Capitulo 8

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Pippa

Bishop me llevó a su coche con pasos rápidos y decididos. La ira flotaba en el aire detrás de él, lo que me hacía reacia a quejarme por
haberme sacado del club. No tenía derecho a hacer lo que había hecho. Aunque, para ser sincera, me sentía un poco mal por haberle
evitado toda la semana. Me decía a mí misma que el tiempo sin verme me recordaría lo importantes que eran mis objetivos, pero todo lo que me traía era una sensación de pérdida y vacío.

Cuando finalmente se detuvo en la puerta del pasajero de su vehículo, pareció calmarse de una manera que me puso aún más nerviosa de lo que me puso su enfado.

—Te llevo a mi casa. Sube. —Abrió la puerta, sus ojos castaños carecían de su calidez habitual.

—¿Qué sucede, Bishop? Me estás asustando un poco.

Su pecho se expandió con una profunda respiración antes de acortar la distancia entre nosotros, una mano entretejiéndose en mi cabello mientras su pulgar recorría suavemente mi mejilla.

—No hay nada que temer, gatita —dijo brusco, pero suavemente. —Mi única intención es darte lo que deseas.

Las palabras eran dulces, así que ¿por qué detecté un atisbo de tristeza tras ellas?

El sentimiento de culpa me oprimía el corazón. No había querido hacerle daño al resistirme a su atención. La relación había surgido tan rápido que necesitaba tiempo para procesar lo que sentía. Y él no me lo había puesto fácil con sus tendencias dominantes. Bishop era un terremoto que sacudía mis cimientos cuando yo solo quería un rápido paseo por el parque de atracciones. Al menos, eso era lo que yo creía que quería.

Tras una semana de reflexión, me di cuenta que los temblores que sacudían el suelo podían ser igual de estimulantes, si no más.

Asentí y dejé que me ayudara a subir al coche. Los dos permanecimos en silencio durante el corto trayecto hasta su casa.

Deseé poder ver dentro de su misteriosa cabeza y escuchar sus pensamientos. ¿Por qué seguía dispuesto a aguantarme después de todo lo que había hecho? ¿Cómo podía estar tan seguro de quererme o que estaríamos bien juntos? Quizá fuera la edad.

Era varios años mayor que yo. Veinte y tantos, si tuviera que adivinar. Probablemente había tenido docenas de relaciones en ese tiempo, cientos si contaba
sus aventuras.

Agh. ¿Por qué había ido allí?

Mi estómago empezaba a sentir el alcohol, y lo último que quería era imaginarme a Bishop con un montón de otras mujeres.

Haciéndolas reír. Protegiéndolas. Presionándolas contra una pared y...

¿Qué eres, masoquista?

Despejé la mente lo mejor que pude y pasé el resto del trayecto observando las luces de la ciudad por la ventanilla del copiloto. La
conversación que se cernía sobre nosotros ya sería lo bastante emotiva; no necesitaba darme cuerda innecesariamente.

Quince largos e incómodos minutos después, estábamos de vuelta en su apartamento con un denso bosque de palabras no dichas entre nosotros. Solo que la conversación que había pensado que íbamos a tener no sería posible porque no estábamos solos.

Un hombre de la edad de Bishop estaba en el salón, con un whisky en la mano. No parecía sorprendido de vernos, aunque daba la impresión de ser un hombre que no se alteraba fácilmente. Era apuesto de un modo rudo. Tenía el cabello rubio rojizo, ojos verdes y una franja de pecas que se veían acentuadas por una mandíbula cuadrada y unos rasgos faciales tan masculinos que podría haber salido del plató de un episodio de Vikingos. Y me miraba fijamente con una intensidad que no llegué a comprender.

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