Susurros

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En medio de las lecciones del maestro Hawkeye, hubo un momento en el que Roy se cuestionó si todo valía la pena

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En medio de las lecciones del maestro Hawkeye, hubo un momento en el que Roy se cuestionó si todo valía la pena.

El hombre parecía más enfocado en su investigación principal que en enseñar a su aprendiz, quien pasaba días enteros paseando sin rumbo. Sin embargo, todo cambió en una tarde en particular. Riza Hawkeye, la hija de su maestro, con quien apenas cruzaba palabras debido a las extensas sesiones de estudio, cometió el descuido de presentarse con el rostro magullado después de una tarde de clases.

—¿Riza...?

—¡Ah, señor Mustang! —dijo rápidamente, intentando ocultar la herida que trataba de sanar; al rozarla, solo sintió ardor. Roy ensanchó sus ojos al ver la lesión en su mejilla—. Señor, esto no es...

—Eso lo que es, señorita Riza —la interrumpió, avanzando para acercarse y observar no solo la marca reciente, sino también otras que llevaban tiempo—. ¿Desde cuándo pasa esto y por qué tu padre no lo sabe?

—Ha sido así durante mucho tiempo, y sabes que mi padre ni siquiera te presta atención a ti —exclamó Riza mientras continuaba curando su herida. Roy la miró con reproche—. ¿Vas a quedarte allí todo el rato? Sin mal recuerdo, te dejaron un libro para leer y remarcar conceptos.

—Tú misma dijiste que el maestro estaba olvidando incluso que existo. Terminé el libro anoche y aún no me ha proporcionado nuevo material —recordó Roy y observó cómo Riza colocaba una gasa sobre su rostro y la aseguraba con cinta médica—. ¿No vas a decirme nada?

Ella negó con la cabeza. El aprendiz suspiró.

—No le diré nada a tu padre —insistió él. Su expresión se suavizó, haciendo notar su preocupación—. Vamos, Riza, por favor...

Al ver que sus ojos negros mostraban un auténtico interés en su problema, Riza decidió hablar. De manera breve, Roy Mustang se enteró de que presentaba cierto temor a las noches oscuras y a los susurros lentos, debido a que una situación similar había perdido a su madre, aunque había sido el fuego el principal causante.

—De pronto estaba todo oscuro y comenzó a hacer calor. Ella solo me susurraba que todo estaría bien, que mi padre regresaría de su trabajo y nos salvaría. Me repitió eso hasta que me quedé dormida de alguna forma —soltó Riza junto con un sollozo débil, recordando los eventos—. Cuando desperté, había muerto protegiéndome.

Roy no supo qué decir. Un evento similar le había arrebatado a sus padres cuando él tenía cuatro años, y recordaba a la perfección el impacto del accidente. Él estuvo a salvo porque el vehículo que chocó destrozó la parte delantera.

—Comprendo ese dolor de perder a un ser amado de manera trágica —dijo, dándole un apretón en el hombro para mostrar su apoyo—. Sin embargo, ¿por qué las heridas?

—Digamos que mis relaciones escolares no son maravillosas, señor Mustang —comentó Riza, mirando su gesto con cariño—. Súmele a eso la reputación de mi padre, que ha rechazado a los interesados del pueblo en aprender de su alquimia, pero fue capaz de aceptar a un muchacho de Central que parece ser popular entre mis compañeras.

El alquimista y la francotiradoraWhere stories live. Discover now