y eso James se lo había instruido muy bien.

—Gracias —dijo Johanna, mirando al piso. Caminaba con un poco de dificultad, a causa de los enormes hematomas en la parte posterior de sus muslos.

Johanna se percató de la marca en la frente de James, pero prefirió no hacer ninguna pregunta. No era de su incumbencia y, seguro, si preguntaba no sería bien recibida.

—Decidí que vamos a vivir aquí, Johanna. La plata no nos sobra como para vivir en el hostal todo el tiempo, y acá podemos avanzar más mientras terminan la casa.

—Sí, mi pastor. —Se alejó muy lento. No quería provocar un nuevo ataque. Más le valía permanecer casi en silencio y no protestar en lo más mínimo.

—Está la cama del cura, que ya la ocupaste anoche. Te traje unas buenas frazadas y te armo una cama bastante buena en el piso, hasta que traigamos una más grande.

Johanna mantuvo silencio y caminó hacia el templo.

—Bueno, voy a tomar eso como un «sí» —dijo James, y se ubicó en la sacristía—. Aparte del cartel, ¿pensaste en algo más? —preguntó desde la cama de la sacristía.

—Podríamos pedirle a Fermina que ponga uno en el almacén —contestó Johanna, perdida de la vista de James.

La idea de Johanna era bastante buena, pues casi todo el pueblo, sino todo, pasaba al menos una vez por el almacén, al día, por lo tanto, un cartel en su lugar sería el aviso perfecto.

En el camino al templo, Johanna encontró una sala que no habían visto el día anterior, por haber estado ocupados en la golpiza que recibió. Ella, por su parte, ocupada en contener su llanto y cubrir su rostro y él, en darle un escarmiento que no olvidara jamás. Abrió la puerta con cautela y pasó al interior, donde encontró un lavaplatos con dos fuentes, una llave sucia, dos mesones y un refrigerador que estaba inmundo, al menos por fuera. Pensando que encontraría toda clase de asquerosidades dentro del refrigerador, abrió lento la puerta y se percató que estaba vacío. El olor al aire encerrado por semanas le dio asco, pero lo ventiló rápido abriendo y cerrando la puerta para expulsar la masa de aire pestilente. Decidió no hablarle de la cocina a James, ya que ese lugar le pertenecía a ella y James no se interesaría en absoluto por la existencia de la cocina. Sin embargo, cuando se volteó para regresar a la sacristía, vio una puerta adicional que se mimetizaba con el resto de la construcción. Si no hubiera sido por la manilla, quizá no la hubiera reconocido, siquiera.

Padre, he pecadoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon