No son amigas.

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N/A: No es un ensayo y error en sí mismo, pero lo considero digno de estar entre ellos.

A mitad de curso llegó una chica nueva a clase. Andares amplios, corte de pelo a lo Hanson Brothers, ropajes deportivos y chapa militar del Real Madrid. Mi radar, aunque cuestionable, saltó de inmediato. Se llamaba Berta. Solíamos charlar y reír bastante en clase, algo digno de mérito teniendo en cuenta mi estado airado, pero me sentí cómoda con ella de inmediato, ya no solo porque el radar estuviera ahí pitando, sino porque no le dio la mínima importancia a mi orientación sexual cuando Nina lo difundió. Berta dijo que le gustaban los chicos. No acabé de creérmelo.

Aunque no éramos amigas íntimas, confiábamos la una en la otra, así que acabé contándole lo mucho que me gustaba Elisa. Esa confesión generó un efecto equivalente por su parte, pues, teniendo una charla de lo más coloquial sobre lo que hacíamos los fines de semana, dijo:

—Los findes me quedo con mi padre y entre semana con mi madre. Están separados desde hace poco.

—Ostras, qué mal. ¿Cómo llevas la separación? —pregunté a Berta.

—Bien, bien. Visito a mi padre de vez en cuando entre semana, para que no esté solo. Y con mi madre me llevo muy bien, vivo con ella y una amiga suya. Bueno, en realidad no es amiga—. Berta se me quedó mirando mientras yo intentaba encontrar una explicación interna: «¿Una amiga que no es amiga? Una amiga que no es amiga... ¿Compañera de trabajo? ¿Vecina? ¿Conocida? No, no. ¿Cómo que una amiga que no es amiga? No es amiga... ¡No me jodas!»

Junté los dedos índice y Berta afirmó. ¡Hostias! ¡Yeah! Hice un gran esfuerzo para no pegar un grito en medio de la clase de historia. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. No podía creerlo. ¡Una pareja de madres! Berta me contó todo sobre su madre, Catalina, y su pareja, Rosa. Catalina siempre tuvo claras sus preferencias, pero también tener un bebé, y un amigo suyo, que había estado enamorado de ella desde que eran jóvenes, también. Así que nació Berta. Finalmente, Catalina decidió romper ese núcleo y vivir por su cuenta tal y como era.

¡La situación era tan emocionante! Yo era la única con quien podía compartir cosas de su familia y Berta hablaba maravillas. Un tiempo después coincidimos en que era absolutamente necesario que conociera a su madre, así que un día al salir del instituto fui de merienda a su casa. Estaba sudando, no conocía a ninguna lesbiana adulta y menos en pareja familiar. ¿Qué pensaría de mí? Quería causar buena impresión, así que por primera vez en mi vida me puse una camiseta ajustada de tirantes, (roja con rayas blancas) y vaqueros ceñidos. Al llegar a su casa, Catalina nos recibió en la puerta; hasta ese momento no había sido capaz de imaginarla, me pareció completamente fabulosa: muy acogedora, en su discurso se denotaba inteligencia y seguridad, además era ciclista y practicante de artes plásticas (tenía un lienzo gigante de collage a medio hacer en el salón) le gustaba la literatura. Parecía que no se acababa. Al tener delante a tal personalidad, el color de mi cara se puso a juego con la camiseta, lo cual no pasó desapercibido para Catalina y Berta que hicieron lo posible por reír sin que me sintiera incómoda. Obviamente, Berta le había dicho que yo era lesbiana, y aunque imagino que le debió hacer gracia a la mujer, no se comentó.

Berta me hizo un tour por la casa mientras Catalina nos preparaba unos sandwiches de paté. No recuerdo muy bien la distribución, pero sí recuerdo que el dormitorio principal me causó impresión. No tenía nada fuera de lo común, salvo la icónica fotografía The Kiss de Tanya Chalkin coronando el cabezal de la cama. «Hostia, la foto... Siempre creí que eran las t.A.T.u. ¿Se pondrán con eso? Vaya catalizador. ¡La cama! Ahí duermen juntas. Qué fuerte. Ahora sí, que no son amigas, que follan, que follan ahí. Ay, la cómoda. ¿Guardarán juguetes sexuales? Va, Rachel, calla. Algún juguete. Seguro que algo guardan. ¿Cuál de las dos llevará las riendas? ¿Cuál de las dos llevará algo? Madre mía...» y así estuve pensando hasta que Berta me sacó del cuarto.

Cuando ya hubimos merendado y Berta resuelto alguna de las dudas anteriores, llegó Rosa. Apenas apareció en el salón, dio un beso a Catalina. «Uy, uy, en la boca... Qué fuerte. Buah, quiero vivir aquí y ver esto cada día de mi vida» pensaba entrando en bucle de nuevo.

Berta y yo seguimos siendo buenas compañeras hasta el fin de ciclo escolar. Ella repitió curso y cada una nos adaptamos a nuestras respectivas clases al año siguiente. Me la encontré al cabo de unos años paseando con su novio, un galipardo de metro ochenta que jugaba en el mismo equipo de hockey que ella. Me contó que Catalina seguía con Rosa, y al preguntarle por su padre:

—Ahora vive con un amigo. 

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⏰ Last updated: Dec 17, 2023 ⏰

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Una lesbiana desubicada: Treinta años de ensayo y errorWhere stories live. Discover now