𝙍𝙄𝙏𝙈𝙊

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—Los patos adultos no son amarillos —reclamó

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—Los patos adultos no son amarillos —reclamó.
—Pues así se ven lindos —respondió, siguiendo con su trabajo de colorear.

Estuvo a punto de maldecir el peso del marketing, el cómo modifica cosas extraordinarias —como los patos— en algo adorablemente rentable para comercios, pero recordó que hay proteger los oídos puros de la pequeña niña que estaba sentada a su lado. Los niños tienen la manía de copiar.

—¿Cómo van? —preguntó, acercándose a la mesa.
—Pintando los últimos patos pálidos.
—¡Oiga! —miró al pelirrojo con el entrecejo fruncido, cruzando sus brazos con enojo, junto con un adorable mohín.
—Tranquila, existen variedades de patos —sonrió.
—¿Existen patos de color rosa?

Con las cejas levantadas, Crowley miró a Aziraphale a la espera de una respuesta coherente. No quería romper la ilusión de la niña.

—Si lo sueñas, sí —terminó por responder, sonriendo.

Hubo unos largos segundos de silencio, pero pronto los ojos de la niña se iluminaron.

—Genial —alargó, y siguió con su labor.

Crowley soltó el aire que mantenía retenido en sus pulmones y ajustó sus lentes al ver los brillantes ojos de la pequeña.

—Quedan veinte minutos —posó su mano derecha con suavidad en el hombro del pelirrojo unos segundos.
—Más que suficiente para terminar la portada del cuento ganador —alzó la barbilla, cruzando sus brazos, agregó—: ¿Verdad, Muriel?
—¡Claro que sí! —exclamó emocionada.

Lanzándole una sonrisa orgullosa a Aziraphale, vio como Muriel ya había terminado la portada de su cuento antes de lo previsto. Aziraphale tomó el cuento y comenzó a revisar si tenía alguna falta ortográfica o incongruencia, mientras tanto, Muriel se divertía creando un nuevo dibujo.

—Letras legible, buena ortografía, dibujos hechos por una verdadera artista. Estoy más que seguro que ganas el concurso, querida.
—¡Muchas gracias, señor Aziraphale! —sonrió con una inmensa felicidad—. Aunque yo ya gané.

Crowley podía ser muy competitivo, un poco... mucho, pero no por eso admitirá en voz alta que le fascinaron las palabras dichas por Muriel. Aunque la verdadera intención ante aquellas palabras eran otras.

La hora de volver al jardín llegó.

—Será mejor que regreses con una medalla.
—¡Lo haré!, por los patos —sonrió—. ¡Oh, se me olvidaba!

Poco le importó el orden de la fila, Muriel solo corrió lo más rápido que podían sus cortas piernas regresando junto con Crowley, en donde, estirando sus brazos le entregó una hoja. Sin esperar alguna reacción, volvió con su grupo al escuchar a su maestra llamarla.

—¡Nos vemos, señor Crowley, señor Aziraphale!

La deslumbrante alegría de la niña fue contagiada para ambos chicos, quienes se despidieron con una sonrisa agitando sus manos hasta verla desaparecer cuando subió al autobús.

𝙴𝙽𝚃𝚁𝙴𝚃𝙴𝙽 𝙼𝙸 𝙵𝙴 | 𝘎𝘰𝘰𝘥 𝘖𝘮𝘦𝘯𝘴Where stories live. Discover now