Capitulo 11

530 42 1
                                    

Pippa

Razón 342 para vivir sola, no tener que ir a misa los domingos por la tarde. No me apetecía nada, pero mamá y papá insistieron en que fuera si no tenía otros planes, así que me obligué a prepararme para ir a misa. Lo último que quería hacer era hablar con la gente.

Normalmente, sonreía con facilidad. Cualquier atisbo de felicidad hoy sería puro espectáculo.

Suspirando profundamente, apagué la luz de mi habitación y me dirigí a lo alto de las escaleras cuando sonó la puerta principal. Me
quedé parada justo fuera del alcance visual de la entrada, con la esperanza que alguien más se ocupara de quienquiera que hubiera
pasado por allí. En efecto, el paso imponente de papá repiqueteó en el suelo de madera antes de abrirse la puerta.

—Bishop, creo que no te esperábamos. —Las palabras rebuscadas de papá se filtraron, haciendo que mi corazón se acelerara.

¿Bishop estaba aquí? Una parte de mí rezaba para que viniera, mientras que el resto se avergonzaba ante la perspectiva. Era seguro
suponer que estaba allí por mí, pero ¿por qué? ¿Para decirme cuánto daño le había hecho? ¿Para pedirme una segunda oportunidad?

Si no quería saber nada de mí, presentarse en mi casa habría sido contraproducente. Esa pepita de verdad me ayudó a acallar las
alborotadas dudas que gritaban en mi cabeza.

—Lamento presentarme sin avisar, señor. Realmente necesito hablar con Pippa.

—No estoy seguro que sea una buena idea —respondió mi padre con frialdad—. No ha sido ella misma desde hace una semana. Y si fuera
un hombre apostador, diría que tú tienes algo que ver con eso.

—Tienes razón. Hice algo estúpido, y aunque no tenía intención de hacerle daño, necesito disculparme. Por favor, déjame hacerlo. —La
voz de Bishop era distante. Me encontré esforzándome para no perderme ni una sola palabra.

Estaba aquí y quería disculparse. Un aleteo cauteloso de optimismo llenó mi pecho. Di un paso adelante y empecé a bajar las escaleras.

—Papá, está bien —le dije—. Necesito hablar con Bishop.

Mi padre se volvió para estudiarme, con los ojos entrecerrados.

—No estoy seguro que sea una buena idea.
Al mismo tiempo que mi pie llegaba a la planta baja, mi madre se unía a nosotros en la entrada.

—No creo que sea decisión tuya. Deja que se ocupen de sus asuntos, Gino —reprendió en voz baja—. Estábamos a punto de ir a Misa
vespertina. Pueden hablar mientras no estamos. —Puso su mano en el pliegue de su codo y llamó a mis hermanos.

Papá frunció el ceño, pero no discutió. Mis hermanos bajaron las escaleras atronadoramente, siguiendo a mis padres hasta el garaje.

Entonces Bishop y yo nos quedamos solos.

¿Siempre estaba mi casa tan silenciosa?

La ausencia de sonido parecía gritarme desde todas direcciones, instándome a decir algo. A impulsarnos fuera del filo de la navaja hacia una resolución, de un modo u otro.

—Me alegro que estés aquí. —Mis palabras resonaron en mis oídos, pareciendo mucho más fuertes de lo que habían sido. Ignoré la oleada de incomodidad que amenazaba con ahogarme y seguí adelante— Cuando te pedí por primera vez que me llevaras a casa contigo, buscaba afirmar mi independencia y experimentar la vida. Ni en un millón de años había pensado que podría llevar a algo más. ¿Qué posibilidades había? —Miré hacia él, implorándole que comprendiera—. Nunca quise hacerte daño. Solo tenía miedo. Todo
lo que querías era lo contrario de lo que me había dicho durante años que necesitaba. ¿Que aparecieras en la cena y en la discoteca? Eso me asustó. Espero que puedas entenderlo.

Se acercó y sostuvo mi rostro entre sus manos.

—Esto es culpa mía, Pip. Sé que me he pasado, y normalmente no soy así. De alguna manera haces que cometa locuras que nunca había hecho antes. Sentir locuras que nunca antes había sentido. —Hizo una pausa, su mirada seria me atravesó—. Todo lo que quería era que me dieras una oportunidad. Todavía puedes experimentar el mundo
conmigo, cualquier cosa que haya ahí fuera, te la daré. Solo tienes que pedírmelo —dijo con fervor.

—Creo que puedo hacerlo —susurré.

En lugar de la calidez que esperaba ante mi respuesta, Bishop bajó la mirada y frunció las cejas.

—Debería haber venido a hablar contigo antes, y me avergüenza admitir que algo en particular me trajo aquí. —Sus ojos volvieron a los míos mientras su mandíbula se cerraba con fuerza—. Estuve con Callum antes, y por casualidad te encontró en Tinder. Por favor, dime que no entraste en esa maldita aplicación por mí esta semana.

—¿Qué? —jadeé, con los ojos muy abiertos. No entendía de qué estaba hablando hasta que recordé mi conversación con Aria. Mis ojos se cerraron—. Aria —gemí—. Ayer estuvimos en una boda familiar.

Un chico me sacó a bailar y acepté porque sentí que era lo correcto, pero todo aquello me pareció mal. Fue tan perturbador y
desconcertante que me detuve en mitad del baile y eché a correr. Mi hermana me encontró en el pasillo. Le expliqué un poco lo que había pasado entre nosotros. Insistió en que tenía que salir. Conocer a alguien nuevo me animaría. Me dijo que me creara un perfil de Tinder y me negué. Anoche debió crearlo a mis espaldas porque ni siquiera me he descargado la aplicación. Por favor, créeme. No tengo nada que ver con eso.

Una maldición desgarrada salió de sus labios mientras me estrechaba en un aplastante abrazo.

—Gracias a Dios. —El alivio dio alas a sus palabras y me levantaron del suelo—. Odio la idea que puedas estar con alguien más, gatita.

Lo abracé con fuerza durante un segundo más y luego me aparté para volver a mirarlo.

—¿Entonces por qué organizaste ese encuentro con Callum? — pregunté, con una punzada dolorosa atravesándome el pecho—. ¿De verdad me habrías compartido?

—Lo habría intentado si eso era lo que realmente querías, pero habría odiado cada maldito segundo.

—Entonces, ¿por qué te ofreciste?

—Porque era la única forma que se me ocurrió para demostrar que no soy la condena que parecías creer que era.

Negué con la cabeza. —No, no era eso.

—¿Entonces qué? —Su cabeza se inclinó, los ojos suplicando comprensión—. ¿Por qué te has resistido tanto?

—Porque he soñado despierta durante años con ser normal. Se suponía que la vida iba a ser diferente para mí: citas, viajes, tal vez
incluso un trabajo. Iba a ser una chica normal y no dejar que mi padre me casara con un hombre al que apenas conociera. Pasar de vivir bajo el techo de un hombre a otro, sin aprender nunca a valerme por mí misma.

Sus labios se curvaron hacia arriba en las comisuras.

—¿Y quién te dijo que yo te quitaría ese sueño?

Me encogí de hombros mansamente.

—Yo. Nunca he conocido a un mafioso que no tuviera a su mujer o a su novia a buen recaudo.

Sus ojos brillaron con un destello de sus hermosos hoyuelos.

—Por suerte para ti, soy irlandés y estamos acostumbrados a que nuestras mujeres estén demasiado locas como para controlarlas.

Me ahogué en una carcajada mientras un enjambre de emociones burbujeantes convocaba un nuevo torrente de lágrimas.

Bishop depositó un tierno beso en la comisura de cada uno de mis ojos.

—No te pido que sea para siempre todavía, solo que me des una oportunidad. Danos una oportunidad.

Me incliné vacilante y dejé que mis labios se posaran en los suyos.

—No quiero alejarte más. No quiero que se acabe.

—Sea lo que sea, gatita, no es el final. Esto es solo el principio.

Secret SinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora