Todo empezó mal. Mientras la mayoría de mis compañeras y compañeros de primaria fueron a parar a las clases A y B, yo me quedé en la C, mezclada con gente con la que apenas había congeniado —por no decir hablado— en mi vida. Aunque era la ocasión perfecta para trabajar mis dotes sociales, fui incapaz, algo pasaba, no podía entender la forma de ser de los demás, me sentía extraña y fuera de lugar todo el tiempo. Hasta entonces jamás me di cuenta de cuán difícil me resultaba relacionarme, como si me hubiera estancado sin motivo aparente mientras el resto avanzaba con nuevos grupos y experiencias. Nadie sabía acerca de mis preferencias sáficas, tal vez por eso me sentía fuera de lugar. Tanto la psicopedagoga como la tutora dijeron que era algo "normal", que a la mayoría de jóvenes les costaba situarse las primeras semanas, convenciéndome de que se me pasaría. Mi coño, señoras. No era el instituto guay y revolucionario que me habían vendido, donde un montón de cosas pasaban cada día e incluso el grupo de frikis tenía grandes historias que contar.
Mi higiene personal empezó a ser cuestionable; la vestimenta diaria consistía en trapos diez tallas más grandes que yo, malas combinaciones de camisetas, chándal y pantalones cuyo patronaje evitaré describir. Mis notas eran de las peores del curso, apenas lograba mantenerme en la media de cuatro sobre diez por asignatura, pero al menos los trabajos eran presentables a nivel estético. El depósito de "rebelde empedernida" se quedó sin combustible, sustituido por una aterradora sensación de invisibilidad de la que no podía escapar.
¡Y así fue como inicié mi fantupentástico estatus social en la clase obrera del instituto!
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Una lesbiana desubicada: Treinta años de ensayo y error
Non-FictionRachel es una mujer lesbiana de treinta años que está soltera desde... Siempre. Para entender por qué nunca ha conseguido tener novia, un affaire, o la aventura intensa y apasionada de toda historia sáfica, decide analizar su vida amorosa (o la falt...