Una venta, fragmento primero.

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Ya sería la segunda vez que visitaban el pueblo, atraídos por un montón de fotografías que James había encontrado por accidente hacía algunos días en una revista una mañana. Durante el desayuno, y mientras tomaba una taza de café y su esposa Johanna lavaba los platos sucios, dejó caer sus ojos en un grupo de fotografías de un sector muy campestre, de un lugar que parecía como sacado del propio paraíso y en que la cantidad de vegetación que cubría los suelos, los montes llanos y aplanados lo hacía ver poseedor de una tranquilidad absoluta que, sin lugar a dudas, les vendría muy bien y los ayudaría a huir de la calurosa zona nortina de la que ya se había comenzado a aburrir y de las circunstancias que los estaban aquejando hacía un tiempo.

Un día, James se quedó instalado en la revista, mientras su mente divagaba por las calles cercadas por grandes quillayes y con una humedad ambiental que casi podía oler, enmascarando incluso su taza de café y que le produjo una sensación en el fondo de sus interiores y que lo hizo decidir, allí mismo, que a ese lugar tenía que ir.

—¿Sabes qué? Acá quiero que vayamos —dijo James, dejando la revista sobre la mesa y clavando su dedo índice en la foto principal.

Johanna se acercó, desde la cocina, limpiando sus manos en su delantal y, de pie junto a la mesa, miró la foto sin comprender muy bien.

—¿Dónde?

—Ahí, mujer —insistió James, volviendo a clavar su dedo, casi perforando la hoja—. Ahí hay que ir. Se llama Montaño y queda a una hora de Alerce.

—¿En el sur?

James se ofuscó un poco, sin entender cómo es que no había comprendido.

—¿En el sur? —repitió él, con voz burlona—. ¿A qué te suena Alerce? ¡Claro que en el sur, mujer!

Johanna bajó su cabeza y puso sus manos detrás de su espalda, aceptándolo. Johanna sabía que, aunque James le estaba diciendo aquello en tono de propuesta, no lo era realmente y, si él lo decía, así se haría. No había vuelta en realidad.

En esta segunda visita, ahora, venían con un itinerario un poco más seguro y definido. En la primera visita al pueblo de Montaño se dedicaron a recorrer las calles, a pie, y a observar la vida y la rutina que imperaba en el lugar, percatándose que; de hecho, era tal como las imágenes de la revista lo mostraban: los lugareños eran atentos, eran muy amables, tranquilos y caminaban a un ritmo más lento del que estaban habituados allá en Cascada, la ciudad del nortedonde se habían asentado hacía algunos años. Habían viajado livianos de equipaje, y consideraron que un viaje de reconocimiento; y de placer, tendría que ser sin escatimar en gastos, se hospedarían en algún hostal local y, de ser necesario, comprarían cualquier cosa que les hiciera falta.

Esta vez, sin embargo, viajaron un poco mas abastecidos, llevando algunas maletas con ruedas llenas de algo de ropa y; por supuesto, con su biblia Reina Valera contemporánea lista y dispuesta para ser usada a penas fuera necesario. Sabían que el segundo viaje sería más prolongado que el de reconocimiento y, por lo tanto, se haría necesario un montón de otras comodidades que ya habían descubierto que no estaban en el lugar, sin ser ello un impedimento para los planes de James.

Volvieron a uno de los lugares que más les había llamado la atención durante la primera visita, pero esta vez con las intenciones claras y con una ruta definida de antemano. Todo quien los viera caminando por el lugar, arrastrando las maletas, se daría cuenta que la pareja provenía de un lugar completamente diferente y con toda seguridad, muy lejano; pero lo que nadie podría saber era que sus vidas se verían marcadas por la llegada de la pareja.

—Ya llegamos ya, Johanna —dijo James deteniendo su maleta con ruedas. Johanna se detuvo al instante—. Acá decía que había un terreno en venta.

Padre, he pecadoWhere stories live. Discover now