XVIII

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Me levanté ese viernes más temprano de lo normal habiendo tenido una semana libre de Vicente y mis confusiones emocionales. Ahora, lo tengo más que claro y lo voy a aceptar: quiero a Vicente y eso no me hace menos hombre. Eso no me hace menos hombre. Tengo que meterme eso en la cabeza. Y se lo diré, porque no puedo seguir viviendo en un mundo lejos de él, y mucho menos en uno en el que no pueda correr a besarlo.

Me vendría a buscar a las dos de la tarde y yo ya estaba vestido a la una y media de la tarde. Con un café con leche en una mano y el celular en la otra, esperando pacientemente el mensaje o la llamada de Vicente para saber si ha llegado.

Mafer está terminando de ver Mujercitas, la versión de Greta Gerwig, en la televisión mientras yo tomo mi café con leche. Está en la escena casi final, en la que Jo está en una entrevista con una editorial para publicar su libro. Y después introducen la escena en la que se besa con el profesor debajo de un paraguas.

«¡No tengo nada para darte!»

«¡No importa!»

«¡Mis manos están vacías!»

Después se implica que Jo lo toma de las manos y le dice: «¡No están vacías ahora!» y, finalmente, se besan bajo la lluvia.

Yo rodé los ojos. —Si sabes que Jo tenía como quince años cuando se conocieron ¿No? Y Friedrich tenía treinta y uno.

Mafer se encoge de hombros.

—Yo creo que Jo es lesbiana con comphet.

En algo que estamos de acuerdo. Jo definitivamente era lesbiana en Mujercitas.

De todas formas, qué dolorosamente cursi; un beso bajo la lluvia. Sólo faltaba que aparecieran fuegos artificiales y que Jo levantara un pie dramáticamente.

Mi mamá salió de su cuarto con una taza en la mano y se acercó al lavaplatos para lavarla. En su transcurso a la cocina, me miró de arriba a abajo con una ceja enarcada.

—¿Adónde vas? —Me preguntó mientras lavaba su taza.

—Voy a salir con Vicente. Me invitó a ir al museo de música que hay en el Downtown para pasar la tarde. Y luego vamos a su casa.

Mi mamá hizo una mueca y suspiró.

—Salís mucho con ese muchacho ¿No? —Dijo ahora secando la taza.

Un sentimiento de nerviosismo y culpa nació en el fondo de mi estómago y floreció hasta mi pecho. Ese cosquilleo desagradable que me avisaba sobre el disgusto de mi madre. Miré a María Fernanda de reojo y ella simplemente me hizo una señal con su rostro que decía: «te lo dije» antes de levantarse e irse.

Eso me molestó por un momento, pero aparté ese pensamiento rápidamente para dirigirme hacia mi madre.

—Bueno, hace rato que no salgo con él. A parte, hoy está cumpliendo años y me invitó también ir a su casa. Eso y que ese museo te pide que lleves boleto, lo que significa que él pagó por mi entrada. No me puedo negar así nada más.

—Ah, bueno, no sabía que cumplía años. —Contestó con un tono comprensivo mientras guardaba la taza. Después de eso se cruzó de brazos y me miró—. Lo único que no quiero, Santi, es que no creas que porque ahora tienes dieciocho años podéis hacer lo que te dé la gana. O sea, ya eres mayor de edad, pero seguís viviendo bajo mi techo. Y mientras así sea siguen siendo mis reglas.

El cosquilleo desagradable se agudiza y me aguanto las ganas de hacer una mueca de disgusto.

—Sí, mami. Entiendo. No voy a venir muy tarde. Después a lo del museo vamos a su casa y me quedó ahí un rato hasta las ocho. Después de eso me vengo para la casa.

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⏰ Letzte Aktualisierung: Jan 18 ⏰

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