Mortal e inmortal

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Despertó a las cinco de la mañana sin necesidad de una alarma

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Despertó a las cinco de la mañana sin necesidad de una alarma.

Había internalizado esa rutina después de tantos años sirviendo en la milicia, sobre todo cuando tenía que atender a bocas hambrientas sin un horario fijo. Se estiró y deslizó los pies de la cama hasta sus zapatos. Buscó a tientas su camisón y se lo colocó. Al levantarse, Riza Hawkeye agarró su bastón y avanzó lentamente por el pasillo en dirección a la cocina.

Voces alegres llenaban el ambiente, lo que dibujó una sonrisa en su rostro. En esa casa, el silencio raramente tenía entrada, aunque a veces lo deseara. Si no eran los ladridos de los perros que tenía, eran las voces de las generaciones que les habían seguido, o incluso sus propios y desafinados intentos de cantar mientras preparaba el desayuno.

Y hasta ese punto, ninguna de sus decisiones había sido tomada con el objetivo de cambiar eso. Ishbal, quizás, era la única excepción. Aun así, lo que surgió de la reconstrucción de esa tierra devastada no creía que pudiera replicarse en un tiempo donde no hubieran participado en la cruel campaña de exterminio.

Todo eso había sido trenzado por un ser ambicioso en busca de la inmortalidad, tal como Edward había señalado, pero ellos, los mortales, habían sido los ejecutores de cada acción, manejada desde las sombras. Sin embargo, también habían sido los que frustraron los planes de Father.

Ellos, simples, mortales y humanos, habían detenido a la inmortalidad y a los homúnculos.

Porque solo aquellos que reconocían el paso del tiempo y eran conscientes de sus acciones vivían con intensidad, no permitiendo que las llamas se apagaran y dispuestos a darlo todo. Era de esta manera, y solo así, que la mortalidad triunfaba sobre la inmortalidad, con la simple voluntad de vivir y servir como un cimiento para las generaciones futuras.

—¿Está todo bien? —Roy Mustang sonaba preocupado. A pesar de haber perdido su cabello oscuro, el cabello blanco no le sentaba mal debido a su mirada decidida que aún perduraba.

Era la mirada de alguien que nunca abandonaba a nadie y cuyo idealismo infantil lo había llevado lejos.

—¿Abuela...? —una voz más ligera y aguda la sacó de sus pensamientos. Ojos oscuros como los de él y un mechón de cabello dorado característico de un antiguo y obstinado alquimista que no era su esposo—. ¿Qué estás haciendo despierta tan temprano?

Ella levantó su ceja gris ante esa pregunta.

—Creo que la pregunta correcta es: ¿por qué Roger Elric Mustang, de ocho años, está despierto junto con el líder del país a las cinco de la mañana, cuando hay un evento importante en tres horas? —investigó. Y aunque la pregunta iba dirigida a su nieto, Riza terminó mirando al Führer Mustang al final—. ¿Qué pretende enseñarle a nuestro nieto, señor?

—El hábito de levantarse temprano y adorarme más a mí que a su abuelo Edward —respondió Mustang con una sonrisa traviesa.

Roger carcajeó.

—Eso no es posible, abuelo Roy —declaró el niño—. Tú y el abuelo Ed siempre están peleando, pero la abuela Riza es mi favorita —agregó, antes de escapar.

El alquimista observó a su leal compañera con una expresión de cansancio, mientras su ella le sonreía con picardía. El nieto de ambos había heredado mucho de la personalidad de su abuela materna.

—No puedo entender cómo un niño de ocho años puede vencer tan fácil al futuro ex Führer —confesó, sosteniendo su cabeza mientras reía. Pensar en su nieto le recordó a su hija Elizabeth, y pensar en que era padre le hizo darse cuenta de cuánto había cambiado el tiempo, y él, o, mejor dicho, ambos, habían pasado con él—. ¿Qué opinarán de mí en el alto mando?

—Dirían que el Führer Mustang resultó ser alguien muy apegado a su familia, al igual que cierto general de Brigada, quien es su amigo, señor —respondió Riza. Nadie había imaginado a Roy Mustang en ese rol familiar, tan común y corriente—. Pero es parte de su plan, ¿verdad? Preparar el futuro para las generaciones siguientes.

—Es lo que simples humanos mortales como nosotros pueden lograr —asintió Mustang, acercándose a ella. Pasó su brazo alrededor de su hombro, acortando la distancia entre ellos para un casto beso—. Y creo que no lo hicimos nada mal, ¿verdad, Riza?

—No puedo negarlo, Roy. Todo salió bien.

No, definitivamente, no lo habían hecho nada mal.

Nota de la autora: Ya se terminan las historias que tenía archivadas, pero quiero ver si actualizo al menos mensualmente a partir del otro año con cosas que se me ocurran o las consignas de Royai Weeks que no hice

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Nota de la autora: Ya se terminan las historias que tenía archivadas, pero quiero ver si actualizo al menos mensualmente a partir del otro año con cosas que se me ocurran o las consignas de Royai Weeks que no hice.

Solo el tiempo lo dirá.

Ciao.

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⏰ Última actualización: Nov 30, 2023 ⏰

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El alquimista y la francotiradoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora