Dentro todo estaba más bien sumido en la penumbra. Había varias mesas y a pesar de ser temprano, ya estaba todo lleno de elfos un tanto desaliñados y que bebían como si la vida les fuera en ello.

−La verdad es que, mi parte humana, no puede creer que esto sea un reino de elfos... qué peste.−susurró Silvan.

Daelie sonrió.

−No es oro todo lo que reluce, o eso dice siempre tu padre.

Pronto se sintieron observados por multitud de ojos inquisitivos. Enseguida adivinaron que allí no eran demasiado bienvenidos los forasteros. Lo primero que hicieron fue buscar mesa. Eligieron una que estaba en una esquina y desde la que podían divisar al resto de los presentes. Pronto vino una elfo de aspecto igualmente desarreglado a tomarles nota. Willenai les había recomendado que pidieran algún licor fuerte para no llamar la atención más de lo necesario y eso hicieron, aunque no tenían la más mínima intención de emborracharse a las once de la mañana. Después de que se lo trajeran, comenzaron a barajar posibilidades mediante susurros.

−¿Qué te parecen esos cuatro de ahí?−le propuso Silvan.−No tienen pinta de conflictivos.

−Sí, pero aún no hagamos nada, observemos a los demás.

Pasaron así unos veinte minutos, fingiendo que hablaban entre ellos, pero vigilando por el rabillo del ojo lo que hacían los demás. En una mesa del centro había un grupo de seis elfos orondos jugando a un extraño juego de cartas, y que armaban mucho escándalo. Junto a la chimenea había un tipo extraño y sombrío, que había decidido no quitarse su capa de viaje y que cubría su rostro con una capucha. De él sólo se distinguía una barba larga y blanca. Había, también, dos viajeros pýronums, que por las canciones que berreaban, se notaba que llevaban bebiendo desde primera hora de la mañana.

−Bien, ¿a quién crees que deberíamos acercarnos primero?−preguntó Silvan.

−Yo voto por el de la chimenea.

El chico puso un gesto de repugnancia.

−No sé yo... eso de que no se haya quitado la capa no me inspira confianza.

−Pero por el color de su barba seguro que se trata de alguien bastante mayor, recuerda que a los elfos no nos salen canas hasta que han pasado, por lo menos, seiscientos años de vida. Y eso quiere decir que sabrá muchas más cosas que el resto.

−Hazme caso, ese seguro que es algún mercenario retirado, y uno no se acerca a un mercenario a no ser que sea para recompensarle por un trabajo bien hecho. Yo creo que será mejor empezar por el grupo silencioso de ahí, no parecen haber bebido tanto como los demás.

−Como quieras.−dijo Daelie, levantándose.

Cruzaron en diagonal la estancia y se dirigieron hacia allí.

−Disculpen.−dijo ella, al ver que Silvan no se animaba a saludar primero.

Los cuatro elfos se volvieron hacia ella y la miraron de pies a cabeza. Unas sonrisas burlonas se dibujaron en sus rostros y a Silvan eso no le gustó nada.

−¿Qué se le ofrece a una preciosidad como tú en una taberna como esta?−preguntó uno.

−Mi amigo y yo nos estábamos preguntando si podríamos unirnos a ustedes. Somos nuevos en la ciudad y nos agradaría algo de compañía.

Los cuatro extraños miraron a Silvan y se rieron.

−Si ese mestizo se marcha, puedes sentarte con nosotros y tener toda la compañía que quieras...−dijo otro y sus camaradas lo corearon con una risotada.

Río IncendiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora