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Advertencia: Escena con posible connotación sensual al final del capítulo

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Advertencia: Escena con posible connotación sensual al final del capítulo.


Estaba a unos cuantos días de su partida, y no podía evitar sentirse asustada por ello. 

El equipo había fijado fechas específicas de partida para no verse importunados por el clima. También acordaron que se trasladarían en dos dragones, Temperance y Tormenta, la nadder mortífera que Astrid había logrado domar. Ambas eran lo suficientemente espaciosas y fuertes para cargar con las pertenencias de los cuatro. 

Respecto a su llegada, Matías contó de un antiguo pueblo abandonado en medio del bosque, al norte de Arendelle. Donde podrían acampar y esconder a sus dragones sin problemas, pues aseguró que nadie notaría su presencia, puesto que se contaban muchos relatos y leyendas de ese lugar. 

"—Ninguna persona en su sano juicio se acercaría ahí. Las historias de la tribu masacrada por el rey Soren son bien conocidas. Todos temen que los maldigan los espíritus si llegan a molestar su antiguo hogar", dijo Matías en su momento.

Todavía no podía creer el hecho de que compartía la misma sangre que ellos, los reyes y príncipes que acabaron con la prosperidad de su reino por la avaricia del poder. Le aterraba la idea de que en un futuro lejano eso le sucediera a ella.

Había delegado tareas y responsabilidades a las personas en las que más confiaba, para que se cumplieran mientras estaba fuera de Berk. Tampoco fue fácil, ya que eso acentuaba su futura ausencia. La aldea ya lo estaba presintiendo.

Terminó con el papeleo de esa tarde, guardó todo en sus cajones y salió del despacho que Hipo le había acondicionado. Debía llegar temprano a sus clases de modales y etiqueta.

Si quería adentrarse al núcleo de los reyes, tenía que lucir y actuar como una verdadera aristócrata. Rápidamente las palabras del moreno vinieron a su cabeza. 

Hermosa, culta y refinada. Así es como debes actuar.

De tan solo imaginar lo que pudo haber sido su vida si sus padres hubieran decidido quedarse y hacerle frente al rey y a los rumores. ¿Le habrían educado para convertirse en la reina? ¿O la entregarían como esposa al primer príncipe que pidiera su mano? Un escalofrío subió por su espalda.

Antes de marcharse de la academia, decidió pasar con su esposo para comentar sus planes de la tarde. No quería preocuparlo si llegara a casa y no la encontraba dentro. 

Tocó con suavidad la madera, y abrió un poco la puerta.

—¿Estás ocupado? —preguntó, observando lo concentrado que lucía el castaño frente a su escritorio.

— Un poquito. ¿Qué pasa? —respondió Hipo, calibrando sus artilugios con herramientas que abarcaban toda la superficie de su escritorio. 

—Voy a casa de papá, Matías me dará lecciones de etiqueta —en cuanto escuchó esas palabras, Hiccup detuvo lo que estaba haciendo, arqueando su espalda para poder levantar la mirada y voltear a verla. 

La platinada no dijo nada en cuanto sus ojos se encontraron. Sabía de antemano que su partida causaría problemas en su matrimonio, pero no quería discutir en los últimos días que le quedaban alado del ojiverde.

—¿Etiqueta? —preguntó, dejando sus creaciones sobre la mesa. 

—Debo aparentar un alto estatus en Arendelle, así que hay mucho por aprender para lograr mi cometido —masculló, viendo que el castaño estaba avanzando hacia ella. 

Aquí no, por favor. Fue lo único que pensó al notar ese atisbo de perversidad en los movimientos de Hipo.

Estando parado justo frente a ella, la acercó a él para poder cerrar la puerta detrás de la chica sin golpearla. Giró el pestillo para bloquear la entrada, y entonces...

La arrojó contra la puerta, y rápidamente apoyó su brazo derecho contra la madera justo a su costado, dejándola sin forma de escapar. Mientras que con la mano dominante acariciaba suavemente el cabello de la rubia.

—No quiero que te vayas —susurró él, acercando sus labios a su oreja para que pudiera escucharlo.

Elsa, quien ya se encontraba con la piel rizada por el contacto, hizo un esfuerzo abismal para poder hablar sin tartamudear.

—Yo sé, pero es necesario para limpiar el nombre de mi familia —se limitó a contestar.

Gruñó, no le gustaba esa respuesta pero aún así se mantenía sin objetarla. 

Bajó su mano hacia su cuello, envolviendo su mano sobre la garganta caliente y palpante de su amada. Las yemas de sus dedos podían sentir la sangre recorriendo sus venas con apretar el blando tejido bajo su poder. Ésta quiso resistirse intentando zafarse del agarre. 

—No es el momento, ellos van a notarlo —Elsa gimoteó, queriendo liberarse de la fiera que la tenía aprisionada.

—No lo harán —dicho eso, procedió a cernirse sobre ella, bajando los brazos hacia sus muslos para poder abrir sus piernas. 

Sin poder evitarlo, Elsa ya no tocaba el suelo, sus extremidades inferiores se encontraban enroscados sobre las caderas del ojiverde, que la sostenía con demasiada fuerza. Temía que de un segundo a otro su tesoro más valioso se esfumara lejos.

Uno de sus miedos más profundos se materializaría en los próximos días, así que aprovecharía cada instante que tuviera a su alcance para memorizar el sabor de su esposa. 

Mordió sus labios para ahogar el gritito de sorpresa que él había generado con sus desvergonzadas acciones. No quería alertar a nadie de su encuentro.

No sería la primera vez que alguien los interrumpiera en un momento como ese.

Y cuando estaba a punto de restregarse contra ella, la voz de una Astrid burlona se hizo presente en la academia.

—¡Se te está haciendo tarde! —exclamó, seguido de una carcajada.

Hipo apretó la mandíbula con fastidio.

—No vas a salvarte hoy —rezongó, dejándola de vuelta en el suelo.

—Yo sé que no —contestó la platinada con un puchero en sus labios, sobando sus muslos con delicadeza.

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A ver si la plataforma no me tumba con esto, ajúaaaaa.

—JovenWestergaard.

Touching the sun | PARTE IIWhere stories live. Discover now