Después de culminar una impecable trayectoria en su carrera, Aziraphale encuentra trabajo en un librería.
Durante dos años, Crowley a permanecido trabajando en una florería.
Entre dificultades, ambos enfrentarán su destino 𝘪𝘯𝘦𝘧𝘢𝘣𝘭𝘦.
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Si manejáramos el tiempo sería todo más fácil, o al menos, la sensación de desesperación reduciría un gran porcentaje. ¿Estamos de acuerdo en eso?
Minuto a minuto, Aziraphale ojeaba su reloj de mano.
Hace mucho no asistía a una fiesta, bueno, si aquellas reuniones para celebrar el cumpleaños de algún integrante del coro de la iglesia eran como tal uno. Una palmada en la espalda era más animada que las reuniones que organizaban.
Por su lado, sus cumpleaños nunca fueron fiestas, su apoderado se encargaba de que pasaran desapercibidos, como un día más de la semana, solo que recibía algún regalo de por medio, y claro, se tomaban un tiempo para rezar por aquel año más de vida.
Era la primera vez que celebraría un verdadero cumpleaños, y qué mejor que fuera de su reciente amiga. Estaba igual de emocionado como nervioso. Esperaba haber elegido bien su atuendo para ese día.
Cuando su reloj marcó las 12:00, su sonrisa se agrandó. A pasos firmes se acercó a la recepción, pidió la hoja de asistencia a Uriel y firmó la hora de su salida por aquel día.
Y entonces, un cosquilleo se posó en su estómago al salir de la librería.
—Hola, Aziraphale.
Las primeras impresiones son las que marcan a la persona que observes, pero vaya vuelco se acaba de llevar. Estaba totalmente maravillado al ver a un Crowley diferente a lo habitual. Camisa negra, pantalón de vestir con unos zapatos a juego con la misma tonalidad de color y sus infaltables lentes. Su cabello resaltaba demasiado, parecía que flameaba más que otras veces.
—Deberíamos apresurarnos a tomar el autobús, ¿o iremos en taxi?
Crowley ladeó la cabeza.
—Bueno, tengo otros planes —soltó.
Sacando las manos de sus bolsillos, se acercó a un elegante vehículo de color negro, abrió la puerta del copiloto e hizo un ademán.
—Después de ti.
Sintiendo sus piernas temblar, Aziraphale subió al vehículo agradeciendo en el acto. Estaba más que impresionado.
—Espero no haya molestias —dijo, tomando asiento y cerrando la puerta en el proceso. —Oh, no, para nada. Es un bonito automóvil. —No hablo del automóvil.
Colocando la llave en el arranque, encendió el motor.
Aziraphale lo vio desconcertado, hasta que una voz lo hizo saltar del susto.