Capítulo 21: Palabras esperanzadoras

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Era sábado en la noche y mi familia y yo debíamos ir a un desfile en el que mi hermana participaría, pero sinceramente no tenía ganas de ir.

En este momento me encontraba en la cocina decidiendo qué excusa inventaría para librarme. Kenya sabe que la amo, la admiro y la apoyo en su carrera, pero también sabe que prefiero arrojarme desde el piso 104 del Silver Domain que ir a ese tipo de eventos.

Rara vez aparecía en fiestas de famosos con mis padres y mis hermanas. Por eso era la menos conocida de las hermanas Knoller, (lo cual amaba).

Mientras pensaba en mi plan maestro de fuga me puse a comerme un mango distraídamente mientras recordaba un sueño que tuve anoche.

Adivinen con quién soñé...

Con tu macho...

Dios, ¿en qué me he convertido? ¿Por qué tengo ese tipo de sueños pervertidos con Caleb?

A pesar de la incertidumbre y las dudas que aún tengo con respecto a él y su sombrío pasado, no puedo negar lo mucho que me gusta.

Con este conflicto en la cabeza proseguí saboreando mi fruta rememorando cada detalle de mi sueño mientras cerraba los ojos.

—¿Qué haces? —me interrumpió una voz, haciéndome dar un respingo.

—¡Austria, qué susto! —exclamé, depositando el mango en un plato.

—¿Por qué torturabas a esa pobre fruta de esa manera? —se burló mientras buscaba una botella de agua en el refrigerador.

Qué vergüenza...

¿Por qué todo me pasa a mí?

—¿En quién pensabas mientras te comías ese mango? Porque claramente no era en las vitaminas que estabas ingiriendo —prosiguió burlándose.

—Cállate —gruñí, avergonzada.

—Deberías lanzarte y ya. No fantasees más de esa manera. Nadie quiere verte así, después tendré pesadillas —emitió.

—¿Vas a entrenar? —desvié el asunto, fijándome en que traía sus guantes de boxeo.

—Sí. Luego tomaré una ducha para prepararme para el desfile. ¿Tú irás?

—¿Yo? Eh... —balbuceé.

—Lo imaginé —respondió, divertida—. Busca una excusa que convenza a mamá —emitió, saliendo de la cocina.

—¿Y si me dejas inconsciente mientras boxeamos? —sugerí, persiguiéndola.

—Bel, no voy a golpearte —declinó, ceñuda.

—Solo un poquito —insistí, haciendo un gesto de cantidad con mi índice y mi pulgar mientras agarraba su brazo con insistencia.

—No —zanjó.

—Buenas noches, señoritas —saludó Owen, nuestro chofer, al atravesar la puerta del ascensor con un montón de bolsas de la compra—. Traigo los vestidos que su madre encargó. ¿Dónde los puedo dejar? —indagó, observando la enorme sala de estar.

—Owen, llegas justo a tiempo —hablé y él me miró, confundido—. Austria acaba de confesarme que le gustas —solté de repente para molestarla, lo cual hizo que él se mostrara ligeramente sorprendido y que Austria abriera los ojos como platos, iracunda.

Sabes lo que eso significa, ¿cierto?

Tengo que correr por mi vida.

—¡Te voy a hacer puré, Eritrea! —rugió mi hermana, más que dispuesta a golpearme, mientras yo subía las escaleras más rápido que el correcaminos.

BÉLGICA [R1] Where stories live. Discover now