Funda del hombro y estaciones

23 4 1
                                    

Riza Hawkeye recordaba la primera vez que Roy Mustang puso algo sobre su hombro, cubriéndolo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Riza Hawkeye recordaba la primera vez que Roy Mustang puso algo sobre su hombro, cubriéndolo.

Fue en el primer otoño que compartieron juntos, cuando ella apenas tenía diez años y él era un preadolescente. Estaban recolectando los tomates para la cena, los últimos de la temporada, ya que el invierno comenzaba a amenazar con sus repentinos cambios de temperatura. Podía hacer un calor intenso, pero el clima podría cambiar repentinamente y volverse helado.

Ella estaba con una cesta de tomates cuando soltó un estornudo, aparentemente insignificante.

—¿Estás bien? —preguntó Roy con una ligera preocupación en su voz.

—Sí, señor Mustang. Solo fue un estornudo —contestó, sorbiendo la mucosidad que amenazaba con bajar de su nariz. No quería que se notara su resfriado—. Sigamos con los tomates.

—Claro. Y es Roy, no "señor Mustang". No soy tan viejo.

—Bueno, Roy.

—Eres muy obediente, en ocasiones, Riza.

Continuaron recolectando los tomates, al igual que los estornudos de Riza. Llegó un punto en el que ya no pudo disimularlos frente al aprendiz de su padre, quien, cansado de su terquedad, le arrojó su abrigo encima.

—Tu padre no me perdonaría si llegas a enfermar.

—Pero, Roy...

—Y si me llamas "señor" otra vez cuando estemos a solas, juro que te arrojaré al arroyo —gruñó sin más, tomando también la cesta de ella—. Vamos, ¡quiero ensalada de tomate!

Mientras el joven avanzaba con prisa debido al frío que comenzaba a sentir, Riza sonrió, extrañada por lo que había experimentado.

La segunda ocasión fue amarga. Ishbal.

El desierto tenía un clima traicionero. Durante el día, el calor solía hacer que la arena bajo sus pies ardiera, pero en la noche, el frío calaba hasta los huesos. Sin embargo, como soldados en pleno campo de batalla, no podían permitirse sentirse debilitados por la temperatura y debían soportar.

—Sí, sigues sin tu abrigo, no morirás a manos de los ishbalanos.

—¿Mayor...?

—Tengo que dirigirme a otro distrito —dijo, sin más—. Tal vez...

—Mayor, debo devolverte tu abrigo. No querrás morir.

Mustang tropezó con una piedra.

—Pides demasiado, Hawkeye.

Fue a finales de primavera por tercera vez. La época que su superior más odiaba debido a las lluvias. Como la de ese momento, una lluvia que no había sido anunciada, por lo que ella no llevaba abrigo.

La primavera también podía cambiar de clima repentinamente.

—Al menos esta lluvia cayó después del trabajo —señaló Mustang caminando, como siempre, con Hawkeye pisando sus talones—. ¿Cree que durará mucho? —preguntó al aire, esperando la respuesta de Hawkeye—. ¿Teniente...?

Ella estaba cruzada de brazos, tratando de conservar su calor corporal. El alquimista suspiró, sonriendo.

—Es una mujer terca, teniente.

Hawkeye dio un respingo, igual de divertido que él.

—Por eso me escogió para vigilar su espalda, coronel.

Mustang se quitó su chaqueta militar para cubrirla. Hawkeye miró su acción con desaprobación.

—Esto es inapropiado, señor. Lo recuerdo...

—Si no me preocupo de que llegue seca, al menos, a mi departamento hasta que pase esta tormenta, estaré fallando como su superior.

—Coronel —dijo, con un tono de voz severo.

—Descuide, teniente. No osaré mirar mientras se cambia.

—¡Coronel!

Suspiró.

—¿Riza...? —indagó una voz desde la oscuridad del departamento. Ella se volvió y vio a su superior con una mirada extraña. En su mano, sostenía una mano más pequeña—. ¿Está todo en orden?

—Mamá, ¿está todo bien? —inquirió una voz más inocente, de unos siete años aproximadamente.

Riza Hawkeye soltó otra respiración, calmada. Los dos hombres a quienes protegía estaban preocupados por su estado. ¿Y cómo no estarlo? Era invierno, y ella había salido al balcón a mirar el paisaje blanco en Central.

—Sí, señor. Todo está bien —respondió. Luego, avanzó hacia su hijo y se puso a su altura. Ojos marrones y mechones oscuros lo caracterizaban—. Descuida, Maes. Mamá solo quería ver la ciudad de Central cubierta de nieve.

—Pero son las cuatro de la mañana, mamá —remarcó el pequeño con cierta pretensión. Su tono estricto como Hawkeye emergió a la superficie—. Deberías dormir. No puedes cuidar el trasero de papá si te enfermas...

—El pequeño Maes tiene razón, capitana. Aunque difiero del lenguaje que usó —acotó Mustang. Ni lento ni perezoso ante la obstinación de su esposa, avanzó y le colocó un abrigo—. Vamos para adentro. No tengo sueño y creo que podríamos preparar chocolate caliente.

—¡Sí, chocolate! —festejó Maes sujetando las manos de sus padres para entrar.

Riza sonrió. Ella podía cubrir la espalda de Mustang, pero él siempre estaría ahí para abrigar sus hombros.

Nota de la autora: Estas últimas temáticas se ha podido usar las dos propuestas para un mismo día

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Nota de la autora: Estas últimas temáticas se ha podido usar las dos propuestas para un mismo día. Y sí, tarde demasiado en actualizar.

Ciao.

El alquimista y la francotiradoraWhere stories live. Discover now