Epílogo

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Pippa

Cinco semanas después

Debería haber estado cansada después de un largo día de mudanza, pero la emoción de tener mi propia casa hizo que fuera fácil esperar despierta a Bishop. Apenas podía creer que la casa fuera mía. Dos dormitorios y espacioso, pero nada ostentoso. Era absolutamente perfecto. Una parte de mí esperaba que alguien entrara desde otra
habitación y me gritara que me fuera de su casa.

Tampoco ayudaba que todos los muebles fueran nuevos. Me había pasado el último mes equipando la casa, programando todas las entregas para el día del registro. No quería esperar ni un minuto más de lo necesario. Afortunadamente, todos los papeles se firmaron sin problemas y ahora era una orgullosa propietaria.

Bishop me había apoyado mucho. Había pasado el día ayudándome con la mudanza y luego había tenido que ir a trabajar al club durante unas horas. Eso me dio un poco de tiempo para preparar la cocina y sacar algunas cosas de la caja. La cantidad de porquerías que había tenido que comprar casi superaba las pertenencias que había traído de casa de mis padres. Desde artículos de limpieza hasta utensilios de cocina y toallas de baño, ir por mi cuenta había sido un esfuerzo enorme. Y valió la pena cada céntimo.

Y el hecho de pasar la primera noche en mi nueva casa con Bishop lo hacía aún más agradable. Me había enviado un mensaje para decirme que estaba de camino, así que lo estaba esperando cuando sonó el teclado de la puerta principal.

Me levanté de un salto cuando entró y sonreí aún más al ver el precioso ramo que llevaba en la mano.

—Hola, encanto.

Bishop mostró sus característicos hoyuelos.

—Podría acostumbrarme a esto. —Dejó las flores en la encimera de la cocina y me atrajo hacia sí para darme un beso que sentí hasta en los dedos de los pies. Cuando se apartó, sus cálidos ojos castaños brillaban como miel caramelizada—. El de seguridad vendrá mañana a instalar el nuevo sistema.

—Sabes que ya hay una seguridad excelente en el edificio —señalé, aun sonriendo.

Se limitó a sonreír, dándome a entender que no le importaba. Puse los ojos en blanco, aunque no me oponía al sistema de seguridad.

Simplemente me gustaba retarle a veces para que no se olvidara que podía hacerlo.

—Había pensado en cambiarme de ropa antes que llegaras, pero una vez que terminé en el sofá, no me animé a levantarme. —Miré la
camiseta grande y sucia que había llevado todo el día.

—Me alegro que no lo hicieras —musitó, acercándose.

Cuando lo miré fijamente, el calor latente de sus ojos me hizo sentir una necesidad líquida en lo más profundo de mi vientre.

—Ah, ¿sí? —pregunté, con la voz ronca.

Bishop me hizo retroceder hasta que el mostrador quedó a mi espalda, luego colocó las manos a ambos lados de mí y acercó
lánguidamente sus labios a los míos. Nuestras lenguas se enredaron, lentas y ardientes. Cuando por fin se separó, llevaba en la mano unas tijeras que había dejado sobre el mostrador.

Contemplo embelesada cómo desliza las tijeras desde la parte inferior de mi camiseta hasta la superior, abriéndola por completo. Sus ojos brillan taimadamente.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Abriendo mi regalo de inauguración.

—Así no es como funciona esto. En mi casa, debería ser yo quien desenvolviera un regalo.

La sonrisa de Bishop era francamente malvada.

—Tendrás el tuyo muy pronto. —Me hizo girar rápidamente y utilizó los restos de la camiseta para sujetarme las manos a la espalda.

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