VI. 17 de Enero del 2023

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Los diarios son secretos. Así es como debe ser. Por lo tanto, lo que estoy a punto de decir no puede salir nunca de estas páginas. Jamás. Ni siquiera yo mismo puedo creerlo.

Vicente... No es tan mala persona.

He descubierto, en los últimos días, que Vicente Torrealba en realidad no es tan desagradable. Hemos tenido la oportunidad de compartir charla sin yo sentir las ganas de asesinarlo, o dentro de lo que cabe. El punto es que estamos en buenos términos. O dentro de lo que cabe. La verdad, no lo sé. No es mi amigo, pero tampoco lo odio tanto.

No había tenido una relación así de agradable con él desde noveno grado.

Éramos... ¿Amigos...? En noveno grado. Yo tenía dos años de haber salido del clóset trans con mi familia y empezar a transicionar en la escuela. Tomé bloqueadores hormonales, empecé a usar binder y a cortarme el cabello. Hacía todo tipo de ejercicio para subir los niveles de testosterona, no exactamente para bajar de peso; siempre fui algo robusto, y hacer ejercicio hizo que eso se debiera más a la masa muscular que a la grasa en mi cuerpo. En fin, estaba empezando a ser "hombre". Empezando mis días de masculinidad.

Vicente era un muchacho de catorce años con mucho gel en el cabello y canciones en el bolsillo. Siempre fue así. Era el muchacho artístico, el lírico del salón; interrumpiendo las clases con sus canciones o canciones ajenas que balbuceaba para sí mismo o para sus amigos. Yo estaba desesperado por ser validado como un chico. Y Vicente fue el primero en hacer exactamente eso.

Me pedía que lo acompañara a conversar con él y sus amigos durante los descansos, incluyendo el almuerzo. Y me sentí feliz de haber sido validado como un chico finalmente. Ser incluído en el grupo en su grupo.

Más me di cuenta de que muchos de ellos se burlaban de mí. Murmuraban acerca de varias cosas, como mi físico, mi personalidad y mi etnia y nacionalidad, como antes dicho. Además que no encontraba nada en común con muchos de ellos. Vicente nunca hizo nada de eso, pero parecía no importarle que los demás lo hicieran, así que me alejé de él y de ellos. Eventualmente.

No necesitaba ser su amigo para ser validado como un chico. Yo sé lo que soy. Soy un hombre. No necesito que nadie más me lo diga.

Para décimo grado, Vicente ya se había alejado de esos muchachos que hablaban pestes de mí y mi identidad. Algunos se fueron de la escuela, otros siguen ahí pero ya no encuentras a ninguno girando en torno a él. Los chamos con los que se junta, sin embargo, siguen molestándome. Sólo que ninguno se mete en sí con mi identidad, sólo con cosas estúpidas como mi pelo o cosas de la escuela.

Onceavo grado lo recuerdo perfectamente gracias a Vicente. Recuerdo que empezó a dejarse el pelo largo, y llevaba un el estuche con la guitarra al hombro a todas las clases. También recuerdo que nuestro odio era mutuo. Él dirigía miradas feas y reacciones de desagrado puro hacia mí y yo le devolví el golpe varias veces. La cantidad de ocasiones en las que nos llevaron a ambos a detención ese año se me sale de los dedos. Teníamos una enemistad genuína; el gato y el ratón.

Y ahora... Vuelve a ser amable. Ahora es irritable de otra forma. No parece odiarme, parece recibirme con brazos abiertos sólo para molestarme. Y, justo ahora, estamos... ¿Bien? ¿Otra vez? No es mi amigo, pero al menos no quiero golpearlo siempre.

Vicente es como una matrioska. Sólo que ninguna de las muñecas que lo componen es la misma. Todas son diferentes e inesperadas.

Creo que lo busco, también, inconscientemente. Es que me aloca. Siento la necesidad de estar atento a cada gaveta nueva de él y saber qué impacto tendrá en nuestra relación.

Qué patético. No debería pensar en él.

El Diablo Место, где живут истории. Откройте их для себя