Capitulo 2

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Bishop

Ni siquiera me di cuenta de haberme dormido hasta que sonó mi teléfono horas más tarde. Eran las siete y media de la noche y Conner
me llamaba para saber por qué no había ido a trabajar. Murmuré una disculpa y volví a dejar el teléfono sobre la mesilla, pero al darme la vuelta me di cuenta que la cama estaba vacía.

¿Pero qué coño...?

Eché un vistazo a la oscura habitación. El sol poniente proyectaba un suave resplandor a través de las persianas, pero no vi señales de
Pippa. Ni una nota ni ropa desechada. Podía estar esperándome en otra habitación, pero algo me decía que se había ido. Hija de puta.

Había rodado sobre mi espalda después del mejor sexo de mi vida, con mi gatita saciada sobre mí, y me había desmayado. Las dos
horas de sueño que había tenido la noche anterior me habían atrapado. Lo último que recordaba era el suave cuerpo de Pippa
apretado contra el mío. Mierda. ¿Había intentado despertarme?

¿Cuánto tiempo había estado allí, preguntándose si me despertaría?

Hablando de primeras veces. Creo que nunca me habían abandonado. Normalmente era al revés: yo me deslizaba fuera del apartamento de alguna chica, con la esperanza de saltarme la incómoda charla de la mañana siguiente.

Debería estar feliz, en ese caso. ¿No es cierto? Me había ahorrado la molestia de mandarla a
paseo. Excepto que lo que habíamos hecho no había sido un polvo ordinario. Diablos, las palabras Pippa y ordinario ni siquiera
encajaban en la misma frase.

En lugar de alivio, sentí una extraña sensación de zarpazos bajo la piel. Irritación.

No me gustaba que se hubiera ido. ¿Qué demonios me pasaba?

Me levanté de la cama y di una vuelta rápida por el apartamento.

Mis instintos estaban en lo cierto: ni rastro de ella. Me disgustaba no saber si había llegado bien a casa, a pesar de haber luz cuando se
marchó. Decidí que debía ir a verla y asegurarme que estuviera bien, intentando convencerme que era su seguridad lo que me preocupaba en lugar de averiguar el motivo de su desaparición.

O peor aún, podría simplemente querer volver a verla.

Joder, esto era malo.

Volví al dormitorio y me di una ducha rápida. Necesitaba asearme tanto como despejarme.

No necesitaba este tipo de complicaciones en mi vida. Una maldita virgen.

Jesucristo.

Me había dado todos los síntomas de ser cualquier cosa menos inocente, pero sentí que su cuerpo cedía en el momento en que
empujé dentro de ella. Un cuerpo que era la tentación encarnada: curvas femeninas y piel suave como un melocotón maduro. Era
jodidamente increíble, y yo fui su primero.

¿Qué tenía eso que me hacía sentir tan bárbaro? Como si necesitara golpearme el pecho y arrastrarla de vuelta a mi cueva,
donde ningún otro hombre pudiera siquiera mirarla.

Cuando la conocí antes de la boda de Conner, no pude negar su atractivo.

Cálidos ojos castaños, cabello rubio como la arena y piel bronceada como si hubiera vivido toda su vida en la playa y no en
Manhattan. Luego estaban las horas que habíamos pasado juntos el día de la boda.

Estaba llena de energía y de vida. Era embriagador estar cerca de ella. Su naturaleza adictiva fue la única razón por la que acabé aceptando llevarla a mi casa cuando sabía que era una jodida mala idea. Ella era italiana. Su tío era el maldito jefe de la familia Moretti, y yo había cortado su tarjeta V como si fuera un carné de conducir caducado: totalmente inútil.

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